Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Myanmar

Desastre a la vista

La Junta Militar birmana abandona a los ciudadanos tras la tragedia provocada por el ciclón Nargis.

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El pasado 23 de mayo, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, inició su visita a Myanmar con un mensaje de optimismo trasmitido al mundo ante la tragedia y amenaza de muerte de millones de personas por falta de ayuda humanitaria: la Junta Militar birmana aceptaría la entrada al país y el trabajo sobre el terreno de todos los cooperantes extranjeros.

Tres días después, el 26 de mayo, Ban se retiró de ese país con una frase cargada de escepticismo: "Mi sincera esperanza es que hagan honor a su compromiso, lo que tenemos todavía que ver".

Su reacción no tiene nada de sorprendente, porque el día anterior, durante una conferencia internacional para recaudar fondos de ayuda al pueblo birmano, el primer ministro, el general Thein Sein, con un cinismo olímpico, proclamó: "Terminada" la fase de asistencia a los supervivientes, las tareas serán de "rehabilitación y reconstrucción".

La dimensión de la tragedia y las muertes provocadas por el ciclón Nargis, que azotó Myanmar el pasado 2 y 3 de mayo, parece que nunca podrán ser evaluadas debidamente. El secretismo de la Junta Militar, los obstáculos a la presencia de grupos humanitarios, la xenofobia expresada desde el primer momento, al admitir sólo asistencia de países asiáticos que no cuentan con los recursos necesarios, y un desprecio total por el destino de su pueblo caracterizan otro de los capítulos sombríos de la historia del siglo XXI.

Cuando el general Thein Sein hizo estas declaraciones sabía perfectamente que la ayuda humanitaria no había llegado al 80% de los sobrevivientes, o sea, cerca de 2,5 millones de personas estarían sin viviendas, agua potable y medios para sobrevivir. Los cálculos oficiales apuntan hasta la fecha que Nargis ha causado la muerte a unas 78.000 personas y otras 56.000 se hallan desaparecidas. En tanto, la ONU ha cifrado los fallecidos en 100.000.

La hambruna

El pasado 24 de mayo, una agencia internacional de noticias informó desde Rangún que la región del sur de Birmania arrasada por el ciclón ya sufre una crisis alimentaria que se extenderá al resto del país, y la gente afronta las amenazas de la desnutrición y la hambruna, a menos que reciba comida de forma inmediata.

Así lo advirtió la representación en Rangún de Acción Contra el Hambre (ACF), una de las pocas agencias internacionales de ayuda humanitaria que tienen permiso del régimen para trabajar sobre el terreno en Myanmar.

Tres semanas después de que la tormenta tropical arrasara el delta del río Irrawaddy, el difícil acceso a las zonas afectadas, la enorme destrucción y la lentitud en la respuesta de las autoridades a la emergencia, así como el bloqueo a la ayuda exterior, han llevado a que pueblos enteros todavía no hayan recibido alimentos.

"La situación es muy grave, necesitan comida ya, en algunos casos puede ser cuestión de horas", señaló Franck Vanetelle, especialista en seguridad alimentaria de la ONG francesa.

Los más vulnerables son los niños, los únicos que ahora logran comer algo de arroz de las raciones de sus padres, y en poco tiempo podrían morir si no fortalecen sus defensas frente a las enfermedades con proteínas y vitaminas que no hallan en el cereal de pésima calidad que consumen, el que les ha quedado de las cosechas destruidas.

"El primer paso es la crisis alimentaria, en la que ya estamos, luego viene la nutricional, si no se pone remedio inmediato, y la tercera fase es la hambruna en toda regla", comentó el técnico.

Hugues Robert, jefe de la unidad de emergencia de Médicos Sin Fronteras, dijo al semanario portugués Expresso que ya detectaron "malaria, dengue y en particular enfermedades respiratorias" en las zonas todavía inundadas por las aguas del ciclón.

Por su parte, UNICEF calcula que un millón de niños y niñas necesita ayuda inmediata, y existe una creciente preocupación por la posibilidad de que se produzcan brotes de enfermedades letales.

Mientras el drama se agrava, cerca de las costas birmanas esperan barcos con helicópteros y equipos con capacidad para depurar 265.000 litros diarios de agua. Para los militares birmanos, quienes acaban de prorrogar la prisión domiciliaria a la opositora Aung San Suu Kyi, el problema ideológico es que estos recursos han sido enviados por Estados Unidos, Francia y Reino Unido. Ayuda inaceptable, según ellos, porque puede traer virus de transparencia, democracia y derechos humanos. En Asia, algunos xenófobos extremistas califican a veces a los ciudadanos de algunos de estos países occidentales de "diablos extranjeros".

Reacción de militares

Resulta también ilustrativa del desprecio de los militares por el destino de su pueblo, la actitud del jefe de la Junta, el general Than Shwe, de 76 años y experto en guerra psicológica. Esperó 14 días en su refugio dorado de la ciudad de Naypydaw, a unos 380 kilómetros de la zona de la tragedia, y sólo entonces apareció en público para visitar un campamento de víctimas de la catástrofe, previamente preparado al efecto, ya que iría acompañado por periodistas extranjeros. Than Shwe es calificado ya, quizá con alguna razón, de "cara de bulldog".

La otra maniobra burda de los militares fue incautar las cajas de alimentos y de ayuda humanitaria y colocarles etiquetas como si fuesen obsequios de la Junta Militar.

Cuando en 2005 el Consejo de Seguridad adoptó algunas líneas generales que permitieran a la comunidad internacional actuar en los casos que los gobiernos no eviten genocidios, limpiezas étnicas o crímenes de lesa humanidad, no incluyeron una eventual reacción en casos de desastres naturales.

Recientemente, el embajador francés ante la ONU, Jean Maurice Ripert, se quejó con alguna amargura: "Es verdad que no se incluyeron los desastres naturales, porque en ese momento a nadie se le ocurrió que un gobierno se atrevería a dejar de asistir a su propia población en una situación como la de Myanmar".

Los resultados están a la vista. Los generales genocidas de Myanmar se atreven de nuevo.


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