Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Medio Oriente

Arenas movedizas

No es un misterio para nadie, ni para Washington, lo imposible de encontrar una vía de salida al conflicto iraquí.

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Irak vive en estado de guerra desde hace treinta años, ha declarado guerras sanguinarias contra sus vecinos regionales —la guerra contra Kuwait, Irán y contra los kurdos—; ha empleado armas bacteriológicas, facilitadas por las democracias europeas, en sus guerras expansionistas; y desde hace veinte años, sus riquezas de hidrocarburos alimentan tensiones internacionales que se agregan al explosivo y complejo tejido interno, caracterizado por enfrentamientos étnicos y religiosos que la feroz dictadura de Sadam Husein neutralizó mediante el terror: pretexto tomado por Estados Unidos para invadir ese país.

Cabe recordar que, hasta ahora, ninguna de las potencias democráticas del mundo se ha sentido incómoda con la presencia de petrodictaduras.

Los atentados del 11 de septiembre condujeron al gobierno de Bush a emprender una "cruzada" contra el terrorismo y escogieron Irak para comenzar esa guerra. Las razones de esa decisión parecen haber sido la necesidad de desenfundar rápidamente y disparar para demostrar que la valentía y el honor seguían intactos, como en las películas de vaqueros; que la lucha contra una dictadura es siempre bien recibida por la opinión pública y, por último, una reacción edípica: la oportunidad para Bush junior de terminar el trabajo que su padre dejó inconcluso cuando era presidente de Estados Unidos y se enfrentó al mismo dictador.

Ciertamente, los americanos derrotaron fácilmente al ejército de Husein, pero abrieron la caja de Pandora de los enfrentamientos ancestrales, religiosos y étnicos. Como en todo poder, la prepotencia les hizo ignorar estos condicionamientos, más aún cuando es una sociedad aún con rasgos medievales. Salvando las distancias, de igual manera actuó el Che Guevara en el Congo y en Bolivia, y sabemos cómo terminaron ambas experiencias.

No es un misterio para nadie, ni para el propio poder americano, que Estados Unidos está metido en unas arenas movedizas en las que difícilmente encuentre vía de salida. De hecho, nadie desea que el ejército norteamericano abandone el territorio iraquí. Ni Irán, pues la presencia de EE UU le permite radicalizar la situación y ganar adeptos para su lucha contra el "imperialismo"; ni el gobierno iraquí, que tendría que enfrentar solo la espantosa guerra civil que tiene lugar allí; ni los países limítrofes, que tendrán que enfrentar las ambiciones de Irán de convertirse en la gran potencia de la zona; tampoco los europeos, que tendrían que tomar cartas en el asunto.

Por otro lado, a Washington le resulta imposible poner término a la guerra civil: el arte de guerra que emplean las guerrillas sunitas no da pie para neutralizarlas, pues no aparece un líder que pueda convertirse, en cierto momento, en interlocutor; no se sabe qué reivindican, ni por qué programa luchan.

El discurso oficial y la realidad

Recientemente, seis suboficiales pertenecientes a la famosa 82 División Aerotransportada, al término de quince meses de servicio, decidieron dar a conocer al público la situación de incertidumbre de las tropas estadounidenses.

El propósito de publicar su testimonio en The New York Times fue revelar el abismo entre el discurso oficial y la realidad vivida en el terreno de la guerra. Vistos desde Bagdad, los debates sobre Irak en Estados Unidos resultan irreales. Estos militares narran con lujo de detalles la violencia incontrolable, la desconfianza permanente hacia los "aliados"; las ambigüedades y contradicciones de lo que califican como "ocupación" militar, que "jamás será aceptada por los iraquíes, lo que hace imposible obtener el apoyo de la población", agregan.

También describen el tipo de guerra al que se enfrentan. Por ejemplo, comentan que fueron oficiales del ejército iraquí quienes ayudaron a los terroristas que perpetraron un atentado contra soldados norteamericanos, del cual ellos mismos fueron víctimas. Aunque hubiesen querido, los civiles no lo denunciaron por temor a las represalias de las milicias chiítas, que los habrían masacrado.

Los suboficiales estadounidenses declararon que el gobierno de Bagdad teme a las milicias sunitas, rivales de Al Qaeda y armadas y equipadas por los norteamericanos, pues saben que declararán la guerra al ejecutivo cuando no esté el ejército norteamericano.

Asimismo, estiman que el gobierno de Bush ha fracasado, por no haber podido cumplir las promesas hechas a los iraquíes. En su opinión, "reemplazaron la tiranía del partido Baas por una tiranía de la violencia islamista, de las milicias y de criminales". Cuando los GI distribuyen alimentos a la población, la gente les dice que lo que necesitan es "seguridad, y no comida": pero los americanos no pueden brindarle hoy seguridad. "Nuestra presencia libró a la población de un tirano, pero la privó del respeto de sí misma", afirman. Para recuperar su dignidad, el mejor medio "es vernos como un ejército de ocupación y de obligarnos a retirarnos", concluyen estos oficiales, que firman el artículo con sus nombres.

Por buena voluntad que se tenga, aunque se ocupe un país en nombre de la democracia, se trata de una ocupación militar y ningún sentimiento nacional lo admite. Manifestaciones de este tipo, se están viendo ya en Bolivia, donde el sentimiento nacional se manifiesta de manera rotunda contra la presencia de militares cubanos y venezolanos.

El sentimiento venezolano ha dado muestras de tibieza, pero no es de excluir que en algún momento aflore: cuando esto suceda, a ver cómo reaccionarán las fuerzas militares y civiles de ocupación del gobierno cubano.


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