Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Los Balcanes

El camarada Slobo

Animada desde Belgrado y Moscú, la izquierda delirante intenta consagrar a Milosevic como mártir.

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¿Quién le iba a decir a Slobodan Milosevic que pasaría los últimos años de su vida enfrentando su particular Nuremberg? ¿Quién nos iba a decir que el camarada Slobo se iría al otro mundo dejándonos con las ganas de verlo condenado en éste por sus crímenes?

Náufrago del hundimiento del imperio soviético, Milosevic era un residuo del estalinismo —de Stalin aprendió, entre otras cosas, a dislocar poblaciones con fines geopolíticos—, pero ha quedado como un ultranacionalista. Distante de Marx y próximo a Hitler.

La máxima expresión del desvarío ultranacionalista de Milosevic fue el proyecto imperial de la Gran Serbia, el cual, paradójicamente, al ser puesta en práctica deshizo a Yugoslavia, que no sobrevivió a la lucha entre sus múltiples nacionalismos.

Bajo la divisa "donde esté un serbio está Serbia", Milosevic movilizó su ejército para aliviar de bosnios, croatas, macedonios, eslovenos y kosovares los territorios de la antigua República Popular Federativa de Yugoslavia, cuyos paisajes, de acuerdo con el proyecto hegemónico de la Gran Serbia, sólo debían ocupar y dominar los serbios.

Así, el camarada Slobo desató, en 1992, una guerra de exterminio contra aquellos pueblos. Por la morosidad culposa de la Unión Europea, esa guerra se prolongó durante tres ignominiosos años y, tras un hiato de paz tensa, tuvo su último episodio en 1999, en Kosovo, cuando EE UU intervino y, con la OTAN a remolque, le puso punto final a las aventuras nazis del ex burócrata comunista.

La campaña por la Gran Serbia se saldó con 250.000 muertos, miles de desaparecidos y más de 2 millones de refugiados, y aportó, a los anales del espanto, masacres multitudinarias (recuérdese Srebrenica), cacería indiscriminada (durante 44 meses) de ciudadanos bosnios por parte de francotiradores serbios (recuérdese Sarajevo), violaciones en masa de mujeres musulmanas y actos atroces de calculado vandalismo.

Milosevic encabezó una dictadura en la que no faltaron la corrupción, el nepotismo, el control de la prensa, los crímenes de Estado, las pandillas de pistoleros oficiales y, por supuesto, el culto a la personalidad del líder; pero su fallecimiento en la prisión del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia ya está siendo utilizado, como era de esperar, para consagrarle un ara de héroe y mártir en el panteón de los justos.

En esta tarea, iniciada en Belgrado y Moscú por sus inconsolables viudos, está colaborando la izquierda delirante que voló a Bagdad, en los días previos a la invasión aliada, para hacer escudos humanos en torno a Sadam Husein y su colección de palacios y fosas comunes.

Por cierto, ¿nos abandonará Sadam, como el camarada Slobo, antes de ser condenado?