Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Haití

¿Cómo miramos la pobreza de Haití?

Cuba deberá afrontar el reto inmigratorio haitiano en un futuro no lejano. La fuerza de trabajo haitiana será él único recurso que tendrá la nación para compensar su despoblamiento y envejecimiento

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Una de las preguntas que más personas me hacen cuando conocen mi apego a los temas caribeños, es la causa del atraso económico de Haití.

Nuestros vecinos han pasado a ser uno de los países más pobres del mundo. Y ello, a pesar de las conocidas abnegación, laboriosidad y energía de sus nacionales.

También la pregunta se la han hecho numerosos especialistas, quienes han querido ver un conglomerado de causas que ha incluido la destrucción acaecida durante la guerra antiesclavista e independentista que infligió la primera derrota significativa a un ejército napoleónico, el cerco contrarrevolucionario aplicado contra la República Negra —que incluyó el pago de una compensación a Francia— y la debilidad institucional haitiana, entre otros factores.

Evidentemente todas son causas atendibles que ayudan a explicar el fenómeno. Pero me temo que ninguna consigue una explicación suficiente. Valga recordar que durante todo el siglo XIX, Haití fue una nación más dinámica económicamente que República Dominicana (de hecho era una vía fundamental de conexión de la raquítica economía dominicana con el mundo) y su vida republicana (no quiero decir democrática) era más sofisticada que la de muchos países latinoamericanos. El pago de compensaciones a Francia, aunque gravoso, nunca tuvo el efecto paralizante que los analistas nacionalistas han querido mostrar.

La decadencia haitiana comienza realmente en el siglo XX. El país estaba densamente poblado y su tierra agrícola estaba fragmentada en innumerables minifundios como resultado de la reforma agraria, por lo que cualquier intento de introducir una economía de plantaciones hubiera resultado catastrófico políticamente. Eso lo entendieron claramente los americanos cuando ocuparon el país en 1915 y tuvieron que afrontar una vigorosa insurrección campesina. Por ello Haití no pudo seguir el camino contradictorio y doloroso, pero modernizador de las inversiones en plantaciones azucareras como sucedió en Cuba, República Dominicana y Puerto Rico. Y mientras que estas sociedades experimentaron una espiral de crecimiento desde principios del siglo XX, Haití no pudo hacerlo.

Ello no significa que Haití haya quedado “fuera”. Se insertó, pero de la peor manera. Lo que Haití hizo fue vincularse al mercado regional hegemonizado por Estados Unidos exportando su recurso más abundante: fuerza de trabajo desprotegida y poco calificada. Y por consiguiente quedó condenada al desangramiento sociodemográfico y empotrada en la periferia de la periferia. Esta es la razón principal que explica el retraso haitiano, que hacia el primer tercio del siglo XX haya sido superada por República Dominicana (las matanzas de haitianos ejecutadas por Trujillo fueron un síntoma de ello) y que hoy se encuentre en una situación de postración tan lamentable.

Pero hay dos cosas que no quiero decir.

No quiero decir que esta haya sido la razón única. Es evidente, por ejemplo, que una élite política más responsable y sensible (la elite haitiana es particularmente insensible y depredadora) hubiera podido variar algunas reglas del juego económico regional. Pero creo que si una élite de esa naturaleza no apareció, ello tuvo que ver con la existencia de una “funcionalidad” regional que cerraba alternativas.

Tampoco quiero decir que la pobreza haitiana sea responsabilidad de dominicanos y cubanos, como un nacionalismo vulgar estaría dispuesto a afirmar. La pobreza haitiana es resultado del funcionamiento capitalista regional, que privilegió las inversiones y los avances técnicos en los dos países que recibieron braceros haitianos.

Pero si es indudable que existe un reto mayor en la relación de estos países con Haití.

Todavía los haitianos siguen emigrando hacia República Dominicana, y contribuyendo al crecimiento económico de ese país, pero no hay un reconocimiento de sus aportes. Ni siquiera existen políticas dirigidas a considerar a los inmigrantes haitianos como merecedores de afectos básicos, y en consecuencia son victimizados de mil maneras y sus descendientes despojados de derechos. Nunca conocí un restaurante haitiano presentable en toda la geografía de Santo Domingo. Si la sociedad dominicana quiere dar un paso adelante, tiene que comenzar por entender que la diferencia es una virtud, que existe una minoría étnica dominico/haitiana cuya cultura es parte de su realidad nacional.

Respecto a Haití hay signos de la política cubana que son positivos, como es el caso de la loable cooperación en la salud. Pero el asunto que discutimos es otro. Desde la década del 30 no hay migración haitiana consistente hacia Cuba, aunque en el oriente cubano viven varias decenas de miles de personas de origen haitiano, cuya vigorosa cultura sólo ha sido reconocida como folclore. Pero Cuba deberá afrontar el reto inmigratorio haitiano en un futuro no lejano, cuando el mercado laboral se flexibilice. Y la fuerza de trabajo haitiana será él único recurso que tendrá la nación para compensar su despoblamiento y envejecimiento.

Todo un reto, si tenemos en cuenta el marcado racismo de la sociedad cubana, el nacionalismo insularista que incluso impide entender la realidad de nuestra naturaleza transnacional y la carencia de una cultura política democrática y tolerante que permita asumir la diferencia como parte de su constitución nacional.


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