Actualizado: 28/03/2024 20:07
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Opinión

Opinión

¿Ordenó Castro el asesinato de Kennedy?

El documental alemán 'Cita con la muerte' reabre la pista cubana sobre el magnicidio de Dallas.

Enviar Imprimir

Queda abierto el interrogante de si Oswald propuso motu proprio la idea del magnicidio al G2, o a la inversa. Ahora bien, dada la clasificación del magnicida dentro del espectro ideológico de su país, sería ilógico que Kennedy figurara espontáneamente en su inventario de víctimas idóneas. Por decantación, cabe suponer que la sugerencia vino de La Habana, que, como enseguida veremos, sí tenía razones muy concretas para desembarazarse del presidente.

Entre Kennedy y Castro existía una rivalidad iniciada con el fiasco de Bahía de Cochinos, que proyectó sobre el primero una aureola de impotencia. Al año siguiente, Kennedy emparejó el pleito al triunfar en su espectacular pulso nuclear con Jruschov, durante la Crisis de Octubre.

El boomerang de Kennedy

Castro acusó el golpe en un discurso patético en el que aireó su humillación por la retirada de los mísiles soviéticos, que Moscú no consultó previamente con La Habana. La mesa estaba servida para lo que vino después.

Pero el verdadero móvil fueron los fundados recelos del Comandante: detrás de la intención de normalizar las relaciones con La Habana, a cambio de que ésta renunciara a exportar la revolución a Sudamérica —condición imprescindible para el éxito de la Alianza para el Progreso—, un Kennedy osado y ansioso por mejorar sus maltrechas relaciones con el exilio cubano tramaba resolver de un planazo el conflicto cubano haciéndolo asesinar a él mismo, Castro, en una segunda fase.

Pruebas no le faltaban. El sagaz presidente norteamericano había comprendido ya que, sin su Máximo Líder, la revolución cubana cambiaría de rumbo sin falta. Cuando menos, el Che quedaría automáticamente fuera de juego y Raúl, caso de capear el temporal sin perder cabeza y batuta, se acogería de buen grado a la ortodoxia soviética, abandonando a su suerte el movimiento de liberación, que nunca contó con la anuencia del Kremlin. Para comenzar, no era poco, y era de esperar mucho más a mediano plazo, dada la fragilidad del liderazgo raulista.
¿No había ensayado ya la Casa Blanca el magnicidio con Ngô Dinh Diêm, el dictador de Saigón, apenas unos meses antes? Sin duda, Kennedy no tenía escrúpulos en ese aspecto. Castro, hombre de acción si los hay y acostumbrado a dar primero, tampoco. Y calculando, al modo de Kennedy con Raúl, que el vicepresidente Johnson sería más bien un sucesor previsible, sencillamente se adelantó a su muerte anunciada. La historia le dio la razón: a la hora de la verdad, Johnson optó por archivar el informe que comprometía a La Habana.

En cuanto al riesgo de desatar una hecatombe nuclear, ya el temerario jefe guerrillero lo había corrido sin pestañear durante la Crisis de Octubre. Sólo que esta vez —lo confirma uno de los tránsfugas del G2— tenía una coartada psicológicamente perfecta: nadie se iba a creer que Cuba se atreviera a tanto. En fin, hay que admitir que, si Wilfried Huismann no está en un error, el Comandante ganó en buena lid de acuerdo con las salvajes reglas de duelo del Lejano Oeste, que supuestamente pretendió aplicarle su celebérrimo rival.


« Anterior123Siguiente »