Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Opinión Política

¿Dos izquierdas?

Entre la democracia y el populismo, en ciertos países de América Latina no son buenos los augurios para el año 2010

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Hay quienes consideran el panorama político latinoamericano enfrentado al dilema de escoger entre dos izquierdas: una democrática y otra no.

Dilema que más parece responder a la dificultad de quienes lo han formulado para explicar la emergencia del fantasma que hoy recorre a América bajo la forma de un movimiento social-fascista que ha cobrado auge en amplios sectores de la población del continente; movimiento que se viste de rojo, aunque le correspondería mejor el pardo. (En Europa existe la denominación de movimientos “pardo-rojos”, una mezcla que, por cierto, no es inédita en la historia del siglo XX).

Dejando de lado las cavilaciones de quienes tradicionalmente se han identificado con las antiguas corrientes de izquierda que intentan hoy, a toda costa, rescatar algunos de sus valores, lo que se percibe, en lugar del enfrentamiento derecha/izquierda, es la tensión entre un sector que ve sus aspiraciones realizarse en el marco de la democracia y de los principios republicanos, y otro sector que se inclina hacia la tendencia monárquico-totalitaria de amplia tradición en el continente. Tendencia aderezada hoy con el plumaje de leninismo y del social-fascismo, lo que imprime al fenómeno un carácter colectivo, algo novedoso respecto a las dictaduras del pasado. Nada extraño en un continente de mestizajes.

Dos acontecimientos políticos demostraron recientemente la presencia de esas tendencias incompatibles.

El 13 de diciembre se celebraron en Chile, sin sobresaltos y sin tutela internacional, irreprochables elecciones presidenciales. Al no haber obtenido la mayoría absoluta ninguno de los dos candidatos más votados, se acudirá a una segunda vuelta el próximo 17 de enero para escoger entre Frei, el candidato de la Concertación, coalición de centro-izquierda que desde el retorno a la democracia ha gobernado Chile, y el candidato de una coalición de derechas que, de ganar, no modificará el panorama político del país, sino que demostrará que la alternancia es el ritmo natural de la democracia, en contraste con la presidencia vitalicia que el castrismo busca imponer a nivel continental. Sucederá como en España: tras un lapso de gobiernos socialistas, en 1996 fue elegido el candidato de la derecha, José María Aznar, quien gobernó durante dos períodos sucesivos y ello no significó que España sufriera una regresión hacia el totalitarismo franquista.

El 14 de diciembre, al día siguiente de las elecciones chilenas, el general de ejército Raúl Castro, “presidente de los Consejos de Estado y de Ministros”, inauguró la Octava Cumbre de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), pronunciando un discurso de agresivo talante bélico que recordaba la retórica castrista de los 60. Declaró la guerra no sólo al “imperio americano al cual nos enfrentamos por razones históricas”, sino también a los gobiernos que en América Latina y el Caribe practican la democracia. En ellos, según el general cubano, quien no se tomó la molestia de matizar sus palabras, “se agudiza el enfrentamiento entre dos fuerzas históricas. De un lado, un modelo político y económico dependiente, elitista y explotador, heredero del colonialismo y el neocolonialismo, subordinado a los intereses del imperio” (léase los regímenes democráticos). “Del lado opuesto, el avance de las fuerzas políticas revolucionarias y progresistas, que representan a las clases tradicionalmente desposeídas y discriminadas; comprometidas con la justicia social, con la verdadera independencia de los pueblos de la región, y con la aspiración de distribuir justamente las inmensas riquezas del continente”.

Raúl Castro hace suya la obsesión de su hermano, quien lo vigila en la distancia, de reconstruir la historia para afianzar la idea de que Cuba es el centro del mundo de donde emana la verdad y cuya conducta debe adoptar el resto del planeta.

