Actualizado: 29/04/2024 14:55
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Literatura

La mentira veraz

Carlos Victoria entrevisto por Germán Guerra en el número 44 de la revista 'Encuentro de la Cultura Cubana'.

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En cuanto a encontrar la voz o el estilo de otro escritor en mis obras, no dudo que ocurra todavía, sin que yo mismo me dé cuenta. Pero digamos que tengo la ventaja de haber publicado mi primer libro a los 42 años, luego de escribir continuamente desde mi infancia, por lo que tal vez las imitaciones, deliberadas o inconscientes, se han ido depurando poco a poco a través de las décadas, y al final lo que ha quedado en mi escritura, y hablo de los libros publicados, es un compendio de todas mis lecturas y de mi propia experiencia.

En entrevistas anteriores te han preguntado muchas veces sobre la influencia de Camus en tu obra, pero yo siempre he sentido en tus páginas un sabor a Hesse, sobre todo en Puente en la oscuridad y su aproximación temática con El lobo estepario. ¿Cuánto de esa "soledad existencial", de ese "braceo en torno a la demencia", y de esa "búsqueda del sentido de la vida" que sostienen los apuntes de Harry Haller, marcan también, implícita o explícitamente, los pasos de Natán Velázquez por toda la extensión de tu Puente?

La obra de Hesse, no sólo El lobo estepario, sino también Demian, Siddharta y El juego de abalorios sobresalen en mis recuerdos de lecturas. Pero lo mismo puedo decir de la obra de innumerables escritores, y te pido que no me obligues a detallar el catálogo. Ahora bien, cuando empecé Puente en la oscuridad no pensaba en ningún autor concreto. Si pensaba en alguien era en Keats, a quien rindo homenaje explícito en esa novela, y en los autores románticos que me han fascinado desde muy joven: Shelley, Coleridge, Víctor Hugo, Lermontov, Chateaubriand, Lamartine, Espronceda, Holderlin y otros. Pero sobre todo pensaba en mí mismo, en mi propia historia, en la historia de muchos exiliados, y en general en la historia de la gente solitaria y confundida que busca un refugio, un asidero.

Háblanos del proceso de escritura, del universo narrativo, de cómo llegan y decantas temas y personajes, de cómo armas la estructura que sostiene el peso de tus libros.

Me llegan ideas de forma inesperada. Tomo notas caóticas, que sólo yo entiendo, y a veces ni siquiera entiendo. Ideas de tramas, de escenas, de personajes. Antes de comenzar a escribir trato de establecer un orden en ese caos, de modo que cuando empiezo un cuento o una novela creo saber más o menos adónde quiero ir. Pero al escribir la dirección cambia, las situaciones se transforman, surgen nuevos argumentos y nuevos personajes, y otros se vuelven falsos y desaparecen. Entonces vuelvo a tomar notas, a trazar otros planes, otros bosquejos. Y empiezo de nuevo. Escribo y reescribo. Tacho y añado. Escribo a mano siempre. Sólo después de varias versiones a mano estoy listo para lo que era antes la máquina de escribir y ahora la computadora.

Los que te conocemos de cerca sabemos de tu pasión casi enfermiza por el cine, sabemos que en el escritorio, en la redacción de El Nuevo Herald, siempre tienes junto al teclado un libro para las horas muertas y una película para ver cuando llegues a los silencios de casa. ¿Cómo influye el cine en tu obra?, ¿qué relación existe entre la degustación y el conocimiento enciclopédico del film noir, y la consciente oscuridad existencial que transita tus argumentos?

Si voy a creerle a mi familia, aprendí a leer yo solo a los cuatro años, con muñequitos y libros ilustrados. Al parecer desde entonces relacioné la imagen visual con la palabra escrita. Luego el cine, que me fascinó desde muchacho, amplió el vínculo entre la narración y la imagen. Tal vez por eso me esfuerzo en escribir textos que el lector pueda ver. Creo que mi inclinación por el film noir proviene de que mi propia vida ha tenido muchos matices y episodios sombríos, y por lo tanto mi escritura también. Pero no podría hablar de una relación de causa y efecto. Por ejemplo, me encantan también las películas de samurai, y te aseguro que nunca le he arrancado la cabeza a nadie, aunque cuando me emborrachaba y me drogaba a veces fantaseaba que era Toshiro Mifune o Tatsuya Nakadai, para acabar con algunas personas despreciables. Afortunadamente, hace 24 años que no me emborracho ni me drogo, y a los despreciables prefiero dejarlos vivos, aunque procuro que estén lo más lejos posible de mí.

