Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Revisitando un viejo bodrio de un país que ya no existe

Vista de nuevo hoy tras varias décadas, Madrigal confirma que esta película le sigue pareciendo una comedia sin mucha imaginación, que resulta predecible y repetitiva

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Moscú no cree en lágrimas ganó el Oscar al mejor filme extranjero en 1980. Unos meses después la estrenaron en todas las ciudades americanas y tuve la oportunidad de verla en Miami hacia finales de año. Me pareció un bodrio insufrible, largo y meloso. Recuerdo haber escrito una crítica muy negativa que creo publiqué en la sección Palestra, del entonces El Herald. La titulé Para no creer en Moscú y desgraciadamente, no guardé copia del artículo ni lo he encontrado en internet.

Conversando con mi pareja sobre la pobreza de los estrenos actuales, derivamos la conversación hacia los óscares y de ahí de alguna manera terminamos hablando de Moscú no cree en lágrimas. Ella me dijo que cuando la vio por primera vez, le pareció lo mismo que a mí, pero que la vio de nuevo unos años después y le encontró muchas críticas veladas al sistema soviético. Guiado por nuestra conversación y ante la falta de estrenos que valieran la pena, me decidí a buscar el filme en Amazon.

La trama gira alrededor de tres muchachas que llegan a Moscú con las ilusiones de triunfar en la gran ciudad y se va mostrando como poco a poco sus sueños se van diluyendo ante la realidad que enfrentan. Todas viven en una especie de albergue para mujeres, en pésimas condiciones y su única salida es encontrar un marido que les pueda ofrecer alguna prosperidad. Está narrada en forma de comedia, con algunos diálogos inteligentes y sarcásticos, pero por lo general, es una comedia sin mucha imaginación, que resulta predecible y repetitiva. La segunda parte del filme (y hay una especie de intermedio a la mitad), se convierte en un melodrama rutinario, centrándose en las vicisitudes de una de las jóvenes, la única que logra abrirse paso sin ayuda de ningún hombre, que crio a una hija por si sola y ha alcanzado un alto puesto administrativo en una fábrica. Siempre fue la testaruda y la más rebelde del grupo.

Salvo por la actuación de Alexei Batalov en el papel de “Gosha”, un personaje sacado de repente que termina conquistando a Katia (que es el nombre del personaje), no hay nada salvable en esta segunda parte. Nada que pueda explicar porque recibió el Oscar. Además, tiene muy poco que ver, en trama y en estilo, con la primera parte. Se le puede reconocer que, hasta cierto punto, estaba adelantado a la letra, ya que es un filme de sutiles tonos feministas, pues las mujeres son los personajes más fuertes y hay un enfoque satírico del machismo.

Cuando vi el filme en 1980 y escribí mi crónica, llevaba poco tiempo en Estados Unidos y lo hice con el odio y la ferocidad que siente quien acaba de escapar del infierno. Me cegué ante ciertos elementos del filme que ahora tuve la oportunidad de ver. Las críticas son muy sutiles, pero hay que recordar que el filme debe haberse hecho en 1979, cuando Leonid Brezhnev, con su mano de hierro y su desastrosa política económica, campeaba por sus respetos en el Kremlin. El filme rompe con los límites del realismo socialista y muestra bien claro la precaria situación económica que se vivía.

Algunos personajes muestran las limitaciones del sistema. Está Gurin, el extraordinario jugador de hockey, con muchos campeonatos a su haber, pero que no encuentra un buen trabajo y termina alcoholizado, lo cual contrasta con la vida de otros jugadores que emigraron al oeste (no los soviéticos, a quienes no se les permitió salir hasta 1989). Está el científico que puede reunir unas miserables conservas para traer a una fiesta, y que son recibidas como exquisitos manjares. Y un personaje, que en voz baja se queja de que los intelectuales no hablaron cuando tenían que hablar, en clara referencia al periodo estalinista y el posterior deshielo de Jruschev. El personaje sale un breve minuto, pero está interpretado por Andrei Voznesenski, uno de los mejores poetas surgidos durante el deshielo de Jruschev, pero que desde 1963 fue condenado por el propio Jruschev como “pervertido” y luego se le persiguió, censuró y se le prohibió viajar al extranjero.

Pero todo queda ahí. Claro, no se le puede pedir más. La censura era férrea por entonces. Pero a pesar del esfuerzo, la película sigue siendo mala, aunque debo reconocer que, a su nivel, ha envejecido bien.

Su director, Vladimir Menshov, solamente dirigió cinco largometrajes, ninguno de los cuales merece la pena recordar. Tuvo una prolífica carrera como actor. Su esposa, Vera Alentova, quien interpretó a Katia, tuvo una larga carrera en el teatro y la televisión. Alexei Batalov, un distinguido actor que tuvo papeles principales en Cuando vuelan las cigüeñas y La dama del perrito, le da mucha vida a un personaje que está traído por los pelos.

El guion, del propio Menshuk, es disparatado, irregular y finalmente aburrido. El entonces crítico de cine de The New York Times, el ya difunto Vincent Canby, dijo que el filme le hizo creer todo lo que decía la biografía de Menshov, que citaba que había suspendido varias veces en los cursos de dirección de cine y que, como actor, tampoco impresionó como estudiante, pues Canby ve todo eso reflejado en el filme.

Por lo general, las actuaciones son buenas, pero el cine soviético y el ruso en general, siempre han tenido grandes actores.

Con la calma y la “objetividad” que dan los años, le tengo que agradecer la sugerencia a mi pareja, porque pude ver ahora, lo que se me escapó entonces, y reforzar algunos de los criterios que emití con respecto a la calidad del filme. Moscú no cree en lágrimas fue la tercera y última cinta soviética premiada con el Oscar a la mejor película extranjera. Las anteriores fueron La guerra y la paz, una versión realista socialista de la obra de Tolstoi, cortesía de Serguei Bondarchuk, y Dersu Uzala, una película que estoy seguro Kurosawa hubiera querido borrar de su currículo. Lo que aun ni entiendo es cómo esta pobre cinta de Menshov se llevó el premio por encima de The Last Metro, de Truffaut, y Kagemusha, de Kurosawa, dos filmes excelentes de dos grandes directores.

Moscú no cree en lágrimas (URSS, 1980). Dirección: Vladimir Menshov. Guion: Vladimir Menshov y Valentin Chernikh. Dirección de fotografía: Igor Slabnevich. Con: Vera Alentova, Alexei Batalov, Irina Muraviova, Alexander Fatiushin y Raisa Riazanova. Disponible en la plataforma Prime, de Amazon.


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