Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Chávez, Venezuela

Limitaciones de un caudillo con cáncer

En la cultura latinoamericana el caudillo disminuido pierde su aureola y, por tanto, parte de su poder e influencia

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Lo que no logró ni la política ni la economía lo ha logrado la biología: la enfermedad de Hugo Chávez ha cambiado totalmente el escenario venezolano, y en cierta medida el cubano, aunque mucho menos que como lo ven los pitonisos y “ojalateros” de siempre, que confunden deseos con realidades.

“Cáncer” es una palabra lúgubre y sobrecogedora. Aún conociendo todos los detalles de ese padecimiento en una persona, es prácticamente imposible elaborar un pronóstico acertado de lo que pudiera esperarse, o durante cuánto tiempo. Mucho peor cuando se sabe tan poco de manera oficial y sin partes médicos, por lo que tomarse en serio muchas de las opiniones y pronósticos que han proliferado en la prensa mundial sin más base que la misma información que tenemos todos, aporta poco o nada.

Se habla oficialmente de “tumor abscesado” y “células cancerígenas”, pero no se sabe ni dónde ni qué grado de desarrollo existía cuando se procedió a la operación. Fidel Castro escribió que Chávez recibió una “cirugía radical”, pero no puede tomarse por seguro si se trata de la extirpación de algún órgano o algo menos complejo, o peor.

Aunque muchos ya veían andando el funeral, y en la transposición al caso cubano comenzaron a empacar para el regreso, la oposición venezolana mantuvo una posición civilizada y respetuosa ante la crisis de salud del presidente y, afortunadamente, al exilio venezolano no le dio por salir a bailar y celebrar en las calles de Miami.

Si la prolongada presencia de Chávez en La Habana generó rumores, tensiones y especulaciones en toda Venezuela, su discurso a la nación desde La Habana el pasado 30 de junio, informando —aunque parcamente— de su enfermedad, contribuyó en cierto sentido a despejar el panorama, pero generó nuevas realidades que parece que todavía muchos no han entendido.

El enfoque exageradamente optimista de los gobiernos cubano y venezolano, con referencia a que se ganará esa batalla por la vida, tiene más de propaganda que de ciencias médicas, pero la insistencia de Chávez de que la batalla contra el cáncer no ha terminado ni mucho menos, de que se trata de una lucha “cuesta arriba”, y de que debe someterse a rigurosos y disciplinados tratamientos, crea un nuevo escenario psicológico, porque en la cultura latinoamericana el caudillo disminuido pierde su aureola y, por tanto, parte de su poder e influencia.

Sucedió cuando se le amputó una pierna al general Velasco Alvarado en Perú, cuando la imagen de Fidel Castro se deterioró tras su “resurrección” para convertirse en un simple anciano enfermo, cuando “Tirofijo” se transformó de leyenda guerrillera en enfermo terminal, y sucederá ahora —ya está sucediendo— con Chávez padeciendo cáncer.

No hay chavismo sin Chávez, ni Chávez sin circo. Pero un circo por televisión no es lo mismo que “en vivo”: en el desfile cívico-militar por el bicentenario de la independencia venezolana, el inspector general de las fuerzas armadas, desde el paseo Los Próceres, solicitó permiso al presidente, que se encontraba en el Palacio de Miraflores, para comenzar el desfile, y éste lo autorizó.

Buen esfuerzo por guardar las formas, pero el impacto movilizativo se reduce irremediablemente. El caudillo tiene que estar en el lugar, entre “las masas”, arengando y decidiendo la entrega de casas, la confiscación de empresas, insultando a los “pitiyankis”, acusando “al imperio”, prometiendo futuros luminosos, donde todos le vean, le palpen y le escuchen: para ser leyenda, tiene que ser presencia. Quienes fueron al desfile no lo vieron por televisión, y quienes le vieron por televisión no fueron al desfile. Todo se complica.

El anuncio por el mismo Chávez de su padecimiento puede haber desatado una primera ola de simpatía hacia el mandatario por parte de la población, donde se combinan factores sentimentales y humanos con políticos e ideológicos. Pero tras ese primer impulso, las posibilidades del presidente para hacerse sentir en la calle “en revolución”, o hacerse escuchar y ver por radio y televisión, en medio de un tratamiento riguroso y extenso, son mucho más limitadas.

Caudillo peculiar, muy por encima del resto del liderazgo chavista desde el punto de vista del carisma, si la imagen del teniente coronel se deteriora —por ausencia o presencia limitada— en el imaginario popular, las posibilidades del proyecto “bolivariano” se apocan: si recupera su salud a tiempo para las elecciones del 2012 sus probabilidades serán mayores que si no puede volver a ser el Hugo Chávez que electrizó a buena parte de los venezolanos por doce años con el socialismo del siglo XXI, anuncios apocalípticos, rancheras, interminables peroratas y groserías impropias para un jefe de Estado.

Es demasiado pronto para discernir lo que puede suceder en los próximos meses. Razón más que suficiente para no emitir pronósticos irresponsables o sin base. Estas nuevas realidades podrían constituir el final del proyecto bolivariano de Hugo Chávez, pero no necesariamente, pues depende de cómo evolucionen las cosas.

Y, como quiera que sea, derivar de esta realidad el irremediable final del castrismo en Cuba sería, en el mejor de los casos, demasiado arriesgado: ¿por qué perder esta oportunidad de mantenerse a la expectativa hasta que se disponga de más información?


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