Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Literatura, Novela, Kundera

Milan Kundera, novelista de raza

Kundera fue un certero explorador de la podredumbre de los sistemas

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Ha muerto el ensayista, dramaturgo, narrador y poeta Milan Kundera (Brno, Bohemia, Checoslovaquia, 1929–Paris, Francia, 2023), quien erigió un cosmos literario imbuido en la nostalgia, la proscripción y las mudanzas de la identidad a través de un discurso narrativo calado por una contagiosa musicalidad, codificaciones metafísicas, excavación en la memoria y tentador erotismo.

Se inicia como poeta (El hombre en un jardín, 1953; Monólogos, 1957); pero, alcanza notoriedad con El libro de los amores ridículos (1963-1966): desborde de una ironía mordaz a través de recuerdos y anécdotas que trazan un dibujo extravagante de la sociedad checa.

La broma (1967) lo apuntala como uno de los más importantes escritores de Europa del Este: novela-sátira desde acotaciones de la azarosa realidad checoslovaca durante el estalinismo. El protagonista será expulsado de la universidad por ridiculizar al régimen socialista en una postal dirigida a su amante. Libro que leí en La Habana de los años 80 en la edición de Seix Barral forrada con una plana del periódico Granma para no levantar sospecha.

Rememoro la lectura de El libro de la risa y el olvido (1978): apesadumbrados apuntes narrativos que glosan las faenas de unos personajes en situaciones tragicómicas que ponen en riesgo su vida por los compromisos con el poder. Publicaciones prohibidas en su patria, las cuales consiguen gran éxito en traducciones a varios idiomas.

Kundera fue un certero explorador de la podredumbre de los sistemas comunista mediante personajes disconformes obligados al ostracismo, quienes sustentan sus gestos en las reminiscencias: búsqueda de un espacio que cobije su desarraigo ante la adversidad de la perdida de pertenencia. La más popular de sus novelas, La insoportable levedad del ser (1982), es una sorprendente historia de amor metafísica en que afloran los celos, las ingratitudes, el sexo y la muerte en medio de los acechos de las extenuaciones y mentises de la pareja contemporánea.

La lentitud (1994), La Identidad (1996), La Ignorancia (2000), La fiesta de la insignificancia (2013), fábulas escritas en francés tras su exilio en el país galo, abordan las oscuras pretensiones humanas, la identidad y la fugacidad de la existencia en concordia de índices autobiográficos que develan tramas pavorosas del mundo moderno.

Vale mencionar El arte de la novela (1986): cuaderno clave, meditación sobre el oficio de novelista: “confesión de un practicante”. Asimismo, Los testamentos traicionados (1993), El telón (2005) y Un encuentro (2009): ensayos que redundan en torno a la novela en diálogo con los grandes autores de la narrativa occidental: Rabelais, Cervantes, Dostoievski, Diderot, Flaubert, Malaparte, Joyce, Kafka, Céline, Philip Roth, Juan Goytisolo, García Márquez, Rushdie… Rondan los fulgores de Jacques y su amo (1981): obra dramática en tres actos, versión para el teatro de la novela Jacques el Fatalista en un homenaje a Diderot.

Se nos va un autor que puso de manifiesto las adversidades del hombre frente a los totalitarismos, por eso en Cuba teníamos que leerlo de manera secreta, encubierta: temerosos por la reprobación y la penalidad. Un escritor profético heredero de Rabelais, Cervantes y Kafka en la edificación de un espacio ficcional en que lo satírico se convierte en un arma redentora ante la inmoralidad política de nuestros días. Se ha ido un novelista de raza.

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“Una noche de finales de los ochenta, llegó un amigo a la casa y sacó de su bolsa, con mucho sigilo, un libro forrado de papel periódico y me dijo: ‘Léetelo esta noche, que mañana tengo que devolverlo’. Era El libro de la risa y el olvido, en edición de Tusquets. Ésa fue mi entrada al revelador mundo de Milán Kundera”, me confiesa la poeta cubana, radicada en México, Odette Alonso.

¿Y pudiste, antes de salir de Cuba, leer otras novelas de él?, le pregunto.

“Después vinieron, siempre en forma clandestina, de manos de otros amigos, La broma (enorme relato satírico y lúdico), El libro de los amores ridículos, La insoportable levedad del ser (que nunca fue mi favorito), La despedida, y otros, prohibidísimos en Cuba porque ponían ante los ojos del lector algo que allí no querían que supiéramos: que todo lo que se llamara socialismo era la misma calamidad en cualquier parte: vigilancia, persecuciones, delaciones, juicios y castigos, carencias sin fin, representaciones farsescas de lo patriótico, obligación de reverencia, necesidad de huir antes de ser aplastados. Kundera nos enseñó a reconocer no la libertad, sino su falta y el duro camino para salir de esa cárcel”, subraya la autora de Últimos días de un país.


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