Actualizado: 17/04/2024 23:20
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El periodista y la plaga

Había bastante leña en el fuego comunicacional cuando llegó la plaga

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La experiencia es una enfermedad que no se contagia.
Enrique Jardiel Poncela

Hace unos años una colega argentina visitó la Isla. Quería conocer el sistema de salud cubano, y a su pueblo. Días después, antes de regresar a Buenos Aires, la invité a almorzar en casa. Mientras preparábamos la mesa comenzó a leer la edición matutina del Órgano Oficial. “Y esto” pregunto “¿hay que pagarlo?”.” Por supuesto, es el periódico de aquí”, le dije. Con ese humor corrosivo que tienen los porteños, dijo: “Yo pensé que la propaganda no se pagaba”. Es una anécdota contada muchas veces cuando trato resumir de que va el único diario a nivel nacional, y donde si no aparece una noticia, entonces es que no ha sucedido.

Lo peor que puede pasarle a un medio informativo, sea prensa plana, radio, televisión y ahora publicaciones online, es convertirse en simple, isoeléctrico órgano de propaganda. Lo que en los países de corte totalitario es una declaración de principios, asumir la defensa a ultranza de un partido político o de un líder, en la sociedad democrática es una bandera roja. Es cierto que la publicación responde al dueño o a un grupo de accionistas. Solo que hay tantas publicaciones y de diversa orientación como dueños existen.

En democracia cada medio tiene una línea editorial clara, y puede esta ser ideológicamente opuesta a sus autores —en Diario de la Marina publicó sus primeros poemas el comunista Nicolás Guillén y el conservador anticomunista Jorge Mañach inolvidables artículos. La variedad de plumas y cerebros hace apetecible la publicación. Hay para escoger: liberales, conservadores, religiosos, agnósticos, a favor de una etnia, de una orientación filosófica, de un género.

Llegado el lector potencial al estanquillo o al abrir la Internet, puede seleccionar uno o varios modos de informarse, en ocasiones noticias contrapuestas —se le ha llamado a la ansiedad producida por escoger uno o varios medios, neurosis de la información. Es un derecho humano inalienable elegir el cómo y de donde obtener opiniones, entretenimiento, consejos de salud, de cocina, horóscopos y advertencias esotéricas. Lo contrario, un solo medio, era lo habitual en la antigüedad y en el Medioevo. El edicto real fue un decreto de obligatorio cumplimiento, palabra de la cual según algunos deriva editorial —lo que aparezca editorializado en el Órgano Oficial, redundancia necesaria, es oficial en toda la Isla.

A medida que en Estados Unidos la polarización política se incrementaba en los últimos tres años, los medios también se hacían más parciales sin el más mínimo recato o sentido del ridículo. La ética periodística, que consiste entre otras cosas en corroborar las noticias, proteger y contrastar las fuentes, y no publicar nada hasta ser verificado, ha dado paso a lo que llaman noticias falsas —fake news— y hechos alternativos. El llamado asesinato de la reputación, que en el socialfeudalismo es habitual contra adversarios del sistema, se ha convertido en lo común en el país de Tom Wolfe, Bob Woodward y Carl Bernstein.

Había bastante leña en el fuego comunicacional cuando llegó la plaga. Y ha sucedido algo curioso: un hecho clínico, un evento científico y técnico, el covid-19, su contagio y tratamiento, ha sido secuestrado por los bandos políticos en pugna. Irreconciliables partidos y medios dan opiniones y publican historias sin contar o descontando la opinión de los únicos autorizados en esta hora difícil: los médicos y los investigadores. Es así como el muy especializado periodismo científico, como lo es el cultural, el económico, o el deportivo, ha caído en manos de escribidores cuya única tarea parece ser causar el mayor daño posible al otro.

Informar sobre avances o retrocesos en el enfrentamiento al covid-19 marcha en segundo plano. Para cada medio, demostrar más allá de cualquier duda razonable que el gobierno es incapaz, o que está haciendo bien su trabajo es lo primero. El truco es pueril: publicar las cifras de infestados, y no las cifras de recuperados o de muertes para decir que la epidemia avanza sin que se haga nada. O publican las cifras de pruebas para afirmar que hay una disminución de casos y que el gobierno actúa de manera eficaz. Por cierto, varios colegas me han compartido que en Florida hay desorden: las citas que no se cumplen se dan como pruebas hechas, y casos positivos se reportan dobles cuando acuden al centro de pruebas y después al hospital.

Pero donde la intrusión profesional periodística es más preocupante es cuando reporteros y amanuenses improvisados se toman la licencia de decir, a solo pocos meses de la pandemia, que este u otro medicamento funciona o no. Comienzan a salir ahora los primeros informes científicamente válidos sobre el uso de soportes ventilatorios, antinflamatorios, antivirales, inmunosupresores y otras alternativas farmacológicas. El periodista especializado en ciencia y técnica es quien puede valorar, revisando esos ensayos clínicos y farmacológicos, cuanto podría ser publicable, como hacer potable el ladrillo científico y que falta por confirmar. Como el cronista deportivo, o el cultural, el periodista que cubre la ciencia debe estar bien informado en el tema, casi tanto como el científico y sus investigaciones.

La otra variante informativa durante la plaga es la entrevista. Preguntar a quienes saben, a los que están a pie de obra en los laboratorios, los hospitales, los centros de elaboración de vacunas. En este caso, el periodista científico no solo retiene su prestigio, sino que da a conocer opiniones fundamentadas. La plaga ha reafirmado la máxima hipocrática de que hay enfermos y no enfermedades. En la experiencia clínica de un médico la hydrocloroquina puede haber salvado vidas; para otro, ha complicado la evolución de los enfermos.

Es triste leer como profesionales de la información, encadenados por ideas políticas, dan opiniones sobre un tema, el de la plaga, sin ningún sustento científico ni experiencia que los avale. Y eso es aplicable a demócratas y republicanos. Si sabemos que el 75-80 % de la prensa norteamericana es desfavorable al presidente, la percepción de que se no se hace nada, o que todo podría ir mal en los próximos meses gana espacio en la opinión pública. Por otro lado, se crea una matriz de opinión favorable si se habla de la urgencia de abrir la economía, y la idea de que hacemos más pruebas que nadie en el mundo. Podríamos creer que ha pasado lo peor; disminuye la percepción de riesgo, y “a gozar que la muerte no nos va a tocar”.

Sería deseable que los medios de comunicación encontraran un balance a la hora de informar sobre la plaga. Es una manera de despolitizar un tema que no tiene ideología porque el virus no pregunta si la próxima víctima es roja o azul. Ese deseo de este escribidor choca con la realidad de unas elecciones generales en apenas tres meses. Es mucho lo que estará en juego. Por lo pronto diría a mi colega argentina que aquí, en el sur de lFlorida, la propaganda hay que pagarla, y bien cara. A veces, con la vida.

Publicado en Habaneciendo.com, Blog del autor.


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