Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Venezuela

El dilema de la oposición democrática en Venezuela

No basta con tener la razón para triunfar en política

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Dentro de un año deben realizarse elecciones presidenciales en Venezuela, y aunque las encuestas con tanta anticipación no son confiables para imaginar resultados finales, en estos momentos el presidente Hugo Chávez ronda el 60 % de aceptación entre la población venezolana.

Factores políticos y emocionales se han conjugado para que las encuestas muestren estas cifras: a pesar del amplio descontento de la población con la inseguridad ciudadana y la escasez, el cáncer que padece Chávez ha activado en gran cantidad de venezolanos un sentimiento de admiración por la “valentía” con que ha enfrentado el combate frente a la enfermedad.

Aunque algunos han dudado que tal cáncer exista y no hay información médica suficiente —ni insuficiente— para afirmarlo o negarlo rotundamente, es evidente, por las fotos que se publican, que Chávez ha recibido gran cantidad de esteroides y anticancerígenos que han transformado radicalmente su fisionomía. No tiene sentido suponer que reciba tal severo tratamiento solo para justificar algo que no existe, con el pueril objetivo de ganar favor y fervor popular.

Lamentablemente, la oposición venezolana no parece comprender totalmente el fenómeno político-social que se está produciendo en estos momentos, y aunque ha tenido y mantenido la entereza moral de no utilizar la enfermedad del caudillo como factor de politiquería o agitación, tampoco ofrece a los venezolanos una alternativa a la vez sólida, realista y pragmática.

Su fortaleza perspectiva, con un candidato único opositor para las elecciones presidenciales del próximo año —que deberá ser producto de elecciones primarias en febrero del 2012—, resulta en este momento un handicap a favor de Chávez, pues mientras sus números suben por la percepción de que el presidente actúa con coraje y realismo frente a la terrible enfermedad, la oposición, enfrascada en campañas de los pretendientes a la candidatura opositora única, todavía no muestra capacidad para enfrentar los posibles escenarios: Chávez totalmente recuperado y en plena actividad, Chávez compitiendo, pero físicamente disminuido, o una situación donde Chávez no pueda presentarse como candidato y las banderas del oficialismo las asuma otro —o varios— desde las filas del chavismo, o lo que quede de eso, si no estuviera Chávez.

Naturalmente, es mucho más fácil de mi parte plantearlo, que de parte de la oposición resolver la tarea. Pero que sea complicado y difícil no le exime de su responsabilidad.

Las elecciones, no es un secreto para nadie, tendrán toda la maquinaria del chavismo al servicio del candidato del “socialismo del siglo XXI”, esa entelequia que nadie sabe exactamente lo que es. El Consejo Electoral, aunque se jure y perjure lo contrario, está al servicio del chavismo, así como el poder judicial, que no escatima en inhabilitar candidatos opositores, y toda la maquinaria estatal y burocrática “bolivariana”.

Por si fuera poco, sectores de la Fuerza Armada han amenazado abiertamente con desconocer cualquier resultado electoral contrario al chavismo. Y los aparatos “bolivarianos” de orden interior, bajo fraternal asesoría de La Habana, con sus controles de identidad, inmigración-emigración, y entregando ciudadanía venezolana hasta a marcianos si fuera necesario para que participen en las elecciones, apuestan abiertamente al triunfo “revolucionario” de la boliburguesía venezolana, pretendiendo presentarlo como triunfo del pueblo.

Con tantos factores en contra, en la típica pelea de león contra mono y con el mono amarrado, la oposición democrática venezolana necesita un triunfo electoral contundente y absoluto, para conjurar el espectro del pucherazo militar contra la voluntad popular, y garantizar que el deseo de los votantes se establezca como gobierno venezolano.

Mientras Chávez, sus acólitos y demagogos, prometen lo imposible —pero que resulta demasiado atractivo y tentador para los desposeídos—, el mensaje de la oposición democrática tiene que referirse a realidades que la población pueda palpar, “tocar” y sentir. De lo contrario, no podrán derrotar a la camarilla oficial. Además, todo esto se basa en optimistamente suponer que no surgirá en algún momento un “iluminado” candidato opositor que presente su candidatura por su cuenta, desconociendo al designado por la Mesa de Unidad Democrática tras las primarias. Incluso discreta o secretamente fomentado desde el oficialismo.

En la oposición democrática venezolana hay personas muy honestas, capaces, inteligentes, abnegadas y visionarias, que pueden perfectamente estructurar un programa alternativo comprensible, atractivo, realista y aplicable para las grandes masas venezolanas. Pero si demoran demasiado en definirlo, hacerlo de todos, y dárselo a conocer a los venezolanos de a pie, o si, en aras del consenso, lo elaboran tan abstracto que solo resulte comprensible en las altas esferas del olimpo caraqueño, el chavismo seguirá siendo en Venezuela por quién sabe cuantos años más, a pesar del desastre político, económico y social que ha significado para la nación.

Hugo Chávez alcanzó la presidencia en 1998 por la incapacidad de las élites venezolanas de ofrecer a su pueblo una alternativa mucho más atractiva y creíble que la del militarmente derrotado teniente-coronel. De entonces hasta aquí, se ha mantenido —ganando elecciones una tras otra— por esa misma incapacidad política de sus opositores para liderar a los venezolanos.

Que la elección presidencial de 2012 termine definitivamente con la demagogia y la locura del socialismo del siglo XXI o que ratifique indefinidamente tanto al proyecto como al caudillo, depende únicamente de la capacidad de los opositores para derrotarlo en las urnas. Porque ya en el 2018 no habría otra oportunidad.

Y no debemos olvidar, nunca, que no basta con tener la razón para triunfar en política.


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