Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Política

Otro puente hacia el chasco

El gobierno impulsa una glasnost a la cubana: el desastre del último medio siglo es obra del malévolo imperio y de la inoportuna perestroika.

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TEMA: Un 'debate' por decreto

Hace algún tiempo, un compatriota de ojo avizor que reside en Europa y que entonces se encontraba de visita en La Habana, advirtió que durante los últimos años (pudo haber dicho durante los últimos decenios) el régimen, ante la imposibilidad de hallar caminos para llegar al socialismo, ha estado dedicándose a destruir los puentes, de manera que a quienes lo reemplacen no sólo les resulte imposible seguir hacia adelante, sino que tampoco puedan volverse atrás.

Si nos atenemos a lo acontecido en la economía y en otros renglones que conforman las bases materiales para el desarrollo del país, la advertencia es aguda. No obstante, la historia de la civilización humana probó ya con creces que por más meticulosa y obstinada que resulte la tarea de los destructores de puentes, siempre será posible hallar nuevas vías para reemprender la marcha.

Así, pues, lo peor que ha hecho el régimen tal vez no sea destruir puentes materiales, sino crear puentes mentales, estrechos y con una sola dirección, conducente al dogma, al aplastamiento del criterio propio y la sumisión carneril.

Derribar tales puentes (también lo prueba la historia) resulta más trabajoso y demanda plazos más prolongados que los necesarios para la reconstrucción económica. Sin ir más lejos, lo ilustran los sucesos de estos últimos días en Cuba.

Convocados por el Partido Comunista y por lo que aquí llaman organizaciones de masas, se han estado celebrando asambleas en algunos centros de trabajo, e incluso reuniones cerradas en los núcleos de base del Partido, con el fin de que la gente opine (dicen ellos que) abiertamente sobre los problemas del país y para que participen en directo (dicen) en las posibles soluciones.

Se trata de una especie de glasnost a la cubana, o sea, supeditada, escurridiza, muy bien "organizada" y, sobre todo, sujeta al presupuesto de que los problemas que hoy sufrimos no se derivan sino del derrumbe del campo socialista europeo y de algo que los jefes, junto a sus teóricos y sus bufones de la prensa, califican como "las desigualdades sociales que originó entre nosotros la adopción, irremediable, de métodos propios de la economía del capitalismo". Esta idea, mañosa y mediocre, es justamente el puente que da acceso único a todos nuestros puentes mentales de ahora mismo.

Cargar con el estigma

Ni uno solo de los múltiples desmadres, ninguno de los cotidianos desaciertos económicos o de otra índole, ninguna de las sistemáticas arbitrariedades caudillistas y totalitarias que empedraron nuestra historia a lo largo de casi medio siglo, están en la base (según ellos) de la catástrofe que hoy nos aplasta. Todo es obra del malévolo Imperio y de la inoportuna Perestroika.

Pedir la palabra para proclamar lo contrario en una de esas reuniones que ahora tienen lugar en la Isla, equivale a la adopción de una actitud contrarrevolucionaria, antipatriótica y, claro, que le hace el juego al enemigo. Y como bien se sabe, son, serán muy pocos, los que están dispuestos a cargar con el estigma.

Decir que una vez que se aprisiona a quienes critican con fundamento y respeto, cesa el efecto regenerador de la crítica. Que cuando es silenciada la inconformidad, se asegura el inmovilismo. Que cuando se amenaza al que observa, queda anulado el poder de la investigación. Que cuando es sofocado en su germen el desacuerdo y premiada la complacencia bovina, se hipoteca el presente y se condena el futuro. O que cuando es subyugada la mentalidad abierta, se actúa contra natura y se diseña el caos. Decir esto, en su totalidad o en parte, representa un riesgo y demanda un despliegue de riñones que lamentablemente no todos quieren (y están en su derecho de no) enfrentar.

Queda anunciado, para que no se llamen (ni llamen) a engaño los incautos y los farsantes a conciencia que abundan por el mundo: mientras se proyecte como la han proyectado hasta este mismo minuto, la pretendida glasnost de nuestros días en Cuba no es, ni más ni menos, que otro puente hacia el chasco.


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