Ulises Rosales del Toro debe ser un hombre muy reservado o de caña sabe muy poco. Que nunca haya sido entrevistado por Granma en su condición de ministro del Azúcar, llama menos la atención que ocupar días atrás las páginas centrales del diario partidista, en un refrito del libro Secretos de generales, para hablar de muchos temas relacionados con su vida y su labor en las Fuerzas Armadas: incorporación al Ejército Rebelde, misiones en Argelia, Venezuela y Angola, jefatura del Estado Mayor, estudios de estrategia militar. En fin.

De azúcar ni una palabra. Es de imaginar que en Cuba debemos estar acostumbrados a que sucedan cosas como estas. En un país donde un periódico no se siente en la obligación de informar de nada o de casi nada, es de suponer que tampoco un ministro se vea en la obligación de rendir cuentas ante los ciudadanos por los resultados de su gestión.

Es curioso, pero quizás no haya ahora mismo un ministerio que suscite mayor interés en la población que el del Azúcar. Mucho más que antes, cuando todos los planes (aparentemente) se cumplían y una buena zafra era señal inequívoca de la "fortaleza económica y moral de la revolución sobre el imperialismo norteamericano".

De ser una de las áreas más aburridas de la vida bajo el castrismo, que sólo generaba cifras halagüeñas y muy escasas críticas en la prensa, se ha convertido —por obra y gracia de un golpe decisivo de Fidel Castro, que ya el tiempo se está encargando de poner en su justo lugar como uno de los errores más colosales de su largo mandato— en el punto hacia donde miran muchos cubanos en espera de una solución. Como si del final de una extensa telenovela se tratara.

El desmantelamiento del sector

Mucho se ha analizado ya sobre el tema. La inmensa mayoría de los especialistas señalaron en su momento la necesidad que tenía el sector de una reforma profunda, dado el bajo precio del dulce en el mercado internacional, años atrás, y si se deseaba salvarlo como columna vertebral de la precaria economía cubana, a pesar de los efectos de la sequía.

Para ello había que introducir cambios estratégicos y de conceptos, y la incertidumbre estaba en si el régimen asumiría tales desafíos, como la inversión extranjera, la posibilidad de dejar sin empleo a miles de obreros y autoinfligirse una dura derrota ideológica.

La ficha que movió Fidel Castro ya la sabemos. Cuba renunció a su condición de gran exportador, se lanzó a buscar eficiencia con menos costos e implementó un demagógico y paternalista programa para enviar a las aulas a los más de cien mil afectados, cobrando salarios íntegros. De casi un centenar de ingenios que estaban en condiciones operativas más o menos favorables, no llegan a 60 los que han hecho zafra en los tres últimos años.

Hoy puede entrevistarse a cualquier modesto trabajador del azúcar y dará respuestas muy duras sobre las polémicas decisiones que se tomaron. Lorenzo, chofer de una empresa azucarera de Matanzas, recrimina que nunca hayan hablado claro con los obreros y les prometieran mejoras que jamás llegaron. "Nos dijeron mentiras. En una reunión con todos los trabajadores dijeron que el central no sería desmantelado y quedaría como reserva. Al otro día llegaron unas grúas y camiones y comenzaron a desmontar todo", señaló.

El caso de algunas cooperativas es más sintomático todavía. Les dijeron que eliminaran la caña sembrada y destinaran la tierra a cultivos varios (viandas, hortalizas y granos), para lo cual debieron pedir un crédito de cientos de miles de pesos al banco estatal. En menos de un año, sin recoger la cosecha ni recuperar la inversión, retornaron los funcionarios y les dijeron que debían volver a sembrar caña. Ahora los cooperativistas están fuertemente endeudados con el banco y se niegan a pagar, pues no es responsabilidad de ellos, a pesar del riesgo que corren de ser demandados y sancionados.

¿En qué quedamos?

Recientemente, los cables divulgaron que esta industria, antiguo sostén de la economía nacional, prevé un crecimiento de más del 25 por ciento en el volumen de caña y Granma puntualiza la necesidad de elevar el rendimiento, tanto fabril como agrícola. Antes, en febrero, Fidel Castro, el artífice del desmantelamiento, asignó recursos adicionales a la industria para que aumente su producción en las próximas cosechas y aprovechar así una sostenida tendencia alcista de los precios internacionales. Una interrogante se cae de la mata: ¿en qué quedamos?

Otra noticia enturbiada por el silencio aquí dentro llegó semanas atrás: los medios internacionales reflejaron que el sector azucarero se abriría por primera vez a la inversión extranjera. Citaban declaraciones del propio Rosales del Toro. La prensa oficial en Cuba, sin embargo, no dijo nada. Uno saca conclusiones equivocadas o este ministro funciona para el exterior.

Lo cierto es que algunas preguntas sin respuesta evidente están en boca de muchos. ¿Cuándo acabará el cachumbambé del azúcar en Cuba? ¿Cuándo van a hallar el norte para una industria tan históricamente ligada a nuestra condición de cubanos? ¿Cuándo van a hablar claro de una vez?

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