Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Podemos, España, Iglesia Católica

La ilusión más razonable: ¿Podemos?

“Siempre sospecho del laberinto de sinergias que conecta ideas de izquierdas y/o de derechas con Cristianismo”, afirma el autor de este texto

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Vivir en “tiempos de crisis”, supone oportunidad extra para “constructores de utopías” e “ilusionistas”. Y es lógico pues La Historia de los Humanos —también llamados sapiens—, es crónica interminable de dolor y placer, frustración y éxito, desencanto y esperanza, aquí, allá y en todas partes donde quedó escrita o guardada en la memoria. Y en ese continuum de peripecias producidas durante miles de años de manera aislada pero hoy globalizada, se puede encontrar una semejanza común a todas: el movimiento pendular del ánimo, colectivo y/o personal, balanceándose entre ilusión y desencanto. Nadie conoce mejor esa trayectoria de las almas que atraviesa todos los tiempos que La Iglesia. E Iglesias parece saberlo o, al menos, lo intuye. Así lo sugiere el sorprendente —aún cuando para algunos no lo sea—, apoyo de este a aquella mediante el júbilo mostrado por Pablo tras el sermón de Francisco a los parlamentarios de la Unión Europea sucedido ayer.

Siempre sospecho del laberinto de sinergias que conecta ideas de izquierdas y/o de derechas con Cristianismo —más allá de cualquier credibilidad absoluta o ateísmo confeso de los que dicen querer “revolucionar” lo que parece “Estado Estable”, aunque no lo sea—. Las palabras dan infinito juego para producir “ideas nuevas” —sobre todo de “saberes políticos y sociales”, en “ciencias y tecnología” es menos sencillo—, pero, afortunadamente, los que menos tienen y sobre todo los que nada poseen, gustan de “razonar mediante hechos” y cansan rápido cuando escuchan ilusiones aún no perdidas.

Por ello, es inevitable que a generación tras generación, siga pareciéndole tonta a la que imagina estar en El Poder y ha olvidado La Evolución. “Pobres chicos, creen poder cambiar las cosas y seguro lo harán, pero a peor”. Por esto, nunca me he sentido parte de esta o aquella: llámese “A” o “Z”. He elegido definirme hecho a hecho. Tanto de los que obstaculizan mi vida personal como de los que la favorecen y/o de aquellas verdades estadísticas con que quiere demostrarse lo uno o lo otro a ese “todos nosotros” abstracto en que el discurso político me incluye –bien como partidario y/o enemigo.

Y para no equivocar mi elección del camino correcto propuesto por voces y ecos de “políticos aliados” —lo cual puede pasarme porque El Azar no deja de intentar probarme que soy falible—, me pregunto, antes de poner la cruz en la boleta, ¿cuál partido es el que propone la ilusión más razonable?

Pero cuando todos los discursos coinciden en “lo principal” —¡y esto es lo que distingue el tiempo globalizado en que vivimos!—, es difícil distinguir y discernir quién es Cristo y quién Satanás, lo cual logro hacer basando mí decisión en “lo secundario”, aparente.

Hay que “luchar contra la desigualdad”. De acuerdo. Hay que “acabar con la corrupción”. También. Hay que construir más transparencia”. Nada en contra. Todas estas consignas son religiosamente homologables, incluida la de que “hay que preservar el medio ambiente”. Estas y muchas más. Hasta que llega el momento de explicar “el cómo”. Y “el cómo” no solo se hace evidente en partidas presupuestarias, sino en “cuestiones menos sagradas” como: violencia de género, emigración, educación sexual, aborto y hasta el derecho a decidir por una muerte digna. De ahí, el insoslayable “matiz” entre el programa papal y la euforia de Podemos: las demandas del movimiento LGTB.

Parece desacuerdo insignificante, si se le compara con “las prioridades esenciales de la Agenda Mundial”. Pero no lo son, si se considera el asunto desde perspectiva del Patriarcado donde “Ella” exige compartir poder con “El”, y decir “Podemos”. Este “conflicto” atraviesa todos los terrorismos y fundamentalismos —nacionales e internacionales. Es la enfermedad mortal alojada en las amígdalas de nuestra Especie. Y que únicamente deja de emocionarnos tras la muerte, como la sexualidad. Tal es el catastro del lugar desde deben comenzar “los cambios”, si es que queremos evitar que todo quede igual, ¡o peor!

Para quienes creen que existe El Diablo —son muchos/as a lo largo y ancho de los 28 países que componen la Unión Europea planeta, aún cuando el rabo de sus avatares locales sea más largo o más corto—, habrá resultado inusual y hasta “extraño” oír decir a con quien algunos lo asocian —el joven de la cola de caballo—: “es útil para la gente de abajo…”, refiriéndose al representante de Dios sobre la faz de La Tierra y a su discurso para casi todos magistral. Pero nadie imagine que Bien y Mal dejarán de ser enemigos. Y si no está seguro, pregunte a “los de arriba” cuánto dinero tiene en su cuenta bancaria. Pero antes cerciórese de quién es quién. Y sobre todo a qué altura tiene lugar la vida que usted disfruta ¿o padece? Así evitará poner la cruz en el lugar equivocado.


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