Actualizado: 17/04/2024 23:20
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José M. Fernández Pequeño, reconocimiento

Fernández Pequeño viene desarrollando una sólida obra tanto en teoría e investigación como en el terreno de la ficción

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Conocí a José M. Fernández Pequeño hace más de 30 años, cuando él, junto a otro destacado escritor cubano nacido en el oriente de Cuba y ya fallecido, Jorge Luis Hernández, organizaba aquellos legendarios encuentros de narradores de la Isla que auspiciaba la delegación de la Uneac en Santiago de Cuba; allí no pocos de los escritores cubanos, “o eternos aspirantes a serlo” —parafraseando al maestro Eliseo Diego— nos vimos por primera vez, en persona. Desde que traté a Fernández Pequeño por primera ocasión, sospeché que estaba ante un hombre talentoso, y a la par, modesto, sencillo hasta la timidez. Y mi sospecha se ha convertido en afirmación a lo largo de estos años: Pequeño, como le dicen sus allegados, se ha mantenido, durante estas tres décadas, lejano de los reflectores; algo encomiable de lo que debería gozar cualquier persona, sea escritor, bailarín, albañil o piloto de guerra. Solo ocurre que en este mundo nuestro, donde el ego nos deglute cada día con más apetito, eso se paga con el olvido, la exclusión, el ninguneo. Y así en alguna medida ha sido el resultado para el nacido en Bayamo, en 1953.

Lejano de los reflectores, decía, pero llevando a cabo, en la esquina más lejana de las luces, una sólida obra tanto en teoría e investigación como en el terreno de la ficción, sin olvidar su labor como docente en universidades de Cuba y República Dominicana, donde reside desde 1998 y donde se ha naturalizado como ciudadano de aquel país. Así, de su extensa obra, que abarca más de 15 títulos, nos encontramos con varios muy sobresalientes como Periplo Santiaguero de Max Henríquez Ureña (Ediciones Caserón, 1989), Regino E. Boti: Cartas a los orientales (compilación, Editorial Letras Cubanas, 1990), Crítica sin retroceso (Ediciones Unión, 1994), Cuba: la narrativa policial entre el querer y el poder (Editorial Oriente, 1994), Un tigre perfumado sobre mi huella (Editorial Cañabrava, 1999; Editorial Plaza Mayor, 2004), En el espíritu de las islas: los tiempos posibles de Max Henríquez Ureña (Editorial Santillana, Taurus, 2003), Cuentos para Angélica (Editorial Libresa, 2003); La mirada en el camino (Universidad INTEC, 2006) y Tres, eran tres (Grupo Editorial Norma, 2007).

Sobre su exilio en República Dominicana, Pequeño ha respondido a Cubaencuentro en una entrevista del 16 de mayo de 2012: “Fue difícil, pero me enseñó a tener paciencia y me reafirmó que quien trabaja con honestidad siempre encuentra”. Con honestidad, dijo; casi una hazaña en estos tiempos en que la honestidad, sobre todo en el arte de las letras, se va haciendo tan difícil como hallar moringa en el desierto.

Pero bien, realmente debe ser honesto, y valiente, quien en la misma entrevista afirmara: “Se necesitaba una desmesurada capacidad de doblez y fingimiento para continuar creyendo en la utopía fidelista como si nada estuviera pasando”. ¿Entonces se refería Pequeño a aquellos intelectuales que en la actualidad, en Cuba, siguen fingiéndose castristas o se muestran “esperanzados” en que la dictadura se “perfeccione”, si bien, en unos casos, al cerrar la puerta maldigan en gritos al régimen y en otros ni se amilanen al saberse sin el pudor mínimo como para mirarse en el espejo y decirse: “Yo, un hombre inteligente, qué canalla soy: bien sé que aquí no hay esperanza de ningún tipo”?

Bueno... así las cosas, la buena noticia es que hoy nos llega la información de que a Fernández Pequeño le han otorgado por unanimidad el Premio José Ramón López de los Premios Nacionales de Literatura 2012 de República Dominicana, por su libro El arma maestra. Consta en el acta del jurado, integrado por los escritores Ángela Hernández, Armando Almánzar Rodríguez y Efraim Castillo, que “se otorga por unanimidad el premio a la obra El arma maestra, escrita por José M. Fernández Pequeño, atendiendo a la asombrosa profundidad narrativa que el autor desarrolla en los nueve relatos del libro, en la cual reivindica el arte y la maestría de narrar, a partir —más allá de la memoria— de una profunda observación de los desconciertos que la postmodernidad introduce en los países del tercer mundo, contaminándolos y vinculándolos —tras la destrucción de sueños y promesas— a la realidad de los fracasos”.

El autor ha declarado que en el Arma maestratodos los cuentos comparten un elemento esencial: narran historias cotidianas a partir de la irrupción de un elemento extraño a la lógica de la ´realidad´ narrada. Por distintos caminos, se llega entonces a un mismo resultado: lo extraño, a veces lo insólito, obliga a una relectura de la cotidianidad por parte de los personajes, la preña de otro sentido y lleva a un descubrimiento (a veces inquietante, a veces liberador y a veces catastrófico) de que la verdad de sus vidas siempre estuvo muy cerca; tanto, que no atinaron a verla y menos a valorarla”.

En la entrevista a la que hemos aludido antes, José M. Fernández Pequeño afirma que uno de sus logros como ser humano ha sido comprobar “que la literatura es para mí una forma de vivir, un ejercicio a través del cual existo y del que jamás podré alejarme, tanto en las verdes como en las maduras, con tiempo o sin tiempo disponible”.

Adelante.


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