Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Literatura, Literatura cubana, La denuncia de hoy

Los adversarios del poeta cubano Rafael Alcides

La negativa a dejar entrar sus libros en la isla fue al parecer “la gota que derramó el vaso”

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El poeta Rafael Alcides ha renunciado, la semana pasada, a su condición de miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). En su carta de renuncia, referida en este mismo diario el 3 de julio, él dice:

“En vista de que ya a mis libros no los dejan entrar en Cuba ni por la aduana ni por el correo, lo que es igual a prohibirme como autor, renuncio a la UNEAC”.

Debemos suponer que esta ha sido, como suele decirse, la gota que derramó el vaso. Porque Rafael Alcides, un poeta sobresaliente en la historia de la literatura cubana, nunca ha sido bien visto por los “máximos líderes” del régimen, ni por los “históricos” ni por los posteriores amanuenses de estos.

Eso sería imposible. Él ha resultado un hombre consecuente con sus ideas. De manera que fue lo que fue, y no lo niega, como tampoco niega que luego ha sido lo que es.

Y tiene además otras deficiencias que, lógicamente, para nada lo ayudan: no adula; respeta pero no se postra; sonríe por cortesía, no por miedo; saluda a los “altos jefes” con la mano o con la voz, no con la baba chorreante.

Y aun otras: es amigo que defiende a los amigos no porque lo sean, sino porque intenta situarse en el lado de lo justo.

Y es Alcides un hombre-poeta transparente, sin mala leche para los colegas; sin compartimentos para el odio. Modesto al dar sus opiniones; humilde al hablar de su poesía.

Y valiente. Capaz de espetarle a un funcionario camaleónico: “tuviste la oportunidad de vivir con dignidad, y la perdiste”.

Un inocente. Un niño. Porque ya lo sabemos: “Los hombres son buenos, entre otros rasgos, en la medida en que sigan siendo niños”. O si no, miremos alrededor y veamos a esas personas ciento por ciento adultas; máquinas que, como tales, ya no tienen ni una miaja de candor y por tanto resultan uno de los más grandes peligros para la especie humana. Un buen ejemplo de ello, sería aquel nacido en Birán, Holguín, Cuba; hace ya tiempo.

Alcides, candoroso, como todo o casi todo hombre de talento.

Capaz de escribir en su poema de renunciamiento:

“Ya esto se acabó. Vestido de rey
él sigue tomando baños de sol en la terraza,
y un periodista extranjero, alguien
desconocedor de las magias del difunto,
diría equivocadamente que a pesar de los achaques
el enfermo resiste. Pero tú y yo, Señor,
sabemos que esto se acabó”.

Demasiada franqueza, Alcides. La cual, naturalmente, te la cobraría el régimen. Es el precio de no sumarse a la doble moral, en un país en el cual esta es una asignatura obligatoria desde el útero materno.

Y obligatoria para todo creador desde que intenta su primera pieza.

Ahora, luego de que has renunciado a la Uneac y aun entregado ¡nada más y nada menos que la Medalla por el Cincuenta Aniversario de esta institución!, ya sabemos cómo viene el golpe. (Y bien... uno se pregunta: ¿para qué atesorar una medalla bañada con agua de sentina?)

Pero, aunque sepamos cómo viene el golpe, lo reitero para quienes pueden ignorarlo.

Como todavía dice en aquel letrero: “Perded toda esperanza”.

Los mismos colegas y amigos que comieron en tu mesa y te brindaron la suya, te negarán completamente; o quizás, subrepticiamente, te manden un saludito o pasen, disfrazados de monjes, por tu casa a ver si estás peor que antes.

Olvídalo, los poetas, escritores y profesores —diplomáticos, enfermos de poder (de un podercito, vale aclarar), cuidadores de sus plazas—no protestarán, como hasta hoy no lo han hecho, por tu desamparo.

Aquellos intelectuales, “liendres del procesos revolucionario”, callarán una vez más. Asistirán a las reuniones de la Uneac, como si nada hubiese pasado. Continuarán recibiendo medallas y diplomas.

“Las ladillas del proceso revolucionario” seguirán, incrustadas en el pubis patrio, chupando, de carambola, la sangre del pueblo sojuzgado.

De ti ni se acordarán en 15 días. Ellos no están capacitados para renunciar a los premios que reciben con alevosía, ensañamiento y ventaja; los libros que publican para un lector cautivo; los viajes que realizan a cambio del silencio sobre la realidad de la Isla; las migajas de pan negro que la dictadura les hace llegar a sus domicilios.

Qué va, mi hermano. Ellos son tus adversarios.

Lo sabemos: ellos no tienen pensamientos distintos de los tuyos. Pero saben no decir lo que piensan; sino lo que necesita el régimen que digan. Un pacto tácito entre ellos y el régimen.

Personas que no practican aquella máxima de que más vale renunciar a la inmundicia tarde, que nunca.

Y, mira, si ocurriese el milagro de que el Granma y los demás medios pagados por el gobierno —los únicos que circulan en Cuba— diesen a conocer esta renuncia tuya, de manera que lo supieran no solo los cercanos a ciertos medios extranjeros y a la lengua del chisme, sino asimismo todos los del gremio en la Isla, tampoco ocurrirá nada. Nadie va levantar la voz por ti. Estás solo, mi socio. O casi. Allá si acaso te acompañarán, “son pocos, pero son”, cuatro o cinco que, como tú, “tienen en sí el decoro de muchos hombres”.

Mientras, vamos a seguir apostando, a los 81 años de edad, a que si al fin y al cabo tenemos una sola vida, vivámosla con “toda la dignidad posible”.

Ya ven. Así van las cosas.


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