Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Política y pasión

Sarah Palin y Barack Obama, razones personales para elegir a una 'celebridad'.

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Hace unos días, unos amigos y yo veíamos a Sarah Palin hablarle en televisión a la prensa. La candidata a vicepresidenta por el Partido Republicano se mostraba como una mujer decidida, dispuesta a todo. Uno de mis amigos, que ama la naturaleza tanto como Whitman y Emerson, decía que se sentía más seguro con Palin en la Casa Blanca y que su dinero estaría seguramente más cuidado con ella que con cualquier batallón del ejército. Sin embargo, en nuestro grupo no todos pensaban igual.

Para decir verdad, pocos compartían tanto derroche de optimismo, al extremo de que uno se levantó y nos dio esta descarga: "El fenómeno de Palin, que le ha dado un empujón al viejito del Senado, casi podría decirse que ejemplifica todo lo que está mal con la cultura y la política norteamericana. Nuestra cultura —decía— pone demasiado énfasis en lo popular, y esto determina nuestra forma de elegir un presidente. No elegimos al más apto, sino al que más público arrastra. Y esto parecería evidente cuando fuimos nosotros quienes creamos el arte pop, Hollywood y la comida basura, pero miramos con recelo la 'alta cultura' y a cualquiera con dotes de intelectual. Jamás pondríamos en la Casa Blanca a un escritor, pero estamos dispuestos a darle una oportunidad a una comentarista de deportes o a un actor de cine".

No sé si todo lo que dijo mi amigo es cierto, ni si esas fueron sus palabras exactas, pero he de aclarar que las diferencias de partido corrían de forma profunda entre nosotros y seguramente cualquiera iba a contestarle. Esto fue justamente lo que hizo la amiga que originalmente había defendido a la probable vicepresidenta: "Bueno, le dijo, no hay nada malo con ser popular, un actor de cine o una reina de belleza como Sarah Palin y querer ser presidente. Ningún trabajo es mejor que otro, y no creo que haya tal cosa como 'alta' y 'baja' cultura, que según tú, terminará llevándose este país a la bancarrota. Yo me siento identificada con esta mujer, que pare hijos con la más mínima preocupación de que no podrá pagarles una enseñanza decente en el futuro, o que tiene un hidroavión en el patio de su casa con el que va todos los días al trabajo. Ella representa la Naturaleza, esa 'mujer de la frontera' que tanto añoramos, y que lucha a la par del marido, sin exigir ninguna distinción. Si la mayoría queremos votar por ella, ya sea porque nos gusta como le cae a trompadas a un oso en Alaska, o por sus convicciones sobre el aborto, pues que así sea. Esa es la belleza de la democracia. La mayoría es la que rige y la minoría pues que se prepare para el próximo round. Además —añadía— si estas hablando de celebridades, seguramente te estas refiriendo a Obama, ¿no?".

La discusión, lógicamente, no terminó aquí. Esto fue tan sólo el empezar. Mi amigo no se cansaba de afirmar que nuestro entusiasmo por Palin no era más que un placer vicario (el de la política norteamericana) de expandirse por todo el mundo. Que no era más que otro síntoma mesiánico del Poder.

En cambio, mi amiga lo acusaba de querer ponerles trabas a la democracia, de intentar crear reglas, como escoger quiénes podían votar, para evitar así las "malas" elecciones. "Eso ya lo intentamos y no funcionó —decía—, así que ni lo pienses".

No sabía yo qué responder, ya que me era difícil tomar partido por uno o por otro. No sólo porque a mi no me incumbía esa pelea, sino porque quería a los dos y soy absolutamente fiel a ambos. Entiendo, sin embargo, que a mi amigo le atemorice pensar que sus hijos prefieran escoger ser porristas o jugadores de fútbol, en lugar de ratones de bibliotecas como él. Y que mi amiga se sienta tan comprometida con una mujer que puede desbaratar a tiros un elefante, y luego sentarse a ver televisión en la sala sin ningún remordimiento. Tal vez es que reconozco algo de razón en las palabras de ambos, y que, como todo el mundo, quisiera que me entendieran.


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