Actualizado: 27/03/2024 22:30
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EEUU, Trump, Socialismo

¿Trump socialista? No, simplemente autoritario

Al parecer, los legisladores republicanos han perdido el celo neoliberal de antaño de combatir el déficit, favorecer el libre comercio, rechazar las tarifas y oponerse a los subsidios

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Catalogar al presidente Donald Trump de socialista puede parecer una provocación o un disparate, pero no pasa de una confusión que ni siquiera justifica la ironía.

Judd Gregg señala que, aunque resulta difícil clasificar la filosofía cambiante del mandatario estadounidense, hay una marca socialista indeleble en sus políticas caóticas. Así lo escribe en un artículo de opinión en The Hill.

Vale aclarar que aquí no estamos ante un chiste estilo Alexis Valdés. Gregg es un senador republicano por tres períodos de New Hampshire y exgobernador del estado.

Trump es el “verdadero socialista” según una columna de Catherine Rampell en The Washington Post.

En ambos artículos se mencionan los subsidios a la agricultura y los intentos por parte del gobierno de decirle a los fabricantes donde deben comprar las materias primas y dirigir sus industrias.

“Sería difícil encontrar mejores ejemplos recientes del gobierno de Estados Unidos tratando de ejercer influencia, incluso control absoluto, sobre los medios de producción, tanto en el país como en el extranjero”, escribe Rampell.

“A los socialistas lo que más les gusta es establecer una nueva serie de impuestos para financiar al gobierno. Y esto, por supuesto, es lo que son las tarifas del presidente”, señala Gregg, quien considera que dichas tarifas deben ser catalogadas, de forma correcta, como un nuevo impuesto a las ventas.

Trump le ha dicho a las compañías estadounidenses que deben de dejar de hacer negocios con China. Y este “es el tipo de mandato que podría provenir del liderazgo de la desaparecida Unión Soviética, Cuba o incluso la China comunista de hoy. Se trata de la máxima interferencia posible del gobierno en el mercado libre”, según el exgobernador republicano.

El argumento de que no se pueden equiparar las palabras (los tuits) de Trump con los dictámenes de un régimen socialista tipo Cuba o la desaparecida Unión Soviética palidece cuando se destaca la intención y no la capacidad para llevarlo a cabo.

Hoy por hoy Donald Trump no puede imponer sus tuits como podían Fidel Castro, Raúl Castro o incluso el debilitado Díaz-Canel imponer sus palabras. Pero no se sabe hasta dónde puede llegar el deterioro de la sociedad estadounidense si es reelegido.

Las instituciones del gobierno estadounidense se están transformando a toda velocidad para cumplir con los designios, los caprichos y hasta con los errores de Trump, señala el premio Nobel Paul Krugman en una columna de The New York Times.

Pero hay una distancia entre apariencias, declaraciones y decretos que entorpece el análisis.

Aunque el discurso de Trump remite una y otra vez a la prioridad de Estados Unidos frente al mundo, más que de originalidad americana de lo que se trata es de imitación europea, fundamentalmente francesa: desde la ilusión por los desfiles militares no celebrados hasta los subsidios a los productores agrícolas y la debilidad de la moneda.

Sin embargo, catalogar al presidente de “socialista” evidencia una falta de rigor: sus palabras, sus dichos —es muy difícil hablar de ideas en Trump— remontan en muchas ocasiones a un pasado mercantilista donde el monarca distribuía privilegios comerciales de acuerdo a su beneficio y capricho. Más que a Marx, hay que invocar a Luis XIV; la riqueza y el proteccionismo en una economía dirigida.

Persistencia en la confusión del antaño enfrentamiento entre izquierda y derecha, cuando la contradicción fundamental que reina en nuestros días es el conflicto entre la democracia liberal y el populismo autoritario.

Frente a los esfuerzos de Trump y los líderes de un republicanismo que ha perdido su rumbo, de encasillar a los demócratas como furibundos partidarios de un “socialismo” estilo venezolano, cabe la ironía de achacarle al inquilino de la Casa Blanca una oreja peluda de izquierda. Pero no pasa del eterno ejercicio de la banalidad del mal.

Más apropiado es denunciar a esos legisladores republicanos que, con su vocinglería de ayer por el déficit, su fervor olvidado por el libre mercado y su añejo rechazo a la interferencia rusa, hoy marchan embelesados junto al líder, dominados y temerosos ante cualquier tuit autoritario.


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