Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Un Estado y su control mental

Un documental realizado por la BBC sigue la vida cotidiana de dos adolescentes de Corea del Norte y muestra imágenes en casas, escuelas y parques que nunca antes el régimen había permitido filmar

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En El libro negro del comunismo, exhaustivo balance hecho por un equipo de historiadores e investigadores universitarios, los autores admiten las limitaciones con las que redactaron el capítulo correspondiente a Corea del Norte. Señalan que tuvieron que contentarse “con ecos oficiales, interpretar o descifrar testimonios de tránsfugas (…) y con los datos recogidos por los servicios de información de los países vecinos”. Eso se debe a que inmediatamente después de su creación en 1948, Corea del Norte se reveló como “el Estado comunista más cerrado del mundo. Las autoridades comunistas no tardaron en prohibir de hecho el acceso al norte a cualquier representante de la comunidad internacional”.

Esa situación se agravó con la guerra contra Corea del Sur (1950-1953), aunque no es esa la única causa: “la naturaleza intrínseca del régimen comunista norcoreano, replegado sobre sí mismo, incluso en el seno del mundo comunista (en efecto, durante el conflicto chino-soviético andará siempre con rodeos sin vincularse totalmente ni por mucho tiempo a un campo o al otro), pero también su temor, un poco al modo de los comunistas albaneses o camboyanos, al ver cómo las influencias del mundo exterior corrompen la «unidad ideológica del pueblo y el partido», explican que el Estado norcoreano merezca perfectamente el nombre de «reino eremita» que a veces se le da. Este repliegue sobre sí mismo ha sido teorizado incluso con la llamada ideología del Djuché, es decir, del dominio de sí mismo, de la independencia, e incluso de la autosuficiencia, ideología que se asienta oficialmente en los estatutos del Partido del Trabajo Coreano”.

Por todo ello, no resulta fácil comprender las razones que llevaron a Corea del Norte a autorizar a la BBC para realizar el documental A State of Mind (2004). Nunca antes se había permitido a un equipo de otro país a filmar en casas, escuelas, parques. No solo eso, sino que un régimen tan celoso en cuanto a autorizar el acceso a los extranjeros garantizó al equipo “acceso sin restricciones”. El propio director y guionista, Daniel Gordon, lo confirmó y declaró que aunque en todo momento tuvieron traductores y guías, nunca fueron censurados ni controlados. Por supuesto, a nadie le puede caber la menor duda de que previamente las autoridades se aseguraron de que nada inconveniente o controversial pudiera ser revelado durante la realización del filme.

También es oportuno señalar que el permiso se logró después de largas negociaciones. Daniel Gordon además tenía a su favor el haber realizado en Corea del Norte un documental anterior, The Game of their Lives (2002). Se trata de una crónica sobre el equipo norcoreano de fútbol que participó en la Copa Mundial de 1966. En aquel evento lograron llegar, para sorpresa de todos, a los cuartos de finales tras derrotar a Italia. Las autoridades norcoreanas autorizaron a Gordon para que entrevistara a los siete jugadores que aún vivían. El tono políticamente neutral con que fue tratado el tema hizo que The Game of their Lives se transmitiera diez veces por la televisión norcoreana. Eso actuó a favor del cineasta británico, para que le autorizaran a rodar A State of Mind. Una vez terminado, es evidente que el filme satisfizo a las autoridades: en el Festival Internacional de Cine de Pyongyang recibió dos premios.

La idea de la cual parte el filme es seguir a dos chicas norcoreanas, Pak Hyon Sun, de trece años, y Kim Song Yon, de once, desde febrero hasta septiembre del 2003. Durante esos ocho meses, las guapas y encantadoras adolescentes se prepararon para participar en los Arirang, los Juegos Masivos. Estos se celebran en Pyongyang desde el año 2002 y constituyen el espectáculo coreográfico masivo más grande el mundo. Por sus gigantescas proporciones, se puede comparar al acto inaugural de los Juegos Olímpicos, aunque en otros aspectos los aventaja. Se ofrece durante varios días y es transmitido repetidamente a través del único canal de televisión que existe en el país.

A State of Mind celebra la disciplina, voluntad y espíritu con que las dos adolescentes se dedican a prepararse para los Juegos Masivos, así como el apoyo que reciben de sus familias. Parte del documental recoge las jornadas de entrenamiento. Para ellas, no hay tiempo para juegos. La participación en los Juegos Masivos es una obsesión que domina sus vidas. Es la oportunidad de demostrar con orgullo su amor al Querido General (así llaman los norcoreanos a Kim Jong Il). Por eso ensayan hasta la extenuación sobre un piso de cemento. Dos meses antes de la apertura del evento, pasan a practicar desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde. En una escena, Pak Hyon Sun confiesa sentirse agotada con esa estricta rutina diaria. Es una de las pocas ocasiones en que se desvía de la ideología oficial, un detalle que le da autenticidad al filme.

La cámara sigue además a las adolescentes en su existencia cotidiana. Eso hace de A State of Mind una fascinante muestra de cinéma vérité y ensayo cinematográfico. Vemos así su pereza para levantarse por la mañana, cómo juegan con el perro, cómo estudian bajo un retrato del Gran Líder (nombre que los norcoreanos dan a Kim Il Sung). También se aprecia el genuino placer con que disfrutan las pequeñas cosas: un picnic, un descanso en los ensayos, un paseo con la familia. Asimismo el filme recoge su excursión al Monte Paekdu, para ellas un sitio sagrado de la revolución. Allí fue donde el Gran líder llevó a cabo la lucha contra los japoneses, y donde además nació el General. La visita al Monte Paekdu es una peregrinación que se espera todo norcoreano haga en algún momento de su vida.

Daniel Gordon respeta las reