Actualizado: 23/04/2024 20:43
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Internacional

Medio Oriente

De tribus, democracia, religión y petróleo (I)

Afganistán e Irak no están preparados para el ejercicio democrático: antes de la existencia de instituciones hace falta una cultura al respecto.

Enviar Imprimir

Luego de la desintegración del Imperio Otomano, Inglaterra creó artificialmente el territorio de Irak —la "pérfida Albión"— a partir de las provincias de Mosul, Bagdad y Basora, que no tenían nada que ver. Este Estado llegó hasta nuestros días sin estallar en pedazos debido a la represión sangrienta impulsada por los gobernantes sunitas, que siempre lo han regido. El gobierno central iraquí que se mantuvo en el poder durante el siglo XX fue el instrumento utilizado por una comunidad étnico-religiosa para beneficiarse de los ingresos del petróleo y oprimir a las restantes.

Tras la guerra en Irak, Estados Unidos buscó un gobierno democrático modelo para el mundo árabe, lo que muchos consideraron excusa de una política intervencionista, para imponer valores occidentales. Históricamente, los regímenes árabes autoritarios han adoptado reformas superficiales sin provocar un cambio real en las estructuras políticas. Ello no ha sido óbice para que Washington mantenga intereses en el ámbito económico y de seguridad (petróleo, antiterrorismo y la paz árabe-israelí) que requieren una relación amistosa con estos gobiernos autocráticos.

Tanto en Afganistán como en Irak, el error estratégico de la campaña militar norteamericana no es de tipo militar, sino que reside en su objetivo político de intentar establecer un modelo democrático sustentado en fuerzas de ocupación del Occidente cristiano, en un medio islámico. Situación esta que otorga legitimidad a los derrotados talibanes afganos y sunitas iraquíes para lanzar una lucha "contra la ocupación".

Sin duda, la geopolítica regional norteamericana aplicada al Medio Oriente ha encontrado los mismos escollos que enfrentaron los ingleses durante su égida colonial en la región. El dilema siempre fue y es la tarea de administración y pacificación. No se esperaba que en Afganistán resurgiese nuevamente el Talibán islamista. La estrategia contra la Hezbolá islamista en el Líbano sólo ha traído el incremento de su influencia, poniendo nuevamente en peligro la estabilidad de ese país multiétnico.

Así, la recién nacida independencia del Líbano de la ocupación Siria, y su experimento democrático, pueden extinguirse en una senda de guerra civil. Al forzar elecciones democráticas entre los palestinos, se eliminó la autoridad de la organización Al Fatah, la única capaz de imponer el orden allí, para resultar electa en su lugar la islamista Hamás, la Némesis de Israel.

El mismo error fue cometido en Somalia, cuando la Casa Blanca apoyó a los sanguinarios caudillos para contraponerlos a los islamistas, que en realidad ya no eran tan decisivos en el país. Ello propició el fortalecimiento y la popularidad de los fundamentalistas, que se apoderaron del sur e involucraron a Etiopía.

¿Es viable un Estado unificado en Irak?

La equivocación no está en la incapacidad de los iraquíes para gobernarse pacíficamente. Dicha acusación no toma en cuenta que es un país artificial, escindido en etnias, religiones y tribus, que se mantuvo gracias a la fuerza dictatorial. Asimismo, no considera que tras la victoria militar, Estados Unidos destruyó el tejido social sunita que mantenía el control del país.

El cronograma que se estableció para elegir un gobierno, diseñar una Constitución, construir un ejército y una fuerza policial iraquí ha sido irreal, no sólo por el poco tiempo propuesto, sino porque no aborda el tema central, el balance étnico, y abandona a su suerte a los sunitas. La Constitución redactada por los chiítas y los kurdos ha pasado por alto las objeciones de muchos sunitas.

El gobierno de Irak necesita negociar con Siria e Irán para lograr la paz regional, pero las consideraciones geopolíticas norteamericanas se lo impiden. El apoyo internacional por la "reconstrucción de Irak" se desvanece, pues los países europeos de la OTAN prefieren realizar las tareas de mantenimiento de la paz en áreas seguras y no desean que sus fuerzas se mezclen en combates.

Washington cree que debe impulsar la democracia por toda la región. Su agenda de promoción de la libertad, aunque diferente de la utopía del otrora presidente Woodrow Wilson, es en beneficio, sin altruismos idealistas y como el mejor medio de defender la seguridad nacional de Estados Unidos y de Occidente, bajo la noción de que las dictaduras son caldo de cultivo del terrorismo. Un objetivo que no comparten todas las élites que gobiernan en el Medio Oriente, ya de por sí despóticas.

El paradigma de un Irak unificado y democrático como modelo para el Medio Oriente, y que induzca reformas democráticas en otros países árabes, cuenta con escollos insalvables. Por un lado, no es viable un Estado unificado en Irak, ni siquiera una democracia étnica y, por tanto, no resulta un modelo para la zona.

Por otra parte, las sociedades islámicas actuales repudian la democracia como sistema político. En su anhelo por "difundir la democracia", Estados Unidos no se percata de que el término significa algo distinto en aquellos países con poca experiencia democrática, tales como Afganistán e Irak. En estos se vota de conformidad con lo que ordenan sus líderes religiosos o tribales, o sus jefes militares.

La paradoja islamismo-democracia

La estrategia norteamericana se ha dirigido a lograr un Irak y un Oriente Medio democráticos, sin que dejen de ser islámicos. Pero ello es una paradoja, pues la aconfesionalidad es una condición sine qua non de toda democracia. Por tal razón, ya desde el principio, la administración provisional de la coalición, encabezada por Paul Bremer, se oponía a que en la misma se consagrara la sharia como principal fuente legal.

Sin embargo, la Constitución elaborada y aprobada por los iraquíes incluye el concepto confesional islámico como fuente de derecho, apuntando que las leyes no pueden ser contrarias a los principios del Islam.

El hecho es que el Islam y su sharia (las leyes religiosas) no son compatibles con la democracia. La sharia o "Ley de Dios" es una amalgama de reglas provenientes del Corán y del hadiz, los hechos y actos del Profeta Mohammed. La sharia considera delito grave el adulterio y lo castiga con la lapidación; además, otorga al padre de familia amplios poderes sobre su mujer y sus hijos, y permite la poligamia. Todo esto es impropio de un país democrático.

Además, no sólo existe el nudo insuperable de la contradicción entre Islam y democracia; cuenta además la negativa de las élites de los países del Medio Oriente para emprender tal camino. Un Irak laico-democrático es una aberración que los guías religiosos rechazan, boicotean y condenan por herética. Además, los intelectuales árabes la consideran un postulado hipócrita por el respaldo de Occidente a regímenes despóticos como los de Pakistán, Arabia Saudita, Kuwait, Bahrein, Qatar y Omán, entre otros.

Mientras, en los bazares y cafés se asocia la democracia con la ocupación militar de los "infieles". Para el ciudadano islámico existe otra contradicción de Occidente cuando se repudia al gobierno de los ayatolás de Irán, pero se apoya al de Irak dominado por militantes chiítas con lazos íntimos con Teherán, y se promueven elecciones en las cuales participan partidos religiosos chiítas financiados por la teocracia iraní.

Existen puntos en la agenda norteamericana que difícilmente puedan ser aceptados por unos u otros miembros de las tres etnias: una democracia desbalanceada por el factor étnico, los derechos femeninos y el control sobre el área petrolera de Kirkuk en pleno territorio kurdo. Un Estado central, democrático, es una fantasía en un Irak compuesto por grupos étnicos disímiles y en pugna. Ahí radica la persistencia y la raíz de la violencia, y la legitimidad que encuentran los terroristas extranjeros y los guerrilleros sunitas para mantener vigentes sus agendas.

En teoría, varios Estados del mundo islámico poseen constituciones liberales, pero carecen de cultura política, sociedad civil o instituciones requeridas para sustentar un sistema político abierto. En Afganistán, la autoridad del gobierno central de Hamid Karzai es débil en varias partes del país que están en manos de los "señores de la guerra" locales.

En Afganistán e Irak existe una falsa compensación entre la seguridad y las libertades, pues este balance sólo concurre en las sociedades democráticas desarrolladas. En síntesis, ambos países no están aún preparados para el ejercicio democrático: antes de la existencia de instituciones democráticas (división de poderes, multipartidismo, sociedad civil, elecciones, libertad de opinión, etcétera), se requiere una cultura democrática.