Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Literatura

La mentira veraz

Carlos Victoria entrevisto por Germán Guerra en el número 44 de la revista 'Encuentro de la Cultura Cubana'.

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El sueño de la razón produce monstruos y después los devora, como mismo el viejo Cronos devoró a sus hijos. El paso del tiempo y el golpe de la modernidad, el florecimiento y la inmediatez de los periódicos virtuales, los falsos valores éticos del nuevo periodismo —donde la imparcialidad se mide en la misma balanza que se pesa el dinero o la política—, la catástrofe económica que sucedió al derribamiento de las Torres Gemelas, y una sarta de escándalos locales, han ido arrancando —uno a uno— los dientes al Monstruo de la Bahía. Pero este animal de fondo, plantado en sus razones, sigue todavía siendo El Monstruo de la Bahía, cariñoso epíteto con el que ambos bandos del espectro político del exilio cubano en Miami han bautizado al edificio de seis pisos donde se albergan las redacciones de The Miami Herald y El Nuevo Herald, los dos diarios más leídos (sólo hay tres) de esta aldea con pretensiones de gran ciudad.

El fumadero del Monstruo es un enorme balcón que rodea por tres costados la segunda planta del edificio, y cada vez que nos asalta la imperiosa necesidad de seguir viviendo, nos escapamos al balcón a conversar un rato con el mar, a estirar las piernas o a reventarnos los pulmones. Siempre bajo a la misma hora y me acodo, de espaldas al mar, en la baranda que da al oeste, a ver la caída del sol y fumarme —como todos los días— mi último cigarro. Me hundo en el humo rojo de la tarde y veo a Carlos Victoria atravesando el parqueo rumbo al edificio, con su paso lento, un libro bajo el brazo, las manos en los bolsillos y la cabeza baja, en un silente y misterioso diálogo con la sombra que precede sus pasos sobre el asfalto.

Y doy gracias una vez más, por el sencillo acto de saber que hoy también estará Carlos con nosotros. Saberlo allí, callado en su escritorio, dispuesto para todos, con un consejo que siempre calma, con un golpe de ánimos en nuestras pesadillas, con un comentario mordaz o una frase lapidaria que sella cualquier polémica. Saberlo allí también nos da fuerzas para seguir viniendo a diario, para seguir rompiéndonos los brazos con el periódico de la mañana.

Toda historia, todo tiempo de vida tiene un principio y un final, un nacimiento y una muerte que siempre terminan enlazados, regresando al mito del tiempo cíclico, donde una serpiente que se muerde la cola traza un círculo perfecto. Cuéntanos el principio recordable de tu historia. ¿Cuáles fueron las primeras lecturas?, ¿cuándo descubriste que habías escrito el primer texto perdurable, que estabas haciendo literatura?, ¿dónde han quedado esos manuscritos y la biblioteca que calmó la sed de aquel adolescente que a los 15 años ganó el primer premio de cuentos de El Caimán Barbudo y a los 21 años, en 1971, fue expulsado de la Universidad de La Habana por "diversionismo ideológico"?

Como no tuve una niñez feliz, descubrí muy pronto que podía fabricar otra realidad a través de la lectura. Leía embelesado las cosas más diversas: Dickens, Verne, historietas de Batman, novelitas de amor y del oeste, Stevenson, Daudet. Ese gusto tan amplio me ha durado hasta hoy, y se ha extendido a la música y al cine. Disfruto lo mismo de Joyce que de Dashiell Hammett, de los Beatles que de Shostakovich, de Antonioni que de John Woo. Pero volviendo a la infancia: al mundo inventado de la lectura se sumó al poco tiempo el mundo inventado de la escritura. Escribo con regularidad desde los ocho o los nueve años.

En cuanto a tener conciencia de que eran textos perdurables, creo que todo el que escribe, incluso un niño, piensa que su escritura es importante, al menos durante el acto de escribir. Todos mis manuscritos, miles y miles de páginas de poemas, cuentos, novelas, comentarios y obras de teatro, salvo algunos que había prestado o regalado a amigos, fueron a parar a manos de la Seguridad del Estado de Cuba en 1978, cuando me arrestaron.

Siempre repito en broma que ha sido el único acto de justicia de ese aparato siniestro. Espero que como segundo acto de justicia hayan destruido esos papeles. Me avergüenza pensar que algún día aparezcan todos esos delirios pueriles, mediocres y mal escritos. Lo que escribí hasta los 30 años, la edad en que salí de Cuba, no tiene el menor valor. Sólo me sirvió, digamos, como aprendizaje. Por suerte sólo pude publicar el cuento que mencionas, escrito a los 15 años, influido por Cortázar y los surrealistas, que me deslumbraban por esa época.

El éxodo del Mariel, en 1980, te trajo a estas playas del exilio. Han pasado ya 27 años de ausencias y desarraigos, y has vivido todo ese tiempo en Miami, desde donde has escrito y publicado toda tu obra. Desde aquí encontraste al padre que no conocías, has descubierto que tienes dos hermanas, y en esta aldea grande también murió tu madre. Cuando atamos lazos perdidos, cuando se nos muere un padre o nos nace un hijo en el lugar donde respiramos, nos asalta un sentido de pertenencia y las aceras se tornan cotidianas. Aquí y ahora, hoy, en Miami, ¿cuánto "sentido de pertenencia al lugar" palpita en tu vida cotidiana?, ¿cuántas veces has ido caminando por una calle de la "sagüesera" y al doblar la esquina caes en una plaza de Camagüey?

Mi sentido de pertenencia ha ido cambiando y se ha ido reduciendo. Durante mis primeros tiempos en el exilio sentía que pertenecía a Cuba, sobre todo a Camagüey; luego sentía que pertenecía a Camagüey y a Miami. Ahora sólo pertenezco a la casa en la que vivo desde hace 17 años.

En un homenaje a Antonio Benítez Rojo en un viejo número de Encuentro, rememoras el descubrimiento de sus cuentos en los años sesenta y cierras texto sobre Tute de Reyes, El escudo de hojas secas y Heroica diciendo que "en la galería personal de los libros que en aquel tiempo me comunicaron algún valor, alguna esperanza, estos volúmenes de cuentos ocuparon un sitio excepcional". Aparte de tu confesa devoción por la obra de Benítez Rojo y Novás Calvo, y de la eterna relectura de Dostoiesvki, ¿qué otros autores, cubanos o de otras literaturas, conforman tus preferencias y biblioteca de abrevadero?

Lo que me ocurrió con Benítez Rojo, aparte de admirar su calidad literaria, fue que me hizo creer que un escritor cubano desconocido podía publicar en Cuba, a finales de los años sesenta, libros que no estuvieran contaminados por la política. Pero fue un espejismo; él resultó un caso excepcional. Y si voy a mencionar a todos los escritores que me gustan, la revista Encuentro tendría que preparar un número especial para publicar la lista, un diccionario que abarca desde Homero hasta Lorenzo García Vega.

Entre Homero y Lorenzo García Vega navegan todos los catálogos y todas las naves. Nuestro paso por la vastedad de ese tiempo, que es la Historia y la Historia de la Literatura, nos deja al final con un puñado de nombres aprehendidos, nos deja sentados y en silencio frente a esa "biblioteca de abrevadero" de la que ya te hablé. ¿Hasta qué punto esos autores a los que siempre regresas han influenciado y definido tus maneras de obrar?, ¿cómo reaccionas cuando descubres la voz o el estilo de otro escritor en un pasaje tuyo, borras o rindes homenaje?

La relación entre mi vida y la literatura siempre ha sido intensa. Soy por encima de todo lector, por lo que estoy seguro de que las decenas, por no decir centenares, de escritores que he leído con pasión a lo largo de los años, han influenciado directamente mi vida y mi obra. Por poner sólo tres ejemplos, Dostoievsky me provocó desde el principio un enorme deseo de escribir novelas; Rousseau, sobre todo el Rousseau de la Profesión de fe del vicario saboyano, me iluminó en cuestiones de conducta y creencias cuando yo era un adolescente (aunque el propio Rousseau contradijera a veces sus escritos con sus acciones, como suele ocurrir), y la novela póstuma de Camus, El primer hombre, me dio el último empujón para ir a Cuba a conocer a mi padre.


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