En Cuba, la escenografía del poder se acompaña de un ceremonial que se ha ido perfeccionando durante medio siglo de monarquía absoluta. En las primeras palabras de su discurso, Raúl Castro transmitió a los presentes el saludo del “Jefe de la Revolución Cubana, compañero Fidel Castro Ruz”, quien, atendiendo a su nuevo estatus de monarca de cuerpo ausente, dios invisible pero omnividente y omnipresente, “está siguiendo atentamente nuestra reunión”. Siguiendo el libreto del ceremonial, el general apuntó que la inauguración coincidía –no por casualidad– con el decimoquinto aniversario de la primera visita a Cuba del “líder de la Revolución Bolivariana” y con el quinto aniversario de la Declaración Conjunta entre Venezuela y Cuba, firmada en el año 2004 por los presidentes Hugo Chávez y Fidel Castro, que marcó el nacimiento oficial del ALBA, llamada entonces Alternativa Bolivariana para las Américas. Palabras que le imprimían a esa Octava cumbre el carácter de un ritual a la gloria de Hugo Chávez, alimento narcisista que el venezolano salda con miles de millones de dólares. Se debe recordar que los festejos del “décimo aniversario de la amistad del comandante en jefe con el teniente coronel venezolano” se celebró en Cuba con carácter de fiesta nacional.

La presencia de personal estadounidense en siete bases en Colombia sirvió de pretexto al general de ejército para lanzar sus diatribas bélicas, clausurando el amago de distensión que el propio Raúl Castro había propuesto en sus primeras declaraciones tras acceder a la presidencia formal de Cuba. En contraste, Barack Obama ha demostrado con medidas concretas su deseo de normalizar las relaciones entre ambos países.

Si nos atenemos a la reactivación de las alianzas de Cuba con Rusia y China, y a las muy privilegiadas que mantiene con Irán, se comprende mejor la retórica guerrera del hermano de Fidel Castro. Según Challenges to Security in the Hemisphere Task Force, un detallado ensayo del analista cubanoamericano Jaime Suchlicki, director del Instituto de Estudios Cubanoamericanos de la Universidad de Miami, podemos inferir que el regreso de Raúl Castro al discurso agresivo tiene su origen en los acuerdos suscritos últimamente entre La Habana y Moscú, dada la voluntad de Putin de “de restablecer la posición de Moscú en Cuba y en otros países” --cuyo ejemplo más significativo es la transferencia de tecnología para desarrollar un centro espacial en la Isla y, seguramente, reactivar el centro de espionaje electrónico construido por los rusos en la localidad de Lourdes--. Los chinos han montado recientemente un centro similar en la zona de Bejucal. La adquisición de material militar y de varios aviones IL (saldados por Venezuela, desde luego) ha reactivado el carácter de Rusia como proveedor de armas a la Isla. La compra masiva de material bélico ruso por Venezuela podría ser un paso previo hacia la unificación de los ejércitos de ambos países.

En cuanto a la relación de Cuba con Irán, Suchlicki provee datos importantes que explican la relación privilegiada que Hugo Chávez ha establecido con ese país. La alianza de Cuba con Irán data de 1979, cuando Fidel Castro fue unos de los primeros en reconocer a la República Islámica, expresándole en su mensaje al Ayatolah Jomeini que no “había contradicción entre revolución y religión”. Desde entonces, la cooperación entre la Isla e Irán ha ido en ascenso, en particular, en materia de biotecnología y de ingeniería genética. Desde hace años persisten rumores acerca de la capacidad cubana para fabricar bombas bacteriológicas. Cuba es el país más favorecido por la cooperación iraní, con varios miles millones de dólares en créditos acordados. A cambio, Cuba provee a Irán de servicios y personal científico, y entrenamiento en la Isla de personal iraní, lo que ha permitido a los persas, según especialistas en la materia, poseer la más moderna planta de producción biotecnológica del Medio Oriente. Igualmente, Irán puede interceptar desde Cuba señales y telecomunicaciones provenientes de Estados Unidos.

