Actualizado: 23/04/2024 20:43
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La transición española y el caso cubano (I)

Treinta años después de la muerte de Franco: ¿Será útil para la Isla el ejemplo ibérico?

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El 20 de noviembre de 1975, a los 83 años de edad, murió el Generalísimo Francisco Franco, tras haber dirigido con mano firme una dictadura de carácter autoritario iniciada en 1939. Sorprendentemente, después de la desaparición del Caudillo comenzó o se aceleró un proceso de cambio hacia la democracia que en pocos años desmanteló totalmente el régimen creado tras la victoria de los "nacionales" en la Guerra Civil (1936-1939).

El propósito de las reflexiones que siguen es examinar esta experiencia para tratar de determinar si puede ser útil para los cubanos en la hora actual, cuando Fidel Castro ha cumplido 79 años de edad y casi 46 al frente de una tiranía que muestra clarísimos síntomas de agotamiento.

España y Cuba: historias paralelas

Españoles y cubanos no suelen percatarse de la similitud histórica que aproxima a los dos países a lo largo del siglo XX. Unos y otros están acostumbrados a pensar que la ruptura de 1898 fue un corte total que escindió en dos partes, totalmente distanciadas, el destino político de ambas naciones, pero un acercamiento más cuidadoso demuestra lo contrario.

En la década de 1920, tanto Cuba como España vivieron momentos muy tensos en los que se devaluaron casi totalmente los principios democráticos. En Occidente comenzaba con mucha fuerza el conflicto entre el comunismo y el fascismo, caracterizado por el desorden y la violencia social, con numerosos asesinatos y un alto grado de matonismo sindical, y los pueblos de la Península y de la Isla, o una parte sustancial de ellos, en ambas orillas del Atlántico, pedían "mano dura" para reorganizar la convivencia.

En 1923 esta sensación de caos y de fracaso de las instituciones llevó al poder al general Primo de Rivera, espadón persuadido de las virtudes del fascismo, quien puso fin a medio siglo de monarquía parlamentaria, surgida tras la restauración de la dinastía borbónica en 1875. Parece que el conjunto de la sociedad española recibió al general con muestras de alivio.

En Cuba, en 1925, fue elegido el general Gerardo Machado, precisamente porque se le tenía por un hombre enérgico capaz de "meter en cintura" al país. Había sido secretario de Gobernación durante el gobierno de José Miguel Gómez (1909-1912) y el recuerdo dejado era el de un militar que no toleraba desmanes, aun al precio de ser él quien ordenaba los atropellos.

En esa época, caracterizada por los bajos precios del azúcar, las constantes turbulencias sindicales y algunos sonados asesinatos de inspiración política, los cubanos, además de "casas, caminos y escuelas", como prometía Machado, querían orden. El general, nacionalista y, en cierta medida, antiespañol, creía que una forma de lograr este objetivo era deportando a España a los revoltosos inmigrantes provenientes de la antigua metrópoli, acusándolos de pistoleros anarcosindicalistas o comunistas.

En realidad, había vínculos políticos entre la riada de los inmigrantes españoles llegados a Cuba, fundamentalmente desde Galicia, Asturias y Canarias, y no es extraño que existiera alguna complicidad entre estos y los sindicalistas cubanos más violentos. Por otra parte, también era notable una corriente españolista dentro de la Isla, como demuestra la creación de un batallón de voluntarios hispano-cubanos que marcharon a la guerra colonial de Marruecos en el bando, naturalmente, de Madrid.


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