Actualizado: 25/04/2024 19:17
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Literatura, Literatura cubana

“Agustina y los gatos”, de Roger Vilar

En esta obra nos encontramos con lo fantástico puesto en función de lo que han bautizado como denuncia social

Comentarios Enviar Imprimir

En el último par de años Roger Vilar (Holguín, Cuba, 1968, y hace 20 años residente en México), nos ha entregado tres libros; uno de ellos, el excelente Brujas, lo reseñamos en estas mismas páginas.

Vilar, destacado en lo que suele llamarse la narrativa fantástica, ahora nos sorprende con Agustina y los gatos (133 páginas, Casa Editorial Abismos), obra en la que sigue su línea, pero a la vez se aparta, o más bien diríamos que la sazona con algo novedoso: lo fantástico o la “fantasía” puesta en función de lo que han bautizado como denuncia social.

Por lo dicho en el párrafo anterior, Agustina y los gatos es lo que yo llamaría “un libro extraño”; me explico: el realismo más descarnado es su basamento, pero la fabulación hasta el absurdo, lo onírico, la parábola resultan sus modos fundamentales; curiosamente, sin abandonar lo primero. Extraño, decía, una mezcla que, en esas porciones, al menos yo no me había encontrado hasta hoy en un libro.

Vilar, quien trabajase de reportero en varios medios de la ciudad de México, se conoce al dedillo tanto las áreas donde habitan los más pudientes, hasta el submundo casi inimaginable de esta zona metropolitana que encapsula a un poquito más de 20 millones de habitantes.

Tal vez por lo anterior, sobre todo en los inicios, el libro mantiene un tono de reportaje; una agilidad al narrar que no decae. Pienso que solo un lector urgido de fuerza mayor, abandonaría la lectura de los 26 capítulos, todos breves, de esta historia.

En este libro hayamos crueldad, impiedad, deshumanización y... algo que no podía faltar por estos lares: ánimo de venganza. Asimismo el humor, del más negro, flota en una y otra página. En ocasiones, este relato, que cuando sumamos y restamos, el saldo resulta pesimista (¿podría ser de otra manera en una ciudad donde tiene su Estado Mayor la injusticia social, la corrupción, la extorsión, la mendacidad en uno y otro segmento social), nos produce escalofríos.

La línea de asunto más tratada es la de los limosneros y sus mañas, sus “derechos de piso”; y su jefe e instructor, su explotador en fin. Este último representado en el libro por Viejo (así sin artículo). Aquí tenemos una parte de sus lecciones a los aspirantes a limosneros: “Uno de los principales hábitos es poner cara de lástima, siempre deben sentirse acongojados y desesperados para que esto se refleje con fuerza, con sinceridad. Nada peor que un mendigo hipócrita”.

Agustina, el personaje principal, resulta en limosnera cuando su marido, Edmundo, de setenta años, trabajador de una carnicería en el Mercado de Abastos, sufre un accidente letal mientras laboraba. Agustina —una gorda de tez morena, pelo canoso, despeinado— acude a la dueña de la carnicería para pedirle ayuda. Esta solo le da 30 pesos a la vez que esta sanción: “No puedo darle más, y eso que soy buena, el pendejo de su marido me descompuso el molino de carne”.

Agustina recibe de manos de una de las comerciantes un dedo de Edmundo que había quedado tirado por ahí, y este será el amuleto que ella llevará en su larga lucha por la más nimia de las supervivencias.

Agustina intenta comenzar su vida de limosnera en la estación del metro Balderas, pero se encuentra muchos competidores; entre otros, a “un hombre sin brazos ni piernas, más bien un torso regordete”, “una india sucia, con una teta afuera”, que no habla español, acompañada por sus hijos, unos diez chiquillos” que se pegaban “a los pantalones y faldas de los transeúntes”.

Viejo, el jefe, siempre de frac, la sacará de su inocencia, le explicará, tanto con palabras como mediante bastonazos contundentes, de qué se trata este nuevo camino, este nuevo “trabajo” para el cual la escogió el destino.

A partir de entonces, entre ella y Viejo —quien tiene por derecho propio una jugosa suma básica de lo que recolectan sus limosneros— se entabla una lucha, en la que ella casi siempre pierde, que continuará hasta el final de la novela.

Digo casi, porque por alguna razón, “ríos de gatos” se asocian con Agustina, lo cual crea un caos no ya a nivel de ciudad, sino en ciertos momentos a nivel de país, con ejército, policía y otras fuerzas del orden inmersas en la batalla en uno y otro punto. Lo cual se trueca en una gran rebelión de limosneros, paralíticos, sidosos, etcétera, que en algún instante dan la impresión de una insurgencia que derrocará al orden establecido. Los gatos partidarios de Agustina, enardecidos, lo mismo son capaces de comerse a un policía que a un reportero (por cierto, la crítica sobre la mendacidad de la prensa es un asunto que se toca aquí y allá).

Son varias las localizaciones que Vilar, conocedor de la ciudad, como apuntaba antes, expone en la novela. Desde áreas de personas de altos recursos, como podría ser Polanco, hasta esos barrios donde los más desamparados suelen comer tripas de pollo, verduras descompuestas conseguidas entre los desperdicios o “carne tan podrida”, de la que, “como arterias, salían racimos de gusanos”.

En contraste con tantos personajes grotescos, tenemos a la Srta. Maple, altruista sin par, quien posee dinero como para regalar aun a la Máxima Autoridad del país; el Máximo, quien es capaz de atender la llamada telefónica de la Srta. Maple aun en esos momentos en que una becaria del Palacio Presidencial lo está masturbando, como es su gusto, “con corbatas de seda”.

Agustina y los gatos es una novela, como se infiere de lo antes expresado, que apunta a ser una “historia ejemplar”; una denuncia, un grito quizás en el desierto, una semilla en alta mar. Y un libro “raro”, como decía al inicio de estas líneas, que debe ser leído no solo por lo que dice, sino, como debe ser, por la excelente forma en que lo dicho está dicho.

Adelante.


Los comentarios son responsabilidad de quienes los envían. Con el fin de garantizar la calidad de los debates, Cubaencuentro se reserva el derecho a rechazar o eliminar la publicación de comentarios:

  • Que contengan llamados a la violencia.
  • Difamatorios, irrespetuosos, insultantes u obscenos.
  • Referentes a la vida privada de las personas.
  • Discriminatorios hacia cualquier creencia religiosa, raza u orientación sexual.
  • Excesivamente largos.
  • Ajenos al tema de discusión.
  • Que impliquen un intento de suplantación de identidad.
  • Que contengan material escrito por terceros sin el consentimiento de éstos.
  • Que contengan publicidad.

Cubaencuentro no puede mantener correspondencia sobre comentarios rechazados o eliminados debido a lo limitado de su personal.

Los comentarios de usuarios que validen su cuenta de Disqus o que usen una cuenta de Facebook, Twitter o Google para autenticarse, no serán pre-moderados.

Aquí (https://help.disqus.com/customer/portal/articles/960202-verifying-your-disqus-account) puede ver instrucciones para validar su cuenta de Disqus y aquí (https://disqus.com/forgot/) puede recuperar su cuenta de un registro anterior.