Desde el descubrimiento de América, Cuba ha mantenido un contacto privilegiado con los imperios gracias a su posición geoestratégica: su mejor mercancía de exportación y su fuente de abastecimiento.

Cuba y Venezuela pueden establecer acuerdos militares con países como Rusia, Irán, China, Brasil o Francia, sin que ningún gobierno latinoamericano lo objete. Al presidente de Colombia, en lucha contra la narcoguerrilla y las fuerzas insurgentes, le está negado, sin embargo, suscribir un acuerdo de cooperación militar con Estados Unidos, el único país que se ha brindado a hacerlo. Raúl Castro considera que “el establecimiento de bases militares en la región es una expresión de la ofensiva hegemónica que despliega el gobierno norteamericano y constituye un acto de agresión contra toda América Latina y el Caribe. Resulta evidente la intención de concretar su doctrina político-militar de ocupar y dominar a cualquier precio el territorio que siempre ha considerado como su traspatio natural". Ni Cuba ni Venezuela están amenazados por peligro alguno; sin embargo, están enfrascados en una carrera armamentista. Estados Unidos no invadirá nunca un país arruinado que tendría que mantener. Y tampoco invadirá a Venezuela, pues no lo necesita.

Y en cuanto a que América Latina será el segundo Vietnam de Estados Unidos, declaración reiterativa en boca del líder boliviano, está tan fuera de lugar que se presta a la sonrisa condescendiente. ¿Podremos imaginar alguna vez a los “revolucionarios” latinoamericanos, que no creen sino en los billetes verdes, aguantando los bombardeos en refugios subterráneos, como lo hacía el vietcong? Es poco factible.

Raúl Castro anunció la presencia de 2.000 médicos en la Escuela Latinoamericana de Medicina y hoy se forman 6.653 estudiantes bajo el “Nuevo Programa de Formación de Médicos con conceptos de integralidad, internacionalismo y humanismo”. Para el castrismo, los pueblos se dividen en médicos y enfermos, una fórmula de manipulación que tiene la ventaja para el totalitarismo de mantener a la población en estado de letargo.

El clímax del ceremonial de clausura de la cumbre fue el mensaje que le envió Fidel Castro al presidente venezolano. En él alude al “levantamiento contra el gobierno pro yanki de Venezuela”, término que exime a Hugo Chávez del golpe de Estado contra el Presidente Carlos Andrés Pérez, con el que, por cierto, Fidel Castro mantuvo excelentes relaciones, e incluso asistió como invitado especial a su toma de posesión en 1989. Al referirse a Honduras, en cambio, habla de “golpe de Estado”. Fidel Castro compara las trayectorias de ambos países y recuerda que su adopción de Hugo Chávez no se debe a vulgares razones de interés económico, porque “cuando lo conoció aún no era presidente y el petróleo sólo valía 10$ el barril”.

Luego se extiende en una diatriba contra Barack Obama y el peligro que representa pues “si de nuevo se apodera de los cuantiosos recursos petroleros y gasíferos de la patria de Bolívar, los países del Caribe anglófono y otros de Centroamérica perderán las generosas condiciones de suministro que hoy le ofrece la Venezuela revolucionaria”. Es un mensaje directo a las islas del Caribe que hoy se benefician de los acuerdos petroleros suscritos con Venezuela. La búsqueda de alianzas basadas en intereses petroleros con los países del Caribe no es una mera alusión.

Los argumentos de estos guerreros son infantiles, pero los objetivos y el entorno en el que se mueven son extremadamente peligrosos. El dilema es entre democracia y totalitarismo. La idea de resumir el panorama político del continente a dos protagonistas significa ignorar la existencia de otras corrientes democráticas y negarse a admitir que no existe dilema sino un enfrentamiento entre democracia y antidemocracia.

En ciertos países de América Latina no son buenos los augurios para el año 2010.


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