Actualizado: 25/04/2024 19:17
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En clave cifrada (I)

Lecciones de la confesión del escritor alemán Günter Grass sobre su pasado en las SS nazis.

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Nota final: Permítaseme, a modo de exorcismo, una breve digresión aclaratoria sobre mis vínculos con Grass. Me une a este autor alemán una deuda de gratitud que deseo reconocer aquí una vez más a fin de que no interfiera cuando analice las causas y consecuencias de su tardía revelación. En 1987, siendo germanista en la Editorial Arte y Literatura, me tocó en suerte proponer El tambor de hojalata, editado en 1989 con prólogo mío.

Grass jugaría un papel providencial en mi vida. A saber, en su visita a La Habana en 1993, insistió ante las autoridades culturales en entrevistarse conmigo, a la sazón encarcelado junto con otros tres dirigentes del desmantelado grupo opositor Criterio Alternativo. El deseo le fue concedido sin más trámites que una solicitud del presidente de la UNEAC.

Durante nuestra discreta entrevista en el hotel Lincoln, Grass me brindó su "ayuda colegial", léase pecuniaria. (A la salida, por cierto, cruzando con su esposa e hijo la esquina de Neptuno y Consulado, hizo este lacónico comentario: "La Habana huele a Calcuta"). Poco después cumplió su palabra. En al menos tres ocasiones, por añadidura.

Gestos como los suyos dan fe de la solidaridad gremial, suprapartidista, de un hombre que financia de su bolsillo la fundación que lleva su nombre y no vaciló en sacar la cara por la novelista Christa Wolf y el dramaturgo Heiner Müller, puestos en la picota a raíz de la caída del Muro de Berlín. Su generosidad se acrecienta a mis ojos por el hecho harto probable de que, hombre que suele encajar mal las críticas, no ignoraba las objeciones que yo le había hecho a su obra en el prólogo de El tambor, donde, afirmo, entre otras cosas, que no sabe "hacer uso de la tijera".

En lo material zanjé mi deuda con él; en lo espiritual sigue pendiente. Pero, puesto que no veo a Grass como un árbol caído (como literato, está ahora más lejos de serlo), tampoco deseo saldarla con el sólito autobombo de los intelectuales, sino con la continuación en libertad de un análisis constructivo que por fuerza debió quedar a medias allá en La Habana. Fui y sigo siendo, pues, un admirador del Grass escritor y, aunque difiero de él en política, respeto sus criterios.


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