cubaencuentro.com cuba encuentro
| Opinión

Opinión

La transición española y el caso cubano (I)

Treinta años después de la muerte de Franco: ¿Será útil para la Isla el ejemplo ibérico?

Enviar Imprimir

La crisis de la 'mano dura'

España, pues, y cuanto allí acontecía, se vivía como una experiencia muy cercana para los cubanos y para el enorme número de inmigrantes españoles que llegaba a la Isla o regresaba a la Madre Patria: los asesinatos de los jefes de Gobierno de España, Eduardo Dato y José Canalejas, fueron planeados o ejecutados por españoles previamente avecindados en Cuba, y probablemente el de José Calvo Sotelo, detonante directo de la Guerra Civil española, fue llevado a cabo por un sicario cubano escapado de la Isla tras la fuga del general Machado.

Fenómeno, por cierto, no muy diferente de lo que a fines del siglo XIX le ocurriera a Antonio Cánovas del Castillo, víctima de un anarquista italiano, armado y subsidiado en París por exiliados vinculados al Partido Revolucionario Cubano.

En todo caso, a principios de la década de los treinta, ambos gobiernos de mano dura comienzan a hacer crisis. En 1930 renuncia Primo de Rivera, y en 1931, tras unas elecciones municipales en las que triunfa en toda la línea una amplia coalición de republicanos, nacionalistas catalanes y socialistas, el rey Alfonso XIII abdica y se marcha al exilio. Los Borbones vuelven a salir de la escena pública.

Por segunda vez en menos de seis décadas los españoles ensayan el modo republicano de organizar el Estado. En Cuba, las convulsiones políticas son diferentes, pero igualmente intensas. El gobierno de Machado, que había llegado al poder por medios democráticos, se había deslegitimado por sus acciones contrarias al Derecho.

Machado había "prorrogado" su autoridad por medio de un parlamento dócil que violó el espíritu de la Constitución de 1901, y esto, unido a la crisis económica generada por el crac de 1929, desató una vasta insurrección que culminó en 1933 con la renuncia y exilio precipitado del general y la desbandada de su gobierno.

Si en 1931 España estrenó la segunda república, y en 1933 los cubanos conocieron la primera revolución, ambas sacudidas terminaron en desastre. En 1936, precedida por todo género de desórdenes, comenzó la Guerra Civil española, zanjada tres años más tarde al costo de cientos de miles de muertos y el encumbramiento del Generalísimo Francisco Franco, proclamado "Caudillo de España por la gracia de Dios", una forma medieval de explicar la autoridad de los monarcas.

Guerra Civil que también se riñó apasionadamente dentro y fuera de Cuba. Dentro, al dividirse acremente la sociedad política cubana entre los partidarios de los republicanos y los de los nacionales, y fuera, con la participación de más de mil voluntarios en el conflicto, la mayor parte de ellos reclutados en la esfera de los comunistas para servir en las Brigadas Internacionales.

Dada la población de Cuba en ese momento —apenas cuatro millones—, esta cifra era proporcionalmente la mayor aportada por cualquier país en defensa de la república española, lo que demuestra hasta qué punto los asuntos de España eran vistos como propios por los criollos cubanos.

Pero no era solamente en España donde naufragaba la república. En Cuba, entre 1933 y 1940, tras el colapso de Machado, el papel de jefe del país lo desempeñaría un ex sargento, Fulgencio Batista, quien gobernaría en la sombra desde los cuarteles, mientras unos jefes de gobierno nominales ocupaban la presidencia, se borraba o debilitaba la trama institucional, y el Estado de derecho y el equilibrio de poderes que deben caracterizar a una verdadera república se convertían en una fórmula vacía.

Finalmente, en 1940, la Isla recuperó la institucionalidad democrática y Batista resultó elegido presidente en unos comicios razonablemente creíbles que serían seguidos por dos gobiernos "auténticos".

Los dos países, pues, de forma paralela, entraban en un período de sosiego, aunque en España esto ocurría bajo la bota militar y el signo del fascismo, y en Cuba, dentro de normas formalmente democráticas que volverían a ser destruidas en 1952, cuando Batista, mediante un golpe militar, liquida al gobierno legítimo de Carlos Prío y precipita una insurrección armada; circunstancia que siete años más tarde potencia la aparición de Fidel Castro en el panorama político de la Isla. Ya Cuba, como España, contaba con un caudillo victorioso.