Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Pico fino para contar historias

Onelio Jorge Cardoso demostró que podía continuar la corriente criollista que parecía definitivamente agotada, sin desembocar en el fracaso

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En una entrevista que le hicieron en 1974, reveló que tenía empezada una novela. Se trata, agregó, “de una cosa más de recuerdos de la infancia, hecha con atmósfera muy poética”. No debe haberla terminado, pues nunca más se supo de aquel proyecto. La novela no era lo suyo, “porque en una novela se escribe hasta de lo que no hace falta”. Mal podía amoldarse a ese género un escritor para que quien la brevedad y la concisión fueron la regla de oro. Hablo de Onelio Jorge Cardoso (Calabazar de Sagua, 11 de mayo 1914 - La Habana, 29 de mayo 1986), de cuyo nacimiento se cumplen por estos días cien años.

A excepción de dos recopilaciones de reportajes periodísticos, Gente de pueblo (1962) y Gente de un nuevo pueblo (1981), todos los libros que componen su bibliografía son de cuentos. Se inició en ese género cuando tenía 22 años, con una narración que le valió el primer premio en el concurso auspiciado por la revista Social en 1936. Años después, él comentó que era “el menos malo” de los que se presentaron. No obstante, aquel “mal comienzo” le sirvió para pensar que podía escribir. A partir de entonces, se dedicó a hacerlo y a la vuelta de unos años logró los primeros textos que literariamente lo dejaron satisfecho: “El homicida”, “Taita, diga usted cómo”, “Nino”, “Camino de las lomas”, “Mi hermana Visia”, todos pertenecientes a la primera mitad de la década de los 40.

Estaban ambientados en el mundo rural cubano, y sus personajes eran personas de condición social humilde. A los campesinos, Jorge Cardoso sumó luego los carboneros y los pescadores. Su primer libro, Taita, diga usted cómo (1945) no vio la luz en Cuba, sino en México, gracias a las gestiones de José Antonio Portuondo. Pero varios cuentos suyos se publicaron en revistas como Bohemia y Carteles, las más leídas en esa época. La clara adscripción al realismo, los escenarios en los que se desarrollaban las historias y la incorporación de ingredientes cubanos, hicieron que su narrativa fuera ubicada dentro del regionalismo rural y que a él se le etiquetase como autor criollista. Y ya se sabe lo difícil que resulta para un escritor quitarse de encima las etiquetas que, por razones prácticas, pereza o ineptitud, determinados críticos e investigadores le colocan.

Lo cierto es que ese encasillamiento trajo como consecuencia que sus cuentos no fueron debidamente valorados y, en ocasiones, ni siquiera tomados en cuenta. A propósito de esto último, es oportuno reproducir unas palabras que José Rodríguez Feo redactó al comentar la salida de los Cuentos completos (Ediciones R, 1962) de Jorge Cardoso: “Tengo que confesar que nunca había leído un cuento de Onelio Jorge Cardoso. Por instinto le huyo a la literatura costumbrista, pues la mayoría de esas narraciones que se ocupan del tema campesino solo tienden a darnos personajes y situaciones estereotipados y banales. Cuando veía algún cuento de Cardoso en Bohemia, por ejemplo, pasaba la hoja Confieso mi indiferencia y aversión, pero hay que culpar a esa literatura tediosa y hueca que los cultivadores de lo folclórico escriben en todas partes de América”.

Es cierto que parte de la obra de Jorge Cardoso se inscribe dentro de la corriente criollista, que en el cuento tuvo sus principales representantes en Luis Felipe Rodríguez y Jesús Castellanos. Pero cuando se compraran sus textos con los de Jorge Cardoso, de inmediato las diferencias saltan a la vista. He aquí un diálogo que corresponde a una de las obras de Rodríguez:

“—¡Lástima de joven; después de too, quizás se hubiera casao con Conchita Fundora!

“—No tendría ná de particular, porque parecía llevar muy buenas intenciones.

“—Y cómo hablaba, compay, y lo que sabía.

“—Sí; esa gente de allá de La Bana habla bien y sabe mucho”.

Léase ahora este fragmento extraído de “Camino de las lomas”. Un diálogo como este nunca lo sostendrían los campesinos del autor de Marcos Antilla:

“—¿Y a usted qué se le ofrece? —preguntó.

“—Estoy buscando un hombre para un favor.

“—Puede entonces que yo sea el hombre, ¿no?

“—Puede y puede que no —contestó el desconocido.

“—Si es para saber algo de la zona yo llevo aquí el tiempo que hay que reunir para ver crecer el árbol ese y gozarle la sombra después —dijo señalando.

“—Con todo puede llevar mucho tiempo y no servirme. ¡Así son las cosas!

“—Entonces usted dirá —repuso vencido”.

En sus textos, Jorge Cardoso apenas empleó cubanismos. Hizo un uso discreto de las deformaciones fonéticas del habla campesina, y cuando se editó en 1975 una antología de sus cuentos suprimió varios de los que años atrás había incluido. No utilizó las formas de expresión coloquial con el propósito de caracterizar a determinado grupo social o región. Tampoco cayó en los excesos coloristas de sus predecesores, ni dio cabida a los elementos externos que impiden penetrar en la esencia. Como señaló el también cuentista José Lorenzo Fuentes, ni el costumbrismo permeó de superficialidad su obra, ni el esquematismo hizo mella en sus facultades de creador.

Fue madurando hasta lograr un estilo personal e idóneo para narrar sus historias. Generalmente, sus textos poseen pocas páginas, y para esa extensión lo que más convenía es una prosa escueta, ágil. Sus frases directas y cortantes le permitían contar una anécdota o expresar una idea significativa con una admirable economía verbal. Cuentista nato, describe con parquedad y con una natural elegancia: “Él era seco, parejo de hombros, pequeño y aceitunado, un color que le venía de magia para ocultar sus años, y por lo demás era uno de allí del pueblo al que usted podía pasarle mil veces por el lado y no saber nunca lo que hizo una vez” (“En la caja del cuerpo”).

Desde las primeras líneas, logra meternos de golpe en el meollo de la historia. Nunca empieza con la descripción de un paisaje o la evocación de un hecho del pasado. Copio el inicio de dos de sus cuentos: “Ella pudo venir de cualquier punto del redondo horizonte de cortaderas. Pero de donde realmente vino no lo advirtió el Gallego en el primer momento, sino después cuando la tuvo enfrente, así como era: pequeña, seca y con el hijo en los brazos” (“En la ciénaga”); “Toda la gente acudió al velorio. La casa estaba en las afueras del pueblo, lejos de la última bombilla. Hasta el capitán vino y el Alcalde y unos cuantos militares. En medio de la sala estaba el ataúd y el muerto dentro con el rostro morado de los que mueren de asfixia. Por el cuarto andaban unas mujeres llorando y un niño dormía en un sillón viejo con las piernas recogidas y los pies descalzos” (“Nino”).

El autor se complementa con la inteligencia del lector

Esa apuesta por la brevedad y la economía lo llevó a escribir unas narraciones que se caracterizan más por lo que sugieren que por lo que objetivamente relatan. Los ejemplos son numerosos, pero solo me referiré a “Mi hermana Visia”. Ese texto tiene como núcleo temático la situación de pobreza que lleva a una joven a prostituirse (unido a eso, está el mito de la ausencia). Es, sin embrago, algo que nunca se dice de manera explícita. Se sugiere a través de ciertos detalles (la fotografía que recibe la familia) y hechos (el padre que se niega a ver la foto, el comentario del machetero que pasa frente a la casa). En sus mejores cuentos, que son unos cuantos, Jorge Cardoso cuenta entre líneas una historia, en la cual lo importante no se dice. Arma así sus textos a base de unos pocos datos, sin proporcionar mayores explicaciones sobre los antecedentes de los personajes y las situaciones. Al respecto, en una entrevista él declaró: “Una de las necesidades del cuento, en mi modesta opinión, es postular el hecho, no describirlo fielmente, pues entonces no le deja nada a la inteligencia del lector, se lo da todo masticado. En la literatura el autor se complementa con la inteligencia del lector, sea este grande o chico”.

Son también muy económicos los recursos técnicos que emplea. Algunos pueden parecer ingenuos, pero empleados por él son muy eficaces. Asimismo y aunque sus cuentos dan la impresión de ser sencillos, un análisis detenido demuestra que tal sencillez es solo aparente. Bajo esa estructura, hay todo un complejo sistema de arreglos temporales, sutilezas, puntos de vista e hilos narrativos. Jorge Cardoso no solo da así una lección de cómo escribir sin afectación, sino además de cómo se puede lograr tanto con tan ligero equipaje.

En el prólogo a su Antología del cuento cubano contemporáneo (Ediciones Era, México, 1967), Ambrosio Fornet expresa: “Desde Taita, diga usted cómo, Onelio Jorge Cardoso demostró que podía continuar la corriente criollista que parecía definitivamente agotada, sin desembocar en el fracaso. La razón es sencilla: de la misma manera que la nueva literatura no realista utilizaba procedimientos realistas para hacer resaltar lo absurdo por contraste, el criollismo de Onelio Jorge Cardoso se apoyaba en una visión fantasiosa y poética del campo, del mar y de sus hombres: sus guajiros y pescadores se mueven con una dignidad elemental bajo un sol que no llega a aplastarlos, en medio de una naturaleza que a la vez los rechaza y los envuelve, empujados por unas oscuras pasiones en la que falta, sin embargo, ese momento de lucidez que las haría realmente trágicas”. Y concluye que de esa forma, el autor de El cuentero “ha llevado el criollismo a un punto de equilibrio que difícilmente puede ser superado”.

El prólogo de Fornet está fechado en julio de 1966. Ese mismo año pareció Iba caminando, libro que continúa la etapa transicional que Jorge Cardoso había iniciado con La otra muerte del gato (1964). A partir de entonces, su obra comenzó a tomar distancia de la literatura criollista. Sigue estando presente la entrañable adhesión al mundo rural, pero sus personajes ya no son víctimas de una explotación secular. A Iba caminando se sumaron después Abrir y cerrar los ojos (1968), El hilo y la cuerda (1974) y La cabeza en la almohada (1983), en los cuales el escritor continuó avanzando en la nueva orientación que empezó a dar a su obra.

Si por un lado en esos cuentos se advierte una menor complejidad en los planos narrativos, por otro hay una preocupación por redefinir su sistema expresivo, así como mayor amplitud espacial. Un ingrediente novedoso es el humor, que en Iba caminando Jorge Cardoso emplea para criticar y satirizar la supervivencia de conductas del pasado que en la nueva realidad eran obsoletas. En los siguientes libros, se adentra además en el terreno de la fantasía, desasido ya del cordón umbilical que lo emparentaba al criollismo. Eso lo lleva a incorporar, por ejemplo, los temas subjetivos del subconsciente y la memoria.

En “Me gusta el mar”, el protagonista confunde el mundo real con el imaginado por él y termina en la cárcel. Ese texto tiene continuidad argumental y temática en “Abrir y cerrar los ojos”, donde el personaje se ha construido un espacio fantástico en su celda. Por eso hace todo lo posible para que lo encarcelen y de ese modo poder dar rienda suelta a su imaginación. Asimismo varios cuentos abordan desde distintos ángulos el tema de la infancia. Pertenecen a ese grupo, entre otros, “El hilo y la cuerda”, “El pavo”, “Hilario en el tiempo”, “La brasa”, “Dos abuelas” y “La serpiente y su cola”.

En esta etapa no hallamos piezas antológicas como las de sus libros anteriores. En el estudio que dedicó a la obra de Jorge Cardoso, Josefa de la Concepción Hernández Azaret señala que en algunos cuentos el autor parece no preocuparse por crear y mantener el interés necesario en el lector, que se queda así esperando algo. “El cuento empieza y termina sin «agarrar», pues la intrascendencia de la anécdota (…) resulta evidente”. En su opinión, eso ocurre en textos como “El verano es así”, “Crecimiento” (Iba caminando) e “In memorian” (El hilo y la cuerda).

Asimismo expresa que en ocasiones, el escritor “se desentiende del valor de la síntesis y de la sugerencia -elementos explotados tan brillantemente por él en muchos casos- y narra por narrar. El lector puede sentir que lo contado no tiene objetivo y pierde interés por ello. La idea esencial del cuento se diluye”. Uno de los ejemplos más claros de ello, sostiene Hernández Azaret, es “La noche como una piedra” (El hilo y la cuerda).

A comienzos de los 60, Jorge Cardoso escribió un par de textos que, pese a que no lo especificaban, estaban dirigidos al público lector infantil. Me refiero a “La lechuza ambiciosa” y “El canto de la cigarra”, incluidos respectivamente en Cuentos completos y La otra muerte del gato. En ellos su autor no hacía concesiones de calidad literaria y estilo: “Hace muchos, muchísimos años que todas las cosas de Cuba eran nuevecitas; la Sierra Maestra estaba calentita todavía, el Valle de Viñales acababa de recibir los ruiseñores, y las gaviotas de Varadero estaban aprendiéndose el canto de las olas. Esto era todo nuevo, sin que le faltara nada, ni los animalitos”.

Sin embargo, no fue hasta la década de los 70 cuando se le vino a descubrir como un excelente cultor de la literatura para niños. En eso también influyó que él retomó esa vertiente y dio a conocer piezas como “El cangrejo volador”, “Pájaro, murciélago y ratón”, “La serpenta”, “Los tres pichones”, “Dos ranas y una flor”, “Caballito blanco”, “Carapacha y el río”. Prueba de la gran estimación que hoy se le tiene en esa faceta, en el año 2010 la Editorial Gente Nueva publicó el volumen colectivo Vuelve a cantar la cigarra, en el que 26 autores le rinden homenaje recreando personajes y ambientes de sus narraciones.

Al comentar la edición de tres de aquellos cuentos, Eliseo diego expresó: “Puede que el secreto esté en la singularidad de ciertos giros, como por ejemplo: «bonito que te está quedando el pozo ese», con el adjetivo puesto al principio para énfasis, pero sin mucho aparato (…); o bien este interrogante por entero gratuito que cuelga al final de la frase: «¿y dónde están tus plumas y tus alas, a ver?», en que vibra esa suerte de cordial inseguridad, abierta a la rectificación, que es también un rasgo de nuestro carácter. Pero en último análisis nos inclinamos a creer que el hechizo consiste simplemente en el toque delicadísimo por donde se descubre la poesía oculta en la palabra que sirve para vivir, muy distinta de la otra, ociosa, que solo se deja impulsar por la belleza”.