La ciudad a debate

Encuesta que responden trece arquitectos y urbanistas de dentro y fuera de la Isla acerca de la evolución de la ciudad, las causas de su deterioro, los antiguos planes urbanísticos y su vigencia, así como las claves de La Habana por hacer, y su relación con los diferentes modelos sociopolíticos que podrían imperar en el futuro. Los encuestados muestran toda la gama de criterios que habrán de conciliarse al modelar la nueva ciudad, y este intercambio adelanta la discusión pública que exige el tema

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¿Cuál es el mayor problema urbanístico que enfrenta cualquier remodelación de La Habana?

Existen La Habana Colonial, La Habana Republicana y La Habana Totalitaria. Las primeras fueron sumamente creativas y la Republicana fue, además, de una capacidad constructiva extraordinaria. En la tercera etapa, el Estado usurpó a la sociedad la labor de hacer ciudad. Por lo tanto, el mayor problema urbanístico que enfrentaremos es recuperar la actitud positiva de hacer ciudad en un ambiente de libertad expresiva. La remodelación de La Habana no debe ser impuesta desde arriba, sino surgir del pensamiento y sentimiento de la sociedad, interpretados por sus urbanistas. (Nicolás Quintana)

El mayor problema es la colosal deuda constructiva acumulada en más de medio siglo con la ciudad y sus ciudadanos. Su remodelación (casi me atrevería a decir su resurrección o renacimiento) es un enorme desafío que necesitará coraje, astucia, sabiduría y… dinero, mucho dinero. Habrá que combinar capacidades locales —hoy ignoradas por un excesivo centralismo—, presupuesto nacional —siempre insuficiente— e inversión extranjera —rechazada hoy sin matices en el ámbito inmobiliario—. ¿Cómo lograr una ciudad que funcione sin necesidad de destrozar su delicado tejido con autopistas urbanas? ¿Cómo mantener a raya la creciente dualización de la capital entre su dinámico frente marítimo y sus desvencijados barrios sureños? ¿Cómo paliar el impacto combinado de un envejecimiento rápido de la población junto a una persistente emigración de las capas jóvenes y calificadas? El asunto esencial sigue siendo económico y, por tanto, político. (Carlos García Pleyán)

La Habana ha padecido medio siglo de olvido y abandono, circunstancia que, al preservarla por omisión de intervenciones de cualquier clase, le confiere el encanto del anacronismo urbano y el más cuestionable atractivo que ejerce su ruinoso esplendor. Pero esta situación es también responsable del estado de deterioro o colapso en que se encuentran tanto sus edificaciones, irrecuperables en un elevado porcentaje y, en general, afligidas por la falta de mantenimiento y las modificaciones agresivas e incontroladas, como su infraestructura técnica, ineficiente y, en todo caso, obsoleta, y sus servicios, deficitarios o inexistentes. A la realidad física se suma el factor humano. La capital sufre un grave problema de superpoblación, cuya magnitud real permanece sumergida, que ha provocado la paulatina tugurización del centro y el surgimiento de asentamientos precarios en la periferia, así como la alteración radical del equilibrio social. La actitud de sus habitantes se mueve entre dos extremos. Por una parte, el odio, desprecio o simple indiferencia hacia la ciudad, que emana no sólo de un poder central que a estas alturas reclama «virarse para la tierra», sino de unos pobladores, muchos de ellos inmigrantes de otras regiones del país que no consiguen identificarse con la ciudad y, ya sea por necesidad o desidia, la desfiguran y destruyen, encargándose por su cuenta de «traer la tierra a la ciudad», de ruralizarla. Por otra parte, la mitificación de la ciudad y el culto a un pasado urbano idealizado que se pretende recuperar a toda costa o, si es preciso, reinventar. (Emma Álvarez-Tabío Albo)

No se puede aislar un solo problema mayor sin perder la visión de conjunto. Se trata, en primer término, de “hacer ciudad”, de una rigurosa y ardua definición de “La Habana que queremos”. Con una buena dosis de creatividad y recursos, deberá actuarse consecuentemente, pero el primer problema será contrastar los enfoques extremos de profesionales y/o personas con poder de decisión que pudieran imponer la conservación a ultranza o el desarrollismo más pueril. Para ese futuro sería importante considerar los aspectos ambientales en el suministro de bienes urbanos como infraestructura y servicios, y actuar con la racionalidad ecológica que permita imbricar un modelo de desarrollo sustentable y las exigencias del mercado y la modernidad. (Eneyde Ponce de León)

Más que una cuestión de diseño urbano, el gran desafío será conciliar una gestión que reactive la economía urbana con una política social que evite la segregación de aquellos sectores que habitan las zonas céntricas. Para lograr una dinámica urbana consistente, duradera y justa, la economía de la ciudad debe generar la riqueza necesaria para su propia subsistencia y desarrollo, a la vez que evitar la exclusión social. (Liber Arce Matos)

El mayor problema urbanístico que enfrenta La Habana es que el deseo de catalizar su desarrollo económico pudiera atenuar la importancia dada a las regulaciones urbanas y las ordenanzas de construcción, o eclipsar su seguimiento. Éstas han dirigido el crecimiento de la ciudad, y el resultado es un urbanismo ejemplar. (Sonia Chao)

Plantearse la remodelación de una ciudad suena como una ambición desmedida. Pensemos en partes, zonas, conjuntos, barrios, centro, periferias, límites, fronteras, para acercarnos a la posible realidad del abstracto tema de este ejercicio. El problema será repensar un modelo capaz de revitalizar de inmediato la disfunción urbana en todas las Habanas de La Habana. Esta pretensión de recuperar una ciudad que perdió su tiempo sólo será posible si se aplica un modelo flexible, sin prejuicios del pasado ni encantamientos de futuro. Un modelo conceptual, elástico, contemporáneo, alejado de toda discusión centrada en experimentos formales y memorias estéticas: un modelo que no sólo implique a La Habana, sino que irradie una potencia que reavive la larga red urbana contenida entre Guane y Baracoa, al este y oeste de su centro capitalino. (Heriberto Duverger)

El principal problema será reactivar y reeducar la industria de la construcción. La descomunal tarea de rehabilitar tantas edificaciones requerirá de muchos arquitectos, ingenieros, constructores y artesanos expertos, y contar con una organización económica que pueda sufragarla. (Ricardo López)

Afortunadamente, los profesionales cubanos de la Isla y la diáspora son conscientes de la necesidad de esa transición y están bien preparados para emprenderla. En Cuba hay una extensa documentación, sus técnicos han sido entrenados en las mejores escuelas de restauración y existen instituciones muy serias, como la Oficina del Historiador de la Ciudad, el Centro Nacional de Restauración y Conservación de Monumentos, el Instituto de Planificación Física, y grupos de trabajo especializados. El problema son los recursos económicos. (Rafael Fornés)

El mayor problema urbanístico que enfrentan las ciudades, no sólo La Habana, sino también Miami, es la educación del arquitecto y su capacidad de valorar la continuidad de las tradiciones constructivas. (Luis Trelles)

La gran superficie ocupada, las grandes distancias y las densidades muy bajas, suponen un importante reto en cuanto a infraestructuras de todo tipo: redes técnicas y transporte. Si bien algunos barrios del centro o semicentro son muy densos —La Habana Vieja, Centro Habana, La Víbora, El Cerro—, hay otros barrios de la periferia con una densidad baja o bajísima: Mantilla, Párraga, Víbora Park, El Sevillano, Los Pinos, Santa Fe, Jaimanitas, Cojímar, Guanabo, El Cotorro, El Diezmero. (Jorge Tamargo)

Al eliminarse la propiedad inmobiliaria, el Estado, sustituyendo a los propietarios, asumió los mantenimientos periódicos —además de la reparación y creación de vías y redes técnicas en una ciudad que ya entonces debía modernizarse—. Al incumplir esa gestión elemental, el Estado ha ocasionado la ruina de numerosos edificios, y la depauperación de calles, mobiliario urbano y redes técnicas. Las edificaciones que eran originalmente viviendas (el 80 por ciento de la ciudad), hiperpobladas, coexisten con otras recicladas a viviendas sin las mínimas condiciones de salubridad. Por ello, la remodelación o restauración no resolvería el problema, si no se conjuga con la creación de un fondo habitacional para una población que se ha duplicado en 50 años. El segundo aspecto es la pérdida del sentido de pertenencia de los habitantes para con su propia ciudad, motivado, entre otras causas, por la falta de libertad económica individual. El Estado establece sus políticas urbanas sin la contrapartida de una sociedad civil, y el ciudadano común queda totalmente marginado. Nada le pertenece, ni siquiera legalmente, y esto repercute en la indolencia o el vandalismo que ejercerá contra su propio espacio urbano. La espera de las respuestas paternalistas, “desde arriba”, genera la devastadora inopia social. Los desmanes de los nuevos ricos y de empresas estatales o extranjeras, al deformar inmuebles y espacios públicos, burlándose de las regulaciones urbanas —sobre todo, a través del soborno de los funcionarios—, complementa esta atmósfera de caos. La vida del 60 por ciento de la población capitalina ha transcurrido en un marco referencial de deterioro físico y desidia en el hogar, la escuela, el transporte y los espacios públicos. La ciudad se usa, se explota —como cualquier otro objeto de consumo que más tarde se tira—, pero no se asume como parte de la vida espiritual. Una remodelación urbana tendrá el desafío de operar sobre el mayor legado espiritual y material de la nación cubana, por lo que esta acción sería uno de los pasos imprescindibles para recomponer el propio sentido de nación que los cubanos deseamos. (Daniel Bejerano)

¿Se puede caracterizar la identidad urbanística de La Habana, esos rasgos que, sea cual sea la remodelación que se emprenda, deben preservarse?

Aparte de un notable patrimonio arquitectónico, se puede arriesgar la hipótesis de su coherencia urbana, más o menos intacta por avatares de su historia reciente. De ella se desprende su carácter acogedor, hospitalario, entendido desde el punto de vista urbano. Un tapiz que se despliega a lo largo del litoral uniformemente o, al menos, sin sobresaltos o cambios de textura dramáticos, y se va deshilachando a medida que se extiende hacia su territorio interior. Con sus llenos y sus huecos, su alternancia de luz y de sombra. Con sus grandes edificios y sus modestas viviendas de clase media, sus manzanas compactas y sus despejados espacios públicos. Una ciudad legible, con ejes e hitos definidos y fácilmente identificables. Una ciudad que conserva la cualidad, tan rara en estos tiempos, de ser transitable, aun a riesgo de exponerse a enojosos contratiempos. Pero ni siquiera los potenciales contratiempos, atribuibles a cuestiones técnicas más que urbanísticas, que no opacan el hecho de que La Habana es una ciudad que invita y permite el paseo, sin duda, la experiencia urbana por excelencia. Sería deseable, desde luego, preservar esos rasgos, pero resulta inevitable enfrentarse a las nuevas realidades urbanas asociadas al mercado del suelo y la consiguiente especulación, o a la difusión universal del modelo suburbano norteamericano, o a las que impondrán las demoliciones, la nueva construcción, el rediseño del sistema vial, etcétera. Conciliar estas dos visiones en La Habana del futuro será difícil, pero debe ser la aspiración de todos los actores del proceso. Y, en última instancia, siempre queda el pobre consuelo de que ciertas cosas difícilmente pueden empeorar... ¿o sí? (Emma Álvarez-Tabío Albo)

La Habana es una ciudad-col. Tiene un centro histórico bien definido, el casco urbano primitivo. Durante cuatro siglos, la arquitectura ha ido vistiendo este origen con capas sucesivas. Esta arquitectura hace la ciudad, la cuenta cronológicamente en sus apretadas hojas, según se ascienda a El Cerro o se baje al Muelle de Luz. Siglos de monumentación ideológica al borde del mar, se completan en el urbanismo de tierra adentro. La Habana, urbe condenada a vivir de su propia historia, ciudad en la que el historiador es más importante que el alcalde —y a todos les parece muy normal—, presenta un agujero negro en las capas arquitectónicas del siglo XX. Este registro urbano se interrumpe en su clímax: los años 50 del siglo pasado. El resentimiento campesino triunfante y las pequeñas agrópolis revolucionarias, que incontables planes especiales sembraron por toda la Isla, vaciaron de interés la conclusión de la capa más reciente de la col habanera. La interrupción del proceso ha dejado en el imaginario urbano un pliegue que esconde el ejercicio adivinatorio, siempre recurrente, frente a la ciudad dormida: ¿cómo sería La Habana de hoy? (Heriberto Duverger)

La identidad urbanística de La Habana emerge de unos elementos muy claros: 1. Las plazas: lineales (como El Prado) o centrales (como la De Armas), sitios de contacto humano. 2. La cuadrícula o retícula grecorromana de sus calles y manzanas, que ordena la ciudad. 3. Los usos mixtos (comercios, oficinas, parques y residencias) que, con la cercanía entre ellos, incentivan la actividad peatonal. 4. Las densidades variadas, con predominio del uso intensivo del terreno, que crea ciudades compactas. 5. Las fachadas continuas con un control de alturas por piso. 6. Las arcadas, pórticos y columnatas públicas, el ámbito peripatético. 7. Los corredores (paseos, alamedas, avenidas) y calles interconectadas en los nodos urbanos. 8. Las esquinas de la ciudad, sitios de reunión vecinal. 9. Los monumentos, fuentes, esculturas y murales, el adorno urbano. 10. Los parques arbolados con sus bancos y glorietas, sitios de descanso. 11. El sistema múltiple de transporte público, como alternativa al uso inevitable del automóvil. 12. La escala monumental, inspirada en los castillos coloniales. 13. La atmósfera alegre y creativa que ha permeado, y permeará en el futuro, la actividad urbana en Cuba. (Nicolás Quintana)

Lo más característico de La Habana es su densa estructura urbana de plazas, calles y manzanas compactas. Las tipologías de patios, los portales que configuran las ágoras en las plazas de La Habana Vieja, y las monumentales stoas de las calzadas, resultado de las Ordenanzas de 1861. (Rafael Fornés)

Las ciudades cubanas son privilegiadas; su urbanismo permanece intacto. La Habana no tiene las cicatrices de otras capitales occidentales. No está lacerada por carreteras. Cada capa de su crecimiento es evidente, cada barrio mantiene su identidad. A través de su tejido, los usos son mixtos. Su diseño se basa en los principios de sostenibilidad. Un urbanismo tradicional, a escala del ser humano, que debe preservarse. Un urbanismo legible y vivible —aunque urge practicar a su coro arquitectónico intervenciones dérmicas, respetuosas, y nuevas contribuciones, en armonía con las tipologías que caracterizan a la ciudad. (Sonia Chao)

La ciudad se sigue reconociendo como tal gracias a su coherencia, su continuidad y su escala. La coherencia se expresa a través del manejo de la armonía entre construcciones de diferentes temas y tiempos históricos, las morfologías adoptadas, la volumetría respetuosa y dialogante con las existentes, las alineaciones de fachadas establecidas, el ritmo de vanos y macizos y la pauta de colores usados, entre otras condiciones. La continuidad se establece, por una parte, a lo largo de los principales recorridos de la ciudad, donde se puede “leer” su crecimiento sin traumas y, por otra, dentro de cualquier perspectiva de los barrios centrales. En ambos casos, esto se ha logrado con el mantenimiento de pautas espaciales flexibles, pero controladas mediante las regulaciones urbanas que, aunque actualmente desactualizadas, cumplieron un papel muy importante. Gracias a su escala, La Habana sigue siendo peatonal y humana, lo cual se agradece, ya que la mayoría de las grandes ciudades del mundo han perdido esa cualidad. (Daniel Bejerano)

Ya lo definió Alejo Carpentier: La Habana es ecléctica; una ciudad de mixturas donde el valor de conjunto es lo más destacable. Hay que preservar su perfil volumétrico, donde predominan los edificios de baja altura, la relación con el mar, sus contenidos simbólicos. El tipo de remodelación que se emprenda dependerá de muchos factores y de la sensibilidad de los que la acometan. No deberá ser una remodelación traumática que, en busca de supuesta modernidad y de rentabilidad, conviertan a la ciudad en un conglomerado de edificios y espacios anodinos. (Eneyde Ponce de León)

La Habana es una ciudad única en el mundo por su capacidad de crecer y "reinventarse" sin devorarse a sí misma. Pueden leerse en ella todos y cada uno de los eventos urbanísticos que la han marcado: desde la eficaz cuadrícula irregular de La Habana Vieja hasta la excelente ciudad-jardín de los asentamientos de la alta burguesía de los 40 y 50 del siglo pasado, pasando por la magnífica cuadrícula neoclásica de El Vedado, o el espantoso urbanismo del "socialismo real" en Alamar. En La Habana, donde todo fue posible, las huellas del tiempo se mantienen en pie contra viento y marea. Esta seña identitaria sería, en mi opinión, algo a conservar. Pero la enorme dificultad que ello supone, en todos los sentidos, me hace ser muy escéptico con relación a su viabilidad. (Jorge Tamargo)

¿Sería útil, como punto de partida, retomar, total o parcialmente, los proyectos de Jean-Claude Nicolas Forestier, el de Josep Lluís Sert o el Plan Maestro que presuntamente rige desde fines de los 70? ¿O se trata de modelos urbanísticos ya superados?

Debido a diferentes factores, ninguno de los tres planes enunciados se completó a cabalidad, por lo que sus aportes no se pueden valorar integralmente; sólo en objetos puntuales, aunque me inclino a pensar que el proyecto de Forestier fue el que más se preocupó por la creación de espacios públicos articulados dentro de la trama urbana y la capacidad de estos para enlazar la ciudad histórica con los nuevos barrios. Atendiendo a sus especificidades geográficas y topográficas, logró que 80 años después estos elementos se mantengan como parte de la identidad urbana. (Daniel Bejerano)

¿Retomar los viejos proyectos? Absolutamente, no. Pero sí es útil identificar aspectos positivos y negativos, qué funcionó y qué no. Del Plan de Forestier es interesante la utilización de los ejes y espacios verdes. El Plan de Sert respondía a una Habana en función del turismo y del ocio. De haberse ejecutado, quizás tendríamos una ciudad monumental, pero ésta habría perdido gran parte de su encanto. A partir del Plan Director de 1964, se realiza el estudio de la ciudad y su región, de potencialidades, restricciones, deficiencias y oportunidades; de premisas y políticas territoriales que han sido una constante en los subsiguientes planes directores, sin grandes contrastes en su expresión, pero atentos a reconstruir espacios urbanos, borrar diferencias territoriales y establecer regulaciones urbanísticas (en muchos casos, no operativas). (Eneyde Ponce de León)

Las realizaciones del Plan de Forestier son responsables, en gran medida, de la fisonomía de La Habana monumental, la imagen que más frecuenta la iconografía de la ciudad. Algunas propuestas del Plan de Sert, pendientes de ejecución, merecen sin duda tenerse en cuenta. Ambos proyectos contienen elementos que pueden resultar útiles para una comprensión global del desarrollo urbanístico de la ciudad y de sus problemas históricos. Pero pretender recuperar y aplicar en La Habana del siglo XXI modelos de 80, 50 o 30 años de antigüedad, revelaría falta de imaginación y perspectiva, inadecuación con el presente e incapacidad para asumir e interpretar las necesidades actuales de la ciudad. (Emma Álvarez-Tabío Albo)

Tanto los proyectos de Montoulieu, Martínez Inclán, Forestier y Sert, como los variados Planes Maestros del totalitarismo, representan una manera de enfocar el urbanismo ya superada, salvo algunos detalles que pudieran ser útiles en el futuro. El urbanista holandés Rem Koolhaas expresó claramente la situación actual al decir: “Urbanismo, de una manera abstracta, es la creación de potencial” (Euralille: The making of a New Town Center). Del resto se ocupa la sociedad. La época de los planes maestros impositivos pasó ya a la historia. (Nicolás Quintana)

No se puede encuadrar futuro entre marcos de pasado, ni andar hurgando en el cajón de las utopías, rebuscando los pedazos de planes que puedan ser rescatables, o los que resistan las nostálgicas costuras del patchwork. ¿Quién sabe si, al final, La Habana se enrumba hacia una ciudad genérica, según las describe Rem Koolhas, que se extienda hasta Miami, Pinar del Río, Matanzas o Santiago? (Heriberto Duverger)

Es importante no olvidar, aprender de la historia sin prejuicios, tomar lecciones de la herencia local, evitando aquellas propuestas que, como las de Sert, serían destructivas y ajenas. A su vez, es primordial tomar en cuenta las tecnologías contemporáneas y el calentamiento global, incorporar lo mejor de cada momento de la historia de la ciudad, respetando unas regulaciones que le han dado su singularidad y que han permitido su diversidad arquitectónica. (Sonia Chao)

Sería muy útil estudiar estos planes y otros, como los de Antonio María de la Torre o Pedro Martínez Inclán. Transmiten una valiosa enseñanza, incluso sobre lo que no debemos hacer, como en el caso del Plan de Sert. Afortunadamente, éste no fue implementado y se salvó la ciudad colonial. El excelente Plano del Proyecto para La Habana, de Forestier, le confiere la escala parisina de la École de Beaux Arts. No fue aplicado en su totalidad, pero aún se podrían desarrollar las escalinatas al final de Carlos III, y extender el parque urbano del Castillo del Príncipe para solucionar asi el terrain vague de la Plaza de la Revolución, herencia del mussolinismo batistiano. (Rafael Fornés)

La impronta del Plan de Forestier es muy visible, y creo que ir contra él sería ir contra la ciudad misma. Pero retomarlo para "completarlo" me parece una idea, cuando menos, bastante peregrina. El Plan de Sert era un desastre; a nadie se le ocurriría ir en su rescate a estas alturas, y los planes del régimen revolucionario no creo que respondan a criterios sostenibles desde el punto de vista social, económico o ambiental. (Jorge Tamargo)

Aunque ante realidades distintas y con premisas diferentes, lo que hay que observar en esos trabajos no son tanto las soluciones específicas propuestas, sino la mirada con la que vieron la ciudad por venir. ¿A qué aspiraban y cómo pretendían alcanzarlo? Por otra parte, no estoy seguro de que haya mucho que aprender de los planes directores más recientes (con la honrosa excepción del de La Habana Vieja), casi únicamente dedicados a desgranar buenos deseos sin la más mínima alusión a la factibilidad de las propuestas… e ignorados por las autoridades. Mucho más digno y útil para el futuro de la ciudad me parecería entregar esas responsabilidades a la más joven generación de profesionales, ya que diseñar y construir “La Habana posible” es su derecho y su deber. (Carlos García Pleyán)

¿Cuáles serían las líneas maestras de una remodelación de La Habana? ¿Dónde se encuentra el punto de equilibrio entre conservación y renovación? ¿Es posible extender al resto de la ciudad el modelo de restauración aplicado por la Oficina del Historiador en La Habana Vieja?

No existe un punto general de equilibrio entre conservación y renovación. El equilibrio varía según el área de la ciudad donde se trabaje. Y el balance se debe encontrar después de que los valores de cada área se hayan evaluado y expresado adecuadamente. Toda remodelación creativa debe salvar —preservándolos— los sitios, edificios y ambientes urbanos y rurales que nos hablan de nuestra historia. Para lograrlo, es necesario elaborar un inventario de valores, área por área. Al mismo tiempo, no hay ningún inconveniente en insertar un edificio radicalmente moderno junto a un edificio histórico, siempre y cuando la fachada de aquel logre una continuidad espacial en sus alturas, piso por piso, y su calidad sea equivalente. El planeamiento de El Vedado —con sus unidades vecinales de usos mixtos, avenidas circundantes y parques localizados a distancias peatonales— nos presenta un enfoque de una modernidad sumamente adelantada a su época que nos podría guiar en el desarrollo futuro. El modelo de restauración que se aplique deberá permitir que cada área de la ciudad aloje y exprese, de manera creativa y moderna, la vida de los ciudadanos, aceptando la visita del turista. No creo que estos criterios estén reflejados en el modelo de restauración que se está aplicando en La Habana Vieja, que no es más que un “parque temático”, una creación orientada prioritariamente hacia la explotación del turismo, en un ambiente que no refleja, más bien oculta, la vida miserable de sus habitantes. (Nicolás Quintana)

Las ciudades actuales son organismos muy complejos que ignoran todo tipo de líneas maestras. La obra conservativa de Eusebio Leal ha impedido la desaparición de un gran número de edificios de valor en el casco histórico, pero no ha de ser necesariamente el modelo a seguir. Debería considerarse en el futuro una mesurada extensión del sector protegido a ciertas zonas de Centro Habana, El Cerro y El Vedado. (David Bigelman)

No creo mucho en los puntos de equilibrio, en los promedios ni en las recetas. Habrá lugares que deberán conservarse con cuidado, y otros que tendrán que renovarse sin miramientos. Las decisiones dependerán de los sitios y del momento en que se tomen. La ciudad no sólo es específica en el espacio, sino en el tiempo. El modelo aplicado por la Oficina del Historiador es lo suficientemente complejo como para que no sea oportuno hablar de él en bloque. Pero no dudaría un segundo en extender a toda la ciudad la combinación de atribuciones y recursos de que disfruta la Oficina, aunque otorgándoselos a los gobiernos municipales, de modo que queden sujetos a control ciudadano. (Carlos García Pleyán)

Salvar la ciudad es, en primer término, hacerla vivible para sus ciudadanos, programar su desarrollo integral y sostenible. Entre otras muchas, las acciones más importantes que deben emprenderse son: 1. Revalorización del costo del suelo, que debe actualizarse y legislarse, para poder lograr un aprovechamiento óptimo en todo tipo de proyectos. 2. Modernización del cuerpo de regulaciones urbanas que, de manera simultánea con la anterior, evite la especulación y los manejos políticos. 3. Recuperación de la capacidad habitacional. Por una parte, el crecimiento dentro de los cuantiosos vacíos urbanos de la ciudad y, por otra, el crecimiento controlado del desarrollo en la periferia. 4. Recuperación del espacio público, que deberá completarse y articularse a la trama existente mediante la creación de plazas, parques y otros equipamientos, que afianzarán “la cultura del barrio”, el sentido de pertenencia y el arraigo social de los ciudadanos. 5. Conservación de los valores patrimoniales de la ciudad. 6. Reciclaje de instalaciones obsoletas, inacabadas o en desuso —talleres, fábricas o almacenes, dentro y en la periferia de la ciudad—. 7. Modernización y completamiento del transporte público, del entramado vial y de las redes técnicas de la ciudad. 8. Control de la contaminación ambiental, que debe apoyarse en la actualización tecnológica y en severas regulaciones jurídicas. El plan de restauración aplicado por la Oficina del Historiador toma como motivo los elementos arquitectónicos y urbanos de interés cultural de la ciudad primigenia tal cual, o los recrea al detalle para montarlos en una especie de vitrina de interés turístico enfocada al visitante extranjero. Este hecho puede ocurrir de forma más o menos similar en cualquier ciudad del mundo, pero en este caso se acompaña del desplazamiento o la ignorancia del papel a jugar por el residente del lugar, ya que, por ejemplo, éste no está presente ni en las actividades económicas que sirven al turista, ni puede disfrutar de los espacios recién restaurados, al no poseer la moneda que se usa en estos sitios. Como colofón, se produce su desplazamiento físico, cuando no cumple las expectativas para integrar los programas de habitabilidad en las obras terminadas, y se le envía a la periferia. Este hecho, que puede ser otra extensión del control de la libertad individual ejercido por el Estado, rompe lazos familiares y comunitarios, lo que, por supuesto, tendrá consecuencias en el futuro a nivel psicosocial. Hasta hoy, este plan ha convertido a La Habana Vieja en una ciudad que se reproduce a sí misma usando patrones de restauración y conservación obsoletos y antieconómicos, que no crece lo que debe, ni posibilita la participación de la arquitectura contemporánea dentro del patrimonio construido. Sin embargo, dispone de varias decenas de museos que se quedan sin vida a las cinco de la tarde, tiendas de marcas con precios del Primer Mundo, estatuas de personajes célebres que ni siquiera conocieron La Habana y montajes escenográficos e “historicistas” del peor gusto, entre otras veleidades. Aunque en un inicio algunos municipios reclamaban la réplica de este programa —personalmente, yo me sentí atraído por él—, en la actualidad se puede constatar que es imposible su extensión, porque no constituye un modelo viable de gestión urbana. (Daniel Bejarano)

Las líneas maestras serían creatividad y mesura, articulación armónica entre lo existente y lo nuevo. Es preciso trabajar con las dimensiones económicas, tecnológicas, sociales y ambientales en la definición de criterios e instrumentos urbanísticos capaces de revertir el estigma de insostenibilidad de la ciudad, sin sucumbir a los oropeles del mercado, la especulación del suelo y los megaproyectos. En el diseño general de la ciudad se han definido algunas premisas que me parece indispensable considerar: 1. Mantener la variante de desarrollo Este-Oeste, con fuerte connotación ecológica al limitar el crecimiento hacia el Sur, donde se encuentra la cuenca de aguas subterráneas de Vento. 2. Utilizar como áreas de nuevo desarrollo los intersticios remanentes hasta el Primer Anillo, que propician la compactación urbana. 3. Diversificar los espacios públicos e incrementar el indicador de m2 de áreas verdes por habitante. 4. Mantener libre de construcciones la franja de protección establecida según la Ley de costas, así como el libre acceso a éstas. 5. A nivel de diseño urbano, ejecutar proyectos clave a escala intermedia que actúen como generadores de vitalidad, y 6. Resaltar la identidad y los valores locales. Es totalmente factible extender al resto de la ciudad el modelo de restauración aplicado por la Oficina del Historiador. Existen profesionales capaces y zonas con potencialidades. El modelo me parece óptimo en áreas que puedan generar plusvalías urbanas: El Vedado, partes de Centro Habana o El Cerro, La Víbora, Ciudad Libertad o el centro histórico de Guanabacoa, e incluso sitios que crearían nuevos corredores y flujos de atracción, como Santa María del Rosario o Santiago de la Vegas. (Eneyde Ponce de León)

El modelo de la Oficina del Historiador es aplicable a los “monumentos” en todos los municipios de la ciudad. El problema principal no es la restauración y preservación, sino las nuevas construcciones. Por ejemplo, los jóvenes arquitectos cubanos y las estrellas del Havana Project (Coop Himmelb(l)au; Morphosis/Thom Mayne; Moss, Eric Owen; Pinós, Carme; Woods, Lebbeus, y C.P.P.N (Edited by Peter Noever); The Havana Project, Ed. Prestel, Munich-Nueva York, 1996), ávidos de intervenir, plantean modelos deconstructivistas obsoletos en una ciudad deconstruida per se. (Rafael Fornés)

Las realidades de La Habana Vieja no son necesariamente comparables a las de otros barrios; por tanto, el modelo quizás no sea extrapolable. La Habana no necesita importar nuevas formas de hacer ciudad, sino aferrarse al urbanismo que la distingue y, sobre esa herencia, idear su futuro. La tentación innovadora y modernizadora de los diseñadores debe ser templada por el respeto al tejido urbano y a sus regulaciones. (Sonia Chao)

Es preciso establecer un nuevo equilibrio entre lo público y lo privado, la oferta y la demanda, los derechos y las obligaciones. Hay que centrar al individuo en su ciudad, favorecerle el derecho a una arquitectura sin fronteras, al disfrute cotidiano de su vida urbana, y crear en él el compromiso tácito con la ciudad que habita. La Habana actual es el terrain vague que Ignasi de Sola Morales describe como parte de las ciudades desarrolladas. Esta condición requiere leer el modelo o modelos de la antigua ciudad con las nuevas relaciones sociales y la conciencia del gasto y despilfarro desarrollista que han aportado los nuevos tiempos. Si solamente se reconstruye una capa degradada de la ciudad en términos estilísticos, sin mejorar la vida de sus ciudadanos, si sólo se trata de salvar la arquitectura de una época, se siguen muy de cerca los influjos de la nostalgia. El equilibrio entre conservación y restauración pasa por el rechazo conceptual a la facilona actitud de nostalgia arquitectónica. Ésta es capaz de convertir toda una ciudad en un gran parque temático, una seaside para el show colonial: el filme de un Truman cargando agua en La Habana Vieja. (Heriberto Duverger)

La Habana es una ciudad con ascendente europeo, latino. Lo hecho en Europa en los últimos veinte años pudiera ser un punto de partida, sobre todo en lo concerniente a las actuaciones en los centros y semicentros. No tanto en los nuevos desarrollos urbanísticos, donde muchas veces se impone un remedo de ciudad-jardín. El trabajo de la Oficina del Historiador en La Habana Vieja resulta muy loable, en contraste con la nulidad y la apatía con que el régimen (no) actúa en el resto de la ciudad. Pero responde a una voluntad cosmética y escenográfica insuficiente, incluso para la propia Habana Vieja. Abordar con esa fórmula el enorme problema que representa La Habana es, cuando menos, ingenuo. (Jorge Tamargo)

Vista en perspectiva, la obra de la Oficina del Historiador en La Habana Vieja y, en particular, del propio Eusebio Leal, resulta ejemplar por su impacto social, y porque representa un modo de gestión del territorio urbano relativamente autosuficiente. Desde este punto de vista, el criterio conservacionista de la restauración, que en ocasiones linda con la falsificación arquitectónica o histórica, puede justificarse como centro de irradiación y vitrina de una renovada cultura ciudadana. Pero si bien la descentralización y el fortalecimiento de las competencias municipales son imprescindibles en cualquier proyecto futuro, el modelo no es aplicable al resto de la ciudad de manera indiscriminada. Cada barrio de La Habana tiene su morfología específica, su potencial urbano, arquitectónico y económico, una singular composición poblacional y diferentes necesidades. Conseguir el equilibrio entre conservación y renovación es precisamente el gran problema que deberá enfrentar La Habana. No se cuestiona la recuperación de la ciudad antigua, ni de los edificios y espacios más representativos o característicos. Tampoco el mantenimiento de las edificaciones que componen la trama de la ciudad. Pero muchas de ellas son irrecuperables, y será inevitable la demolición y la nueva construcción, tanto en los espacios vacíos del centro de la ciudad como en los nuevos desarrollos urbanos. Otro elemento que tendrá un impacto directo sobre la estructura de la ciudad es la modernización del sistema vial y, en general, de la red de transporte público y privado. Y resulta impostergable la adecuación del resto de la infraestructura técnica —agua, alcantarillado, electricidad, alumbrado, telefonía, gas—, así como el mejoramiento de la calidad medioambiental, en particular, la limpieza de la bahía y la relocalización de las industrias contaminantes. Es preciso hacer una valoración e inventario, objetivos y razonables, de lo que merece la pena conservarse y de lo que puede o debe sustituirse, de los espacios libres que deben preservarse y de los que pueden ocuparse, así como un estudio de los lugares donde se requiere introducir nuevos equipamientos urbanos. Igualmente, es necesario identificar las zonas naturales de expansión de la ciudad y, al mismo tiempo, crear estructuras productivas y servicios que mejoren la diversidad y confortabilidad urbana de los barrios periféricos, y contribuyan a descongestionar el centro. En cualquier caso, será imprescindible contar con instituciones sólidas y autorizadas que garanticen el estricto control sobre la calidad de los proyectos y el cumplimiento de las normas y regulaciones. (Emma Álvarez-Tabío Albo)

¿Cuáles son las condiciones sociopolíticas y económicas imprescindibles para emprender una remodelación a fondo de la ciudad? ¿Sería necesaria una transición a otro modelo político y económico o podría hacerse sin cambiar el statu quo?

Para emprender un plan de este tipo, es imprescindible contar con la voluntad política de la clase dirigente que involucre a todas las piezas clave del pensamiento y de la acción, dentro de un amplio programa de recuperación nacional, paralelo a la existencia de un cuantioso respaldo económico. Hoy esta posibilidad es más que remota, dada la baja eficiencia económica del país, que ni siquiera puede paliar la situación de quienes pierden sus viviendas en los derrumbes. Ya no se habla de planificación urbana, ni de planes quinquenales socialistas, ni de programas de viviendas sociales. Ello demuestra el desgaste del discurso oficial, y la incapacidad estatal. Mientras que los exiguos recursos se destinan a legitimar un poder enquistado, no hay opciones para un plan de acción serio sobre la ciudad. (Daniel Bejerano)

Me parecen condiciones ineludibles un fuerte debate ciudadano sobre el futuro de la ciudad y sus prioridades (en particular, en los medios de difusión); la apertura económica a la pequeña y mediana empresa, a las cooperativas de servicios; un sistema fiscal y presupuestario local; una autoridad pública reguladora de los apetitos especuladores, y una reorganización y actualización de la normativa urbana, los registros, la administración, el planeamiento. ¿Será necesaria una transición a otro modelo político y económico para que eso sea posible? Esa es la cuestión. (Carlos García Pleyán)

Para emprender una remodelación a fondo de La Habana es imprescindible que existan un sistema democrático, con la menor intromisión del Gobierno en la actividad privada; un estado de leyes vigente y un profundo respeto de los derechos humanos en un ambiente de libertad colectiva; separación de los diferentes poderes del Estado; un régimen claro de propiedad privada, y una política económica de libre empresa. Por lo tanto, es absolutamente necesaria la transición a otro modelo político y económico. Para que la sociedad cubana vuelva a hacer ciudad, hay que transitar del statu quo de la destrucción al statu quo de la construcción. (Nicolás Quintana)

No es necesario otro modelo político, pero sí otra gestión económica, o un papel más autónomo de los municipios, sobre todo, recursos financieros y voluntad de hacerlo. Y, sin perseguir quimeras, la conciencia de que es posible una ciudad donde se potencie la diversidad, el diseño ambiental, el uso de tecnologías apropiadas, un buen equilibrio entre nuevos desarrollos y acciones de rehabilitación. (Eneyde Ponce de León)

El modelo político tiene un impacto relativo en la transformación de la ciudad, como se demuestra en todas partes del mundo. Más decisivos son los intereses, los programas y los medios para materializarlos. En el caso de La Habana, es obvio que si no se producen algunos cambios elementales, tampoco variará sustancialmente la actual situación. Pero esos cambios atañen más a la actitud y el enfoque de la relación, la proyección y el gobierno de la ciudad, la eliminación de procedimientos superfluos y el óptimo aprovechamiento de los medios disponibles. Dicho de otra manera, tienen que ver, más que con cambios en el modelo político, con cambios en las políticas urbanas. En éstas intervienen elementos de estructura institucional, como la descentralización de la gestión urbana y el fortalecimiento de la acción municipal, y, relacionados con ellos, los económicos, que abarcan el uso del suelo, la recaudación de impuestos y la administración de los recursos locales. También se requiere un cuerpo de leyes claramente definido, una legislación urbana moderna, y los medios legales e institucionales para aplicarla, además de un cambio en el pensamiento sobre la ciudad. No menos importante es la participación ciudadana. La educación cívica y la intervención efectiva de la población en las decisiones que afectan al desarrollo de la ciudad en general y de su entorno inmediato, son condiciones imprescindibles para la positiva transformación de la ciudad. En definitiva, como demuestran estos últimos decenios, han sido fundamentalmente sus habitantes quienes han ido configurando la actual fisonomía de La Habana. No se trata de renegar en bloque de la iniciativa espontánea, por perniciosa que haya sido en ocasiones, sino de establecer un diálogo constructivo entre lo popular y lo profesional, entre el universo doméstico y los grandes planes directores, entre lo privado y lo público, y procurar que el amplio espacio que ya comparten sea un espacio de convivencia armoniosa y de calidad ambiental.Una pesadilla recurrente para muchos que piensan La Habana, o la sueñan, es imaginar el perfil del Malecón, la fachada atlántica y cosmopolita de la ciudad, convertido en un parapeto infranqueable de rascacielos anodinos. No es ese el único, ni mucho menos el peor de los problemas, pero en esa imagen se visualizan tanto el temor a los cambios como los peligros de no contar con los instrumentos necesarios para canalizarlos. (Emma Álvarez-Tabío Albo)

La Habana actual ha logrado una nueva forma de vivir La Habana, producto de las circunstancias que duplicaron su volumen construido: la aparición de las barbacoas, la habilitación de garajes como viviendas, la conversión de portales en habitaciones, casas en restaurantes y restaurantes en casas. Estos cambios estructurales de la ciudad han logrado crear una cultura de vivir en precariedad. Si se quiere proyectar la ciudad hacia el futuro, tendremos que replantearnos muchos más modelos que los político-económicos. (Heriberto Duverger)

Contar con recursos para emprender la remodelación es, sin duda, el punto de partida, pero una transición a otro modelo político y económico no es más que una situación hipotética que, como toda hipótesis, no garantiza el éxito. Por otro lado, podría destapar problemas hasta ahora ajenos a la ciudad. La remodelación de La Habana de hoy debe concebirse dentro de la Cuba de hoy. Habrá que ser creativos, saber dialogar y despertar el interés y la voluntad en aquellas instancias que tienen poder de decisión; aunar el talento y la sensatez necesarios para llevar a cabo una gestión urbana exitosa. La experiencia de la Oficina del Historiador es, dentro del contexto de La Habana Vieja, un claro ejemplo de lo mucho que se puede lograr. (Liber Arce Matos)

Modelos políticos fallidos han dejado ejemplos estelares de arquitectura y/o de urbanismo, mientras que otros, han ignorado a la ciudad. Una política u otra no conllevan, por fuerza, un mejor urbanismo. Es más prudente no mezclar ambos temas. (Sonia Chao)

No todos los regímenes estalinistas descuidaron por igual sus ciudades. Ahí están los casos de Praga o Budapest, por ejemplo. Pero el régimen cubano no sólo se ha mostrado ineficaz para conservar mínimamente el enorme legado urbano que encontró, sino que, a su apatía y falta de sensibilidad, sumó una actitud grosera, casi despótica, frente al refinamiento que, a pesar de todas sus desigualdades y problemas, tenía una ciudad como La Habana. El régimen no puede ser el problema y su solución a la vez. Cualquier posibilidad que pueda vislumbrarse en La Habana para un renacimiento futuro, pasa por un cambio sociopolítico, aunque en absoluto esté garantizado por éste. Soy muy escéptico en este punto. Creo sinceramente que La Habana futura será otra. No se cuál, pero otra. Esa maravilla en la que crecimos tendrá que reinventarse una vez más. ¿Será capaz de hacerlo con la misma sabiduría que en otros tiempos? Ojalá que así sea, pero permítanme dudarlo. (Jorge Tamargo)

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