Todo novelista contemporáneo lleva dormido en el pecho un director de cine, pero tu carácter, esa "secreta aversión por el tumulto" y la manera de pararte ante las practicidades de la vida, no me dejan imaginarte en un set de filmación gritando órdenes desde un megáfono, doblando las voluntades de actores e iluministas. Varios escritores cubanos han trabajado directamente para el cine, Cabrera Infante, Antonio José Ponte y Senel Paz cargan con sus créditos de guionistas, y Jesús Díaz dirigió y escribió sus películas. ¿Cederías a la tentación?, ¿aceptarías el reto de escribir un texto concebido como guión cinematográfico, que tu argumento termine proyectado en una pantalla y no en forma de libro?

Para mí el acto de crear siempre ha sido un acto solitario. No concibo crear otra cosa que no sean mis cuentos y novelas, que sólo obedecen a mis propias leyes y en las que trabajo solo, en el tiempo que quiero y de la forma que quiero.

Me decías al inicio que disfrutabas lo mismo de los Beatles que de Shostakovich, y tus amigos cercanos conocemos que paralela a tu pasión por el cine cabalga tu devoción por la música. ¿Cómo te afecta y cuánto te puede marcar —o rescatar de la memoria— una sinfonía intensa como la Patética de Chaikovsky, o una balada rock de los Beatles? ¿Requieres del "silencio absoluto" para escribir, o puedes hacerlo oyendo música?

Para mí la música es más importante que la literatura y el cine, lo que es mucho decir. Creo que podría vivir sin leer ni ver películas (no quisiera vivir de esa forma, pero podría sobrevivir), pero no podría hacerlo sin escuchar música. Mi gran aspiración, casi imposible de lograr, por supuesto, es imitar la música mientras escribo. Vale la pena que hable un poco de esto. Hasta hace relativamente poco yo rechazaba gran parte de la música clásica del siglo XX. Mi gusto llegaba solamente hasta, digamos, Sibelius y Debussy, y una parte de la obra, la más accesible, de Bartok y Shostakovich. La música del siglo XX que me arrebata es la popular, desde las rancheras de mi infancia hasta la música popular norteamericana y británica a partir de los años 60.

Es decir, que al escribir lo que he tratado de imitar en la música es la melodía. Y yo relaciono la melodía en la música con la historia en la narrativa. Igual que rechazo, o rechazaba hasta hace poco, la música sin melodía o de melodía difícil de percibir de muchos compositores clásicos del siglo XX, así rechazo en mi escritura, y quiero subrayar esto bien, en mi escritura, no en mis lecturas, la ficción que no se sustente en historias, en argumentos, en personajes. Eso ha hecho que algunos de mis amigos escritores (mis amigos han sido mis principales críticos y lectores), a lo largo de mi vida, me reprochen lo que ellos perciben como una tendencia a hacer una literatura pasada de moda. Pero eso jamás me ha importado.

Nunca me ha importado si lo que escribo se ajusta a la moda, si suena antiguo o moderno. Además, lo moderno viene de adentro. Si un escritor es auténtico, y yo aspiro a serlo, su obra siempre va a reflejar su época. Yo sé lo que quiero conseguir al narrar. Que lo logre o no es otra cosa. Es curioso, sin embargo, que en esa larga lista de escritores que admiro, en ese catálogo interminable, varios estén en el extremo opuesto a lo que busco en mi escritura: pienso en Joyce, en Virginia Woolf, en Robbe-Grillet, en Faulkner, en Herman Broch, en William Gass, y para hablar de cubanos, en Lorenzo García Vega, en Lezama, en Reinaldo Arenas, que se caracterizan por romper los moldes narrativos y acercarse en ocasiones a la música clásica moderna, donde más que la melodía lo que interesa es el ritmo, el experimento, el desafío a las estructuras, la originalidad de los sonidos, la búsqueda de nuevas formas de expresión.

Sin embargo, a pesar de mi devoción por la música, o tal vez por eso, no puedo escucharla mientras escribo. Necesito silencio.


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