Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Libia

Libia: la construcción de una nación política

Gadafi había tenido éxito al transformar una multitudinaria revolución en una cruenta guerra civil

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“Sé que hay muchos, musulmanes y no musulmanes, que cuestionan si podemos lograr este nuevo comienzo. Hay quienes están ansiosos por avivar las llamas de la división e impedir el progreso. Hay quienes sugieren que no vale la pena; alegan que estamos destinados a discrepar y las civilizaciones están condenadas a tener conflictos. El escepticismo embarga a muchos más. Hay tanto temor, tanta desconfianza. Pero si optamos por ser prisioneros del pasado, entonces nunca avanzaremos.”

(Barack Obama, Discurso de El Cairo, 04.06.2009)

Los resultados de las elecciones legislativas que tuvieron lugar el 7 de julio de 2012 serán muy importantes en el futuro de Libia. Pero aún más importantes fueron las elecciones mismas. Después de 50 años la población, convertida en ciudadanía, hizo uso del derecho a elegir sus representantes. En ese sentido, como ya ocurrió en Túnez y en Egipto, Libia ha dado el paso que transforma una nación puramente jurídica en una nación política.

La nueva Libia emerge como una nación políticamente dividida. Pero justamente ahí, en ese punto que a tantos observadores occidentales causa pavor, reside el legado que trajo consigo la revolución democrática. Pues una nación que no está políticamente dividida, no es una nación política.

Las divisiones, por más irreconciliables que sean —y en Libia, como en todas las naciones, hay algunas que son irreconciliables—, son condiciones esenciales de la vida política. Sin división no hay política. Sin política no hay democracia.

La democracia, no como simple suma de procedimientos institucionales, sino como modo de vida, no ha llegado todavía a Libia, y probablemente no llegará tan pronto. Pero su base ya ha sido instalada. Es una base fragmentada en partes, las que para participar han debido convertirse en partidos. Esos partidos, religiosos o no, son el fruto de la revolución.

La revolución no sucedió entonces en vano.

Por cierto, como en casi todas las revoluciones, quienes la iniciaron —los modernos universitarios de Trípolis y Bengasi— fueron desplazados por otras fuerzas. Ni los “liberales” de Mahmud Yibrid, ni los nacionalistas de Ali Salabi, ni los islámicos de Al Watan que siguen a Abdalhakim Belhaj, ni los “hermanos” de Mohamed Sawan, ni los fanáticos salafistas de Asala, fueron insurgentes de la primera hora. Pero tanto ellos como las fuerzas que representan son partes de la identidad cultural, nacional y religiosa de la nación. Hecho por lo demás inevitable. La política se construye a través de mayorías que provienen de las tradiciones más profundas de cada país. Libia no es ninguna excepción.

—¿Pero de qué revolución nos hablan?— dirán los enemigos de la democratización de Libia.
—¿No fue lo ocurrido un simple resultado de la invasión extranjera?

Quizás se asombren los enemigos de la democracia en Libia si aceptamos ese argumento. Efectivamente fue así: sin la intervención militar de gobiernos democráticos, la conversión de Libia en una nación política nunca habría tenido lugar. Sin embargo, ese no es el punto decisivo. El punto decisivo es que la intervención externa ocurrió como resultado de un llamado explícito de auxilio emitido por los propios insurgentes libios.

Gadafi, no olvidemos, había tenido éxito al transformar una multitudinaria revolución en una cruenta guerra civil. De acuerdo a sus retorcidos cálculos, frente a una revolución política solo podía perder. En una guerra civil, en cambio, podía ganar. De este modo, Gadafi no dudó en masacrar a su propio pueblo.

El CNT (Consejo Nacional de Transición) era, en sus comienzos, una fuerza política y no militar. Si debía salvar la revolución, debía recurrir a la ayuda de sus potenciales aliados occidentales. No tenía, por lo demás, ninguna otra alternativa. Esa fue la gran diferencia entre la intervención en Irak y la intervención en Libia.

A Bush, desde Irak, nadie le pidió auxilio. Bush en ese sentido no solo masacró a una nación. Además violó su soberanía política arrebatando el derecho de los iraquíes a sublevarse —cuando ellos decidieran— en contra de su tiranía. No ocurrió así en el caso de Libia.

La intervención sucedió como un acto de apoyo a una decisión tomada por las fuerzas políticas más representativas de la insurgencia. Luego, la que surgió del Consejo de Seguridad de la ONU no fue una intervención militar-humanitaria como ha sido presentada por gran parte del periodismo occidental. Fue, antes que nada, una intervención militar-política. Si no se entiende ese punto no se entiende nada.

Los países occidentales no están por supuesto obligados a destruir dictaduras en todo el planeta. Si eso ocurriera, el mundo ardería en llamas. Por lo tanto no hay impedimento ni moral ni político para que en tiempos normales las naciones democráticas mantengan relaciones diplomáticas con terribles dictaduras. Así ha sido y así será. La crítica a los gobiernos occidentales que mantuvieron relaciones con Gadafi es, visto el tema desde esa perspectiva, infundada. Tan infundada como la crítica a la intervención militar occidental cuando accedió al llamado de los insurgentes de Siria en contra del abstencionismo chino, ruso y alemán (qué vergüenza), y de la cobarde política exterior brasileña.

Hoy las democracias occidentales han ganado nuevos aliados no solo en Libia sino, además, en todo el mundo árabe. Así se explica por qué las revueltas árabes, quizás por primera vez en la historia, no se han dirigido en contra de los EEUU ni en contra de Europa. Ni siquiera en contra de Israel. En gran medida el profético discurso pronunciado por Barack Obama el 04 de Junio de 2009 en El Cairo se está convirtiendo en realidad.

Barack Obama pasará a la historia por haber sido uno de los gestores de una nueva política internacional basada en el respeto y apoyo a los pueblos cuando estos luchan por su libertad. Por esa sola razón ya ha ganado reconocimiento internacional. Esos tres millones de personas que fueron a sufragar en Libia, aunque solo lo hicieran por motivos tribales, federales y religiosos, merecen también un gran reconocimiento.

Nuevos vientos están soplando entre el Oriente Medio y el Occidente Político.



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