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Actualizado: 25/04/2024 19:17

Pandemia, Medicamentos, Salud

Una distopía real

La distópica realidad cubana generó el alzamiento espontáneo del 11 de julio, la más eficaz arma para hacer desaparecer esa realidad

Los cubanos en la Isla están viviendo una distopía muy real, no el producto de la fantástica imaginación de algún escritor de ciencia-ficción, y no la están viviendo en un futuro más o menos lejanos, sino en el terrible presente al cual se enfrentan diariamente. Una joven, que me resulta muy cercana, vivió esa horrible realidad hace unos pocos días y me trasmitió un relato escalofriante con la contenida fuerza que emana de la experiencia vivida.

Tres semanas atrás en su llamada habitual a la familia supo que sus padres, hermanos, sobrinos y tíos, toda su familia, se habían contagiado con la covid-19, la madre sufre de diabetes y su padre de múltiples padecimientos asociados a la avanzada edad, su alarma estuvo plenamente justificada y sin titubear extrajo una cantidad dinero, que consideró suficiente, del banco, preparó rápidamente sus maletas priorizando los medicamentos que supuso imprescindibles, priorizando la insulina y jeringuillas que era necesaria para su madre ya que, entre otras cosas, le informaron que en el hospital estaban en falta.

En el aeropuerto pudo conseguir un pasaje de ida y retorno a La Habana por la bicoca de dos mil dólares y se sintió muy afortunada, a su llegada, cumpliendo las medidas obligatorias de internado que se aplican en particular a los cubanos, fue ubicada en un hotel venido a menos y en el piso en que la ubicaron la mayor parte de las habitaciones estaban ocupadas por cubanos que salían al pasillo a conversar y compartir amarguras, sin preocuparse por la covid-19. Después de un par de intentos fallidos logró sobornar a alguien que dispuso que le hiciesen el test que de resultar negativo le permitiría salir a encontrarse con sus familiares.

Ella previsoramente había logrado adelantar la entrega de la insulina a un familiar después de haber ‘endulzado’ al chofer del taxi que la llevaría al hotel, gestión esta que de ser descubierta por las autoridades muy dedicadas a evitar la propagación del virus que exportan los cubanos de Miami, provocaría que el chofer perdiese su trabajo, pero ella logró convencerlo de la forma más adecuada en estos casos: la magia de los dólares[1].

La llegada al hospital rebasó su capacidad de enfrentar la realidad, su madre estaba confinada en una sala habilitada para atender las víctimas de la pandemia y la misma se hallaba atiborrada, charcos de agua en el piso ya que solo existía un baño con un inodoro maloliente y un lavamanos, el aseo tenía que realizarse en el espacio restante que carecía de alguna forma de evacuar el agua que entonces corría hacia fuera, un paisaje dantesco. Afuera de esa ergástula mal acondicionada, varios pacientes esperaban en una camilla, o sentados, a que se desocupase una cama.

Los médicos escasos y malhumorados, lo cual ella lo encontró inevitable dado que carecen hasta de mascarillas apropiadas y ni pensar en guantes, las enfermeras colocan troquer sin protección alguna y en caso de que se produzca algún sangramiento limpian la sangre con una pequeña mota de algodón que no siempre es suficiente. No mencionemos la alimentación, tengamos en cuenta que el paciente debe llevar las sabanas y almohadas y lógicamente la ropa que usará mientras esté ingresado, un solo bombillo para toda la improvisada sala que se ve, más bien no se ve, en eterna penumbra. Los medicamentos escasos o faltantes, ni una aspirina para aliviar un dolor de cabeza o algo para solucionar un mal estomacal.

Esta es la situación en un hospital habanero sobresaturado por la pandemia, un ejemplo de la salud pública en la Cuba distópica que inculcó en sus habitantes la promesa que se estaba construyendo un futuro brillante y propagó universalmente los logros alcanzados en la salud y la educación y mostró internacionalmente a sus deportistas frutos de los avances obtenidos, ahora los peloteros, que no se escapan masivamente, no ganan ni en un partido manigüero.

La distópica realidad cubana generó el alzamiento espontáneo del 11 de julio, la más eficaz arma para hacer desaparecer esa realidad, el régimen lo sabe, ya las calles no son suyas salvo que lancen a las mismas sus fuerzas represivas, preparadas tenazmente durante años, en previsión de una explosión como aquella, ahora esperan agazapados al 15 de noviembre, sus fuerzas estarán desplegadas para mantener a un pueblo que vivió en una supuesta utopía y ha despertado en la peor pesadilla que solo mentes aberradas pueden haber concebido.

Mientras tanto, los cubanos de por acá, esperamos el 15 de noviembre con más interés que se abran los aeropuertos cubanos, que quizás se produzca un alzamiento, para así continuar nuestra tarea de mantener el precario equilibrio en el que subsisten los familiares, cumpliendo así lo que un economista, con una buena dosis de cinismo, enunciara cuando destacó: “La fuerza laboral es el más valioso activo económico de una nación y debe ser aprovechada al máximo donde quiera que ésta se haya insertado, dentro o fuera del país”.[2] En eso, sin pretenderlo, nos hemos convertido en un puntal básico para el sostenimiento de esa dictadura que nunca fue proletaria.

Nuevamente estará en una balanza el destino de una nación o el de nuestros familiares.


[1] Según su testimonio el cambio oficial es de 25 CUP por dólar en la calle se cambia uno por 60 CUP.

[2] Pedro Monreal, Las remesas familiares en la economía cubana;https://www.cubaencuentro.com/revista/revista-encuentro/archivo/14-otono-de-1999/las-remesas-familiares-en-la-economia-cubana-19263

© cubaencuentro

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