Actualizado: 28/03/2024 19:45
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Bolivia

Otro protectorado de Venezuela

Evo Morales a las órdenes de Caracas: Lo que en otros países latinoamericanos toma visos de caricatura, en Bolivia significa incitación a la violencia.

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Inmediatamente después del sufragio electoral que le otorgó el triunfo en las elecciones de diciembre de 2005, Evo Morales emprendió una gira internacional, financiada por el gobierno de Venezuela.

Durante la conferencia de prensa que se celebró entonces en la Casa de América Latina de París, en presencia de la jerarquía del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia, el cuerpo diplomático, la prensa nacional e internacional, y simpatizantes, el sitio de honor no fue ocupado por el representante de Bolivia —como indicaba la lógica—, sino por el embajador de Venezuela en Francia. Este detalle pasó inadvertido, aun cuando tenía un profundo significado, pues cada día Bolivia se perfila más como un protectorado de Venezuela.

Durante el acto, Morales hizo una demostración de sus cualidades de cacique populista y su habilidad para ganarse la simpatía del público. No empleo el término cacique en alusión a su origen aimara, sino inspirándome en la diferenciación entre caudillo y cacique populista que hace el antropólogo mexicano Roger Bartra. Para este experto, el caudillo tiene un sentido militar —para mal o para bien—, aunada a la cualidad de gran dirigente, que no es el caso de los "caciques populistas" que hoy ocupan la escena política del continente.

Aquella tarde, Morales —asesorado, o porque ya había frecuentado a suficientes responsables de ONG— supo muy bien que no podía apartarse de su papel de "buen salvaje", al cual son tan sensibles los europeos. Un dirigente sindicalista en Bolivia es, por lo general, alguien muy hábil, que nada tiene de ingenuo.

El entonces presidente electo se lució en su presentación: como un niño que cuenta una película, narró escenas de su infancia, cuando pastoreaba llamas, y hasta los sueños que había tenido esa noche. Sólo cuando se refirió a su elección, se salió del libreto y utilizó un tono diferente, duro y reivindicativo, que demostraba su talante autoritario:

"Si en Bolivia existiera un padrón electoral como debería ser, hubiera ganado las elecciones con un 80% de los votos. Pero eso va a cambiar, porque un gobierno amigo va a financiar una campaña para que todos los indígenas se inscriban en el registro electoral".

Jugar con fuego

Si no existiera la experiencia venezolana, esa medida de inscribir a la población indígena en el registro electoral se debería aplaudir, por supuesto. Pero, dada la experiencia, se conoce que el propósito de esta estrategia es la perversión de los principios que rigen la democracia, instrumentalizando sus mecanismos, poniéndolos al servicio de un sistema autocrático.

Al igual que antes imponía la guerrilla como única forma de lucha, Fidel Castro considera hoy obsoleto ese método. La hora de los gobiernos de facto, por el golpe de Estado o por guerrillas, ha pasado, como lo declaró hace poco el propio Hugo Chávez, refiriéndose a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).

En su reciente libro, Fango sobre la democracia, Roger Bartra somete precisamente a juicio la corrupción de la democracia, debido a ese social-fascismo caricatural que campea hoy en el continente, pues no se debe olvidar que Hitler fue elegido mediante sufragio universal.

El anuncio de Evo Morales a propósito del gobierno amigo que le daría asesoramiento electoral, no se hizo esperar. Se convirtió rápidamente en un hecho. En enero de 2006, Caracas inauguró el montaje del sistema de fraude electoral que debía implantarse en Bolivia, siguiendo el modelo de legitimidad institucional del que se ha dotado el proyecto del social-fascismo del siglo XXI impuesto en Venezuela.

El gobierno de Chávez, penetrando el instituto de Identificación Boliviana con un presupuesto de ocho millones de dólares, puso en marcha el mecanismo que le daría la legitimidad de los votos a Evo Morales en su empeño de instaurar una presidencia vitalicia, según los requerimientos del proyecto castro-chavista. Se sabe que cada campesino recibe dos cédulas, lo que le permite votar dos veces, amén de inscribir muertos, entre otros subterfugios.

Dos altos funcionarios venezolanos, uno director de programación del Palacio de Miraflores y otro de la repartición de identificación venezolana, dotados con carné de identidad boliviano, participaron en el procesamiento del padrón electoral de ese país, que ha sufrido un crecimiento desmedido en los dos últimos años.

La inminencia del referéndum revocatorio pone a los sectores democráticos bolivianos frente al mismo dilema que viven los venezolanos desde la llegada de Hugo Chávez al poder. Si se abstienen, el ganador será Evo Morales; si votan, avalan un sistema electoral irregular, ilegítimo, y de todas maneras el fraude lo dará vencedor y le permitirá revocar a los alcaldes que no le son afines. Así, el presidente de Bolivia no necesitará practicar la técnica venezolana de las inhabilitaciones.

Según reportó el diario La Razón el pasado 16 de julio, "las evidencias cada vez más claras y contundentes del manejo discrecional del Padrón Electoral, con depuraciones inexplicables, la extensión de certificados de nacimiento a diestra y siniestra por autoridades gubernamentales que en complicidad vergonzante permiten la intromisión del Gobierno venezolano en la base de datos y la extensión de carnets de identidad de manera irregular y fraudulenta, denotan que el MAS y el Gobierno están dispuestos a lograr la ratificación presidencial y la revocatoria de los prefectos opositores a cualquier precio, así sea a través de un monumental fraude electoral que, salta a la vista, está en curso".

Como broche de oro, la escandalosa declaración de Morales de que era más fácil recibir el dinero directo de Chávez que sacarlo del Banco Central. Capital este que se emplea para corromper a los funcionarios del Estado, los altos cargos militares, y la compra de apoyos en la población. También es más fácil comercializar la cocaína, que ahora se produce profusamente en Bolivia (el presidente del sindicato de cocaleros no es otro que el propio presidente de la República), que comercializar el gas y el petróleo.

Es sabido que al gobierno no le queda tiempo para ocuparse de esas cosas, pues la prioridad la tiene el montaje de los servicios de espionaje con el objeto de establecer un régimen policial, según los preceptos del neocastrismo imperante.

La escena que da la dimensión del estilo caricatural fascista, fue representada el lunes pasado en el palacio de Gobierno de Quito, cuando Rafael Correa y el patético Daniel Ortega arengaron a la masa para que insultara a Álvaro Uribe, tratándolo de fascista, lo que mueve a la vergüenza ajena.

La llegada del cacique populista venezolano, que fundó la "mayor planta petroquímica del Pacífico", no mejoró el ambiente, haciendo gala una vez más de su arte de practicar el pensamiento mágico —cree que decir significa hacer—. Ya se pierde la cuenta de los innumerables "grandes proyectos" que ha anunciado a lo largo del continente desde que está en el poder y que nunca se han realizado. Un comportamiento que, de tan repetitivo, se asemeja a una patología que aqueja a algunos hombres, caracterizada por una resolución precoz del placer.

Lo que en Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Argentina toma visos de caricatura, en Bolivia significa una incitación a la violencia. Allí, Venezuela está jugando con fuego.


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