Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Medio Oriente

De tribus, democracia, religión y petróleo (III)

El dilema de Irak es interminable. Las tres etnias esperan la retirada del último soldado norteamericano para desatar una guerra civil.

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No debe sorprender que en Irak los principales actos de violencia se produzcan en el llamado "triángulo sunita", donde el terrorismo encuentra apoyo popular. Es segura la implicación de ex funcionarios y militares del derribado régimen baasista, cuya meta es lograr la retirada militar de la coalición para recobrar el poder. Miles de ellos perdieron sus funciones y otros tantos esperan para ser encausados.

No debe olvidarse que los miles de integrantes de los aparatos represivos de Sadam Husein eran expertos en operaciones clandestinas. Se ha rumoreado incluso que el general Ezzat Ibrahim, número dos del régimen, estuviese al frente de muchos ataques.

Pero a ciencia cierta se desconoce quién está preparando los atentados; nadie se los atribuye y las autoridades iraquíes y norteamericanas no han podido esclarecerlo. Si bien los atentados terroristas y ataques guerrilleros son resultado de una esmerada preparación y coordinación, puede colegirse que tienen orígenes disímiles: extremistas chiítas, ex militares sunitas, ex baasistas sunitas, y extranjeros yihadistas que reverencian a Osama Bin Laden y se infiltran por las abiertas fronteras con Irán y Siria.

Es difícil convencer a la minoría suní, desafecta y armada, para que abandone la lucha contra el gobierno central, ya que se considera a merced y víctima de una alianza tribal kurdo-chiíta. La prensa de Occidente exagera la acción de los yihadistas extranjeros, y minimiza la dominante y más voluminosa sublevación sunita, sólo para demostrar que los extranjeros fundamentalistas son la causa de la mayor parte de los problemas, y no los iraquíes.

¿Rehacer el país?

Otra noción que se soslaya es que los nacionalistas sunitas, que representan cerca del 90% de la insurrección, no se relacionan con los yihadistas extranjeros.

El gobierno central, dominado por chiítas y kurdos, no ofrece incentivos a los sunitas para que pongan fin a su beligerancia y se sometan a la descentralización del Estado iraquí. No se promueve un intento de reconciliación con los sunitas (20% de la población), pues Washington se apoya tozudamente en los grupos que controlan el gobierno y se oponen ferozmente a los sunitas: chiítas (60% de la población) y kurdos (el 20%).

Una de las claves para la paz es lograr que los sunitas no sigan desencadenando terror. Hay que entender que aparte de los terroristas, envueltos en la violencia figuran también combatientes sunitas, temerosos de las represalias de un gobierno teocrático chiíta.

Irak dispone de una nueva Constitución, un gobierno elegido en las urnas, así como de fuerzas armadas y policías de seguridad. Pero ello no ha impedido el incesante derramamiento de sangre sectario, y por eso los iraquíes discuten con franqueza si el único modo de detener la violencia es rehacer el país que acaban de edificar.

Con la descentralización se focalizaría la violencia y se facilitaría su fin, al perder los terroristas extranjeros apoyo en la población y pasar a ser combatidos por los propios iraquíes. Asimismo, un Estado central, federal, más bien simbólico, no contaría con los medios para imponerse sobre tres Estados étnicos cuasi independientes.

Los chiítas constituyen el 60% de la población y aspiran a vindicarse de las décadas de opresión a que fueron sometidos por la minoría sunita. Los kurdos y sus milicianos poseen su propio cuasi-país, en el cual el gobierno central y sus símbolos no existen. En las áreas sunitas, los guerrilleros controlan efectivamente muchos pueblos. A diferencia de lo que se piensa en las capitales de Occidente, lo que sí intensificará la guerra civil será no permitir el autogobierno en esas regiones.

Los chiítas han transformado el sur en un Estado fundamentalista, con sus alianzas con los chiítas de Irán. El premier iraquí, el chiíta Nouri al-Maliki, hace todo lo posible por posponer el desarme de los milicianos chiítas responsables de matanzas, y aboga porque Estados Unidos siga entrenando las fuerzas de seguridad, en preparación de combatientes necesarios para la guerra civil que todos esperan luego de la retirada norteamericana. Así, las milicias chiítas han infiltrado las fuerzas de seguridad y el Ministerio del Interior.

El Tigris, ¿nuevo Muro de Berlín?

Los chiítas proclaman constantemente que se hallan en una carrera contra el tiempo para establecer el federalismo. Las principales figuras políticas chiítas, como el gran ayatolá Ali al-Sistani, el clérigo musulmán más reverenciado, promueven el plan para dividir al país como una forma de separar las sectas beligerantes.

Abdelaziz Hakim, uno de los líderes de la Revolución Islámica, apoya la creación de nueve provincias en el sur, donde se halla el 60% de las reservas petroleras. Los consejeros de Hakim han diseñado propuestas para los derechos y los límites territoriales de un Estado independiente chiíta.

"El federalismo separará a todas las áreas del país que están incubando al terrorismo de aquellas que están evolucionando y mejorando", dijo Khudair Khuzai, ministro de Educación chiíta. "Haremos lo mismo que Kurdistán. Colocaremos soldados a lo largo de las fronteras".

Se apunta que la descentralización autonómica encontraría dificultades en ciertas ciudades, en las cuales, como en Beirut, no están definidos los límites entre las comunidades étnico-religiosas; pero esto no es problema insalvable. Las provincias de Bagdad, Diyala, la norteña Babil y la sureña Salahuddin son completamente heterogéneas, a menudo retazos de pueblos chiítas y sunitas. Basora, en el sur, incluye una sustancial minoría sunita, mientras que Mosul, en el norte, engloba un número significativo de árabes chiítas, kurdos y tucomanos.

Como solución, se debate dividir Bagdad, con el río Tigris como especie de Muro de Berlín, para distanciar el este, de la ciudad mayormente chiíta, del oeste, en su generalidad sunita. Los sunitas y chiítas ya proclaman que la división de Bagdad será la solución.

A partir del momento en que desaparezca la presencia norteamericana, con la actual estructura de Estado, gobierno y Constitución, es casi seguro el estallido de una guerra civil que envuelva las tres comunidades, debido a la incongruencia con la realidad que posee la Constitución actual, promovida por Estados Unidos.

Según esta última, cualquiera de las provincias de Irak, o un grupo de ellas, puede celebrar un referendo para formar una región federal. Para que tal cosa no suceda es imprescindible alcanzar un eventual acuerdo político entre las tres etnias, que sofoque la violencia y se complemente con una mejor relación con Siria y Turquía, ofreciendo al gobierno de Bashar el-Assad el incentivo de que no se intentará socavarlo.

Por su parte, Estados Unidos tendría que aceptar un gobierno diferente al modelo democrático occidental que ahora fuerza en Irak.

El dilema de Irak es interminable: un plan de democracia rechazado por todas las fuerzas políticas iraquíes e incongruente con el Islam; tres etnias armadas que no reconocen ni quieren un Estado central o federado, y que sólo esperan la salida del último soldado norteamericano para declarar sus independencias nacionales; tres territorios, dos en posesión de ingentes reservas de hidrocarburos y uno sin petróleo; Turquía al norte, dispuesta a no permitir un Estado kurdo en Irak; Siria, al noroeste, apoyando a la facción sunita contra kurdos y chiítas; Jordania, al este, con aspiración de recuperar la perdida faja sunita, para así rehacer la monarquía Hachemita; Irán, al este, apoyando a los chiítas del sur en sus aspiraciones; una guerra civil sunita mezclada con terrorismo antinorteamericano.