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A 10 años de la muerte del poeta Heriberto Hernández Medina

Quienes lo tratamos con frecuencia, podríamos atestiguar que fue uno de esos hombres que, en la medida en que pasa el tiempo, se pulen como seres humanos

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Se cumplen 10 años de la muerte del poeta Heriberto Hernández Medina.

Él nació en 1964 en Camajuaní, un pueblo pequeño de la actual provincia de Villa Clara. Superó el fatalismo geográfico de haber nacido en aquel pueblo, y de haber nacido en mala época en Cuba.

Formó parte del destacado grupo de poetas que surgiera en la Isla durante la década de 1980, y fue transgresor tanto en su obra como en su vida y asimismo nunca bajó la cerviz ante los “oficialistas” representantes de la cultura ni frente a los escritores y críticos ventajistas que entonces se hallaban por docenas y hoy están a tres por peso, de modo que continúan enturbiando el devenir de la literatura cubana. Tiene mérito doble esta postura de Heriberto si consideramos que buena parte de su vida transcurrió allí, donde abunda la mediocridad y la traición en el ámbito del trabajo cultural: provincias; Villa Clara y Matanzas en su caso.

Su poesía era —es— de verso esbelto y de suma polisemia tanto cuando se expresaba mediante el verso libre como en diversos moldes estróficos. En cuanto a esto último sería muy raro, si no imposible, encontrarle una rima forzada.

La promoción a la que perteneciera Heriberto, se singularizó por una asunción intimista del hecho poético. Y la poética de él, específicamente, por un filosofar muy emparentado con lo que otro poeta ha calificado como “dolores del alma”. Así tenemos: “La verdad no es el vuelo del pájaro, es / el plumaje penetrando la ambigüedad del canto / como un pequeño ruido acuchillado / en el vacío del pecho”.

Sería 2003 cuando me envió a México, desde Miami —donde residíamos—, un manojo de poemas cuya temática o escenario principal era la ciudad floridana de Homestead, que, a juzgar por aquellos versos, era entonces aún más apartada, entristecedora por tramos, de lo que es hoy. En estos versos, Heriberto parecía cargar aún todos los fardos dolorosos que le fuera prodigando el destino durante su exilio.

De sus libros destaco Los frutos del vacío, Verdades como templos y Otros filos del fuego, los tres sumos expositores de la galanura, la polisemia y el filosofar que antes referíamos. De “Otros filos...”, cito: “Desnudo —me sobra toda esta ropa— / como un indio, sentado sobre la hierba; /desnudo ante los ojos inmutables de dios, /como un salvaje, / estoy haciendo simples señales /con la esperanza de que alguien pueda verlas”. O: “No reniegues de las palabras que has pronunciado/ teme sólo a las palabras que pudieras decir”.

Quienes lo tratamos con frecuencia, podríamos atestiguar que fue uno de esos hombres que, en la medida en que pasa el tiempo, se pulen como seres humanos; acrecen su pensamiento incluyente, su sentido de la justicia, su tolerancia para los que no piensen como ellos.

Heriberto sería el hombre más alejado del suicida que uno podría imaginar. Su optimismo, su valentía ante la adversidad, su seguridad en sí mismo así lo indicaban.

Ahora se cumplen 10 años de que se diera un balazo.

Asumo que no fue la cobardía ante determinada circunstancia, sino la ira quien lo llevara a jalar el gatillo.

No debemos esperar que este aniversario triste sea reseñado en Cuba, como tampoco lo fue su muerte.

La muerte de los intelectuales cubanos que han expresado su discrepancia del régimen existente en la Isla y han dejado de existir tanto en su tierra como en el extranjero, no son motivo de obituarios en su patria —que ya lo sabemos, les ha sido negada—, ni siquiera reciben una mención por parte de aquellos colegas que, allá, cantaron bajo su mismo techo y se sentaron con ellos a la misma mesa; es decir, esos, los buceadores en el oportunismo, los invadidos por la pendejitis, los neutralistas.

Así, quienes habremos de morir tanto en Cuba como en el extranjero luego de haber discrepado del régimen, no tendremos ni una línea de pésame de parte de los gobernantes de uno y otro nivel, ni llegada desde los colegas que alguna vez aun fueron nuestros amigos. Mas, como dejó dicho el poeta: “Hasta un día”.


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