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A Debate

La anhelante y laboriosa irreflexión

Dichosos los que saben que el sufrimiento no es

una corona de gloria.

Jorge Luis Borges.

Hace ya bastante tiempo, como por casualidad o en la casualidad que un gobierno ejercido largamente ante las cámaras de televisión se regalara a sí mismo, Fidel Castro se puso a hablar sobre la escasez que sobrevendría en Cuba con una crisis en los países del campo socialista. Desde aquellos tempranos avisos, que la gente desatendió o desgajó apática de un eterno estado de alarma, la situación económica del país comenzó a quedar aislada y a hacerse aislable de todos los demás asuntos; por decirlo de algún modo, se anticipó a éstos, primero como una serie de interpretaciones y evaluaciones sobre una aventura nacional amenazada desde afuera, después como la circunstancia de una Revolución socialista abandonada o traicionada, y, finalmente, como un grupo de medidas de emergencia para afrontar el impacto. Impacto que enseguida, con esas mismas medidas, ocupó el lugar de las cosas primeras.

Europa del Este podría estar viviendo una crisis ideológica, social, política; en Cuba, sin embargo, relacionada de formas tan precisas y profundas con aquella crisis, prevaleció la catástrofe. Martirizadora circunstancia que llegó a la hambruna, pero también, y esta era la parte provechosa del asunto, una crisis explicada y no pocas veces aceptada como de rebote, que mientras más violenta se volvía, más oblicua, más inédita y fugazmente podía regresar cuestiones como las que habían dado inicio al desplome del campo socialista. Las medidas introducidas en 1993, con su asombrosa indulgencia y sus visos capitalistas, terminaron por hacer de lo económico la más sonora palabra política de aquellos años y, por ello mismo, el más sonoro silencio.

De razón de ser histórica del poder revolucionario (categoría marxista bien conocida en Cuba con éste y muchos otros lenguajes), la economía se convirtió en el lugar de la sorpresa, la fatalidad, lo inexplicable; lo que no tiene de fondo ningún pasado más o menos inmediato y concerniente a las prácticas de un determinado poder. El lugar de los actos forzosos para los dirigentes y los individuos de un país. El lugar de las contaminaciones, de los cambios abruptos y temporales. De esa misma naturaleza aislada, de esa misma provisionalidad, saldría —al menor indicio de recuperación nacional y como si no contase ni pudiese contar ninguna experiencia, lección, o empleo de la vida propia—, el impulso de retorno o nacimiento de una segunda Revolución.

Sería laborioso pero en absoluto imposible recorrer el camino desde el final de los años ochenta hasta este presente. Allí tendríamos muchas cosas, aisladas sólo en razón de la censura, la desinformación, la manipulación, supremos ejercicios de lógica donde otras lógicas deben quedar completamente deshechas. Tendríamos, por ejemplo, cambios económicos de emergencia, levantamiento popular, enfrentamientos entre los más crudos de la historia revolucionaria, el éxodo por mar de más de treinta mil personas, la implementación (singular en el sector de la cultura) de un Permiso de Viaje, instrumento, en realidad, ya nada sutil ni oculto, de un intenso período migratorio, y ya rapidísimo, la invalidación o el provechoso reajuste de aquellas medidas primeras.

Pero no sólo esto. Los noventa son, por ejemplo, el período en que el Ministerio de Cultura asume la conquista del origenismo, la República, la tradición: tiempo en bruto para un país a la deriva, sin el modelo de la sociedad soviética y sin cultivo de la historia propia. O los años en que La Gaceta de Cuba, es otro ejemplo, abre un espacio a la literatura del exilio: Si gente de la cultura abandonaría o ya estaba abandonando el país por medios estatales, ello no sería, por supuesto, para portar la insignia del escritor exiliado, y lo primero debió ser dar cabida al exiliado otro, al más rancio: estudiarlo, publicarlo, historiarlo, volverlo historia. ¿No fue por esos años que comenzó a usarse la expresión rara en los medios, o dispuesta sólo en un sentido peyorativo, de exilio histórico?

Y habría que ver lo que ha evolucionado al breve paso de una década el cuerpo de análisis que acompaña esa inclusión. Más que en la inclusión misma (siempre en un juego de circunstancias y enunciados pertinentes), habría que ver la mudanza de términos como 'reflexión colectiva', 'tradición', 'identidad' o 'siglo XIX', en los de 'sincretismo migratorio', 'globalización', 'emigración económica', 'diáspora cubana', 'porvenir' y 'siglo XXI'. Y todo esto desplegado, sin embargo, sobre el hecho de un exilio que entreverado de insólitas facilidades burocráticas, sigue completamente en pie: Permiso de Salida, desplazamiento definitivo de las personas (la reinserción a la sociedad de algún exiliado o, si se quiere, de algún emigrado, es un hecho excepcional, siempre forzado por el individuo y siempre degradante para el individuo), un pasaporte cubano a validar cada dos años, y una visa o Permiso de Entrada. No se trata, entonces, de vivir dentro o fuera de la isla (y aquí sería posible añadir muchas cosas sobre las separaciones y sufrimientos de la familia cubana, historia que tampoco tiene ni una ni dos décadas), se trata de vivir en los dominios de un poder.

Podríamos seguir con otros ejemplos que muy probablemente nos conducirían hasta el homenaje televisivo a Luis Pavón. (Y hasta el debate sobre la reaparición de éste y otros ex funcionario del sistema cultural) Pues, como he intentado señalar con los párrafos anteriores, la Revolución cubana es también una historia de degluciones. Deglute historia para poder seguir siendo la historia. Los años sesenta, los setenta, y la década pasada, son lugares comunes de una literatura presumidamente crítica que el sistema ha debido permitir y, además de ello, producir. Cierto que las actuales circunstancias de Cuba pueden haber motivado un particular estado de alarma; lo peor, sin embargo, es que esas reapariciones públicas encajan bien con las revisiones que tienen lugar desde finales de los ochenta (el camino hacia la exaltación de muchas críticas), y con empeños más recientes: el abrazo a la literatura del exilio que ya mencionaba, el repaso a los años de las UMAP, a la época de las Ediciones El Puente (recuérdese la polémica entre Guillermo Rodríguez Rivera y Antonio José Ponte), o a la historia toda, "la recreación en plan didáctico de viejos hechos y figuras (trascendidos, falseados, o pisoteados)", como advertía en un excelente artículo firmado en La Habana, días antes de que se desatara este debate, José Hugo Fernández. ("Rodamos ponchados", Encuentro en la Red, diciembre de 2006).

Crítica y autocrítica, rectificación de errores, desviaciones, sanciones, disculpas, homenajes, reciclajes, son cosas bien conocidas en Cuba. Íntimamente conocidas. La nota está en que esas prácticas pueden volverse muy difíciles, y provocar reacciones, al parecer, imprevistas. Para un gobierno que ha quebrantado muchos de sus momentos límites, los momentos y recursos límites también se imponen. Ellos persisten, emergen, no importan los deseos que tengamos, ni los esfuerzos que hagamos por controlarlos. Pero en verdad, ¿qué son esos límites? Para mí, debo decirlo, ha resultado asombroso ver aparecer, y sobre todo ver conformarse como un tema de debate en los ámbitos de la UNEAC, un asunto que no puede ser otro que el de la culpa de los individuos en la sociedad cubana. Asunto que por lo general ha aparecido desde los márgenes, desde los movimientos opositores, o después de guerras y gobiernos.

Podría decírseme que la protesta, la invitación al debate y los análisis que han surgido constituyen el cuerpo mismo de esos márgenes y de ese después. Lo cierto, sin embargo, es que esa invitación no hace más que bordear un hueco negro capaz de tragarse todas las fuerzas y los deseos. Incluso los del gobierno, tan interesado como el que más en conservar bien nítida cada vergüenza y cada miedo. ¿No estamos hablando de un sistema que en nombre de movimientos o estructuras colectivas como el pueblo, la Revolución, el Partido, el Estado, la sociedad, tiene la increíble capacidad de disculpar a cada individuo de tener que ser? Y, ¿no sabemos bien, y demasiado bien, a dónde conduce esa disculpa? A diferencia de otros temas, éste fue a dar demasiado rápido en la persona, de ahí que también, tan rápido como se pudo, se ha intentado regresar de la persona, y de los riesgos de la integridad moral en una sociedad como la cubana, a las feas memorias del llamado Quinquenio Gris, o a un análisis de la Política Cultural de la Revolución. El silencio, en definitiva y, como sabrá un gobierno tan dado a los silencios, no es tampoco ni mucho menos el lugar donde se apagan las culpas o los sentimientos de culpa.

Acaso la ansiedad tan grande que despierta este asunto la descubran esos análisis donde los tiempos que prevalecen son el pasado o el futuro: donde el pasado sirve completamente al futuro. Si al menos por un momento consiguiéramos desplazarnos del oficial en carrera y burocratizadamente criminal, que fue lo que describió Hannah Arendt (a quién, por otra parte, le interesó siempre no convertir a ese oficial en un símbolo, un concepto, y que lidió hasta las páginas finales de su reporte con "aquellos que no descansarán hasta haber descubierto un Adolfo Eichmann en el interior de cada uno de nosotros"), si consiguiéramos desplazarnos, decía, de ese burócrata a una manifestación de su carácter, (descrito, también por H. Arendt), como "la pura y simple irreflexión"; como la circunstancia de un hombre, no precisamente estúpido, sino irreflexivo, alejado de los hechos y la realidad… Pues lo que falta en muchos de esos ambiciosos y hasta temerarios análisis es precisamente, y como ya se ha estado apuntado, la realidad, la actualidad.

No deja de ser alucinante, ni de entristecer, ver tanta energía empleada en diseccionar algo que enseguida, casi con el mismo movimiento de la disección, queda restaurado. Después de tanto tiempo debíamos saber o intuir en serio que ningún esquema se justifica y basta por sí mismo, que hay allí un problema, y que si sus trazos son útiles es sólo porque pueden ser sobrescritos, rotos. No es el esquema, sino la crítica al esquema lo que deberíamos estar buscando. Lo que debíamos estar usando.

Pero, más sencillo, cuando vemos esa invitación al debate, o esos análisis que, sin embargo, no pueden acabar de caer en el presente, ¿en qué pensamos? Creo que no sólo en un ideal revolucionario y justiciero, una ideología, un dogma, una filosofía de ejército o de partido, un determinismo totalitario, sino, además, en una laboriosa, obstinada, y tan sofisticada como elemental práctica de censura. No sólo en unas doctrinas que gotean censura, sino también, una gran cantidad de actualizadas prácticas de censura hermoseadas por la doctrina, en busca de la irreflexión y la doctrina. ¿Cómo entender sino ese llamado en Cuba a un debate que, tan rápido como pudo, comenzó a distinguir entre escritores de afuera y de adentro, escritores de izquierda o de derecha, o anexionistas? ¿Son esos los términos nuevos de un sistema que sin muchos de sus antiguos elementos de cohesión comienza a probar un lenguaje capaz de remontar toda la historia hasta salirse, incluso, de la historia? ¿Un lenguaje más universal y por ello mismo más libre y puntual en su violencia?

Se ha hablado también de lo terrible de ese debate que margina al resto de la población porque sólo sale a la luz como cosa de artistas, de intelectuales. Pero si apenas ha servido para que el medio intelectual repare útilmente en su historia propia. Para que repare no sólo en pantalones, pelos largos, música prohibida, sino, por ejemplo, en los sueños o, por lo menos, los deseos reformistas que animaron sus largas e íntimas conversaciones de finales de los ochenta, de toda la primera mitad de los años noventa, y que desde el 2003 se pudren, con el cuerpo, los sueños y la vida de otro, en las cárceles del país. Y si todavía descubrimos cuánto nos preocupan aquellas personas que no pertenecen al campo de la cultura, habría que comenzar por el hecho de que la gente en Cuba, y a veces gente muy sencilla, gente del pueblo a la que costaría entender muchísimas de nuestras ideas, sea forzada o, más terrible, inducida, a convertirse en la fuerza y el rostro represivo de un gobierno.

Sin dudas, se trata de un debate difícil de precisar en su utilidad. Al menos servirá claramente para preguntarse cuánto de esto mismo (un buen revoltijo de maldición eterna, intimidación, y mero chantaje que zarandea la cabeza) no fue el fondo de la transición imposible de los años noventa. Y cuánto más no hemos tenido y acumulado desde entonces. O para que recordemos que la culpa puede ser rápida como el rayo, pero el perdón entre las personas tarda, es complejo, y a menudo, aunque lo necesitemos y sea posible recibirlo, sólo está ahí, como escribió Jorge Luis Borges, para purificar a quien lo otorga.

Mejor que jugar a esperar perdones, a imponer perdones, parar el resorte de las culpas.

© cubaencuentro

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