Rusia, Ucrania, Putin
Por qué Rusia debe ser derrotada
El déspota de Putin no le teme a la OTAN, sino al fantasma de la libertad
A casi tres meses del inicio de la guerra en Ucrania —que Vladimir Putin pensó que sería un paseo militar semejante a los blitzkriegs de Hitler de ochenta años antes— nos asomamos a diario a un escenario de heroica y victoriosa resistencia en que Occidente, esa entidad espiritual y cultural que encuentra en la OTAN su brazo armado, le rompe los dientes y le mella las garras al oso estepario. Una vez más se trata de un duelo entre la civilización y la barbarie.
Las falanges de Putin vuelven a ser los persas, los mongoles, los otomanos a los que Europa antes se enfrentara con éxito a pesar de una obvia superioridad numérica. Ucrania es la vanguardia de Occidente y los que allí resisten y mueren lo hacen no sólo por su patria, sino por la libertad de todos nosotros. Esto lo han entendido bien la mayoría de las naciones desarrolladas y sus gobiernos, aunque existan todavía en nuestros países algunos bolsones de renuencia.
En lugar de haber aprovechado el fin del totalitarismo soviético para hacer de Rusia un bastión de la libertad y de la democracia, Vladimir Putin padece de nostalgia por el pasado imperial de Rusia, al punto de llegar a afirmar que la desaparición de la URSS ha sido la mayor catástrofe del siglo XX. Esa sola declaración debió haberle hecho reo de un delito de lesa humanidad: añorar la existencia de un estado despótico, terrorista y criminal debió haberlo convertido automáticamente en un paria. El haberle pasado por alto, con meras protestas retóricas, sus primeros desmanes, nos ha llevado a esta crisis a la que, afortunadamente, el mundo desarrollado y libre ha respondido con vigor.
Las excusas del gobierno ruso para haber invadido Ucrania son tan mendaces que se desacreditan por sí solas. Afirmar que Ucrania es un país donde mandan los nazis y que constituye una amenaza a la estabilidad e incluso la existencia de Rusia es un pretexto en extremo ridículo. Que un país relativamente pequeño y desprovisto de armas nucleares pueda amenazar al país más grande del mundo poseedor del más vasto arsenal atómico que se conoce no es un razonamiento serio. Mucho menos que el nazismo, que es una ideología desacreditada hace mucho, tenga alguna pertinencia contemporánea. A lo que Putin teme no es a una agresión militar de parte de Ucrania que nunca podría tener lugar, sino al ejemplo cercano de una democracia liberal en la que los vecinos rusos podrían ver reflejadas sus propias deficiencias. El déspota de Putin no le teme a la OTAN, sino al fantasma de la libertad.
Es por esa sola razón —porque la existencia de una Ucrania democrática y próspera deslegitima el poder que a toda costa quiere conservar— es por la que Putin ha iniciado esta guerra sin prever sus consecuencias. Y es por esta razón que Occidente debe poner todo su empeño y comprometer todos sus recursos en que esta aventura criminal resulte derrotada.
La guerra de Ucrania tiene una parte buena: le ha puesto fin al chantaje ruso. Occidente le ha perdido el miedo a las amenazas abiertas o veladas de Rusia de recurrir a su arsenal nuclear. Ahora resulta obvio lo que tantas veces se ha dicho: no podría apelar a esas armas porque ello conllevaría, como represalia, su propia aniquilación. Y hasta ese punto no llegamos. Luego, reducido a cero, como en alguna ecuación matemática, el mutuo empleo de las armas nucleares, queda en pie el arsenal convencional, en el que Rusia ha mostrado sus graves deficiencias tecnológicas, estratégicas, tácticas y logísticas. Se trata de un Ejército de segunda de un país de segunda que sucede que posee armas nucleares. Estamos en las mismas de cómo Heberto Padilla definiera la URSS hace 60 años: «el Congo con cohetes».
Esta aventura criminal de Rusia en Ucrania debe fracasar no sólo por la salud, integridad y prosperidad del país agredido, sino también para el bien de Rusia y de su pueblo, de la misma manera que la derrota en la guerra de Las Malvinas hizo posible el regreso de la democracia a la Argentina. Un gran fiasco en Ucrania pondría en cuestión el liderazgo de Putin y podría ser el principio del fin de la autocracia actual para abrirle las puertas al sufrido pueblo ruso de amplias libertades y de legítima prosperidad, fundadas en relaciones amistosas y respetuosas con todos los pueblos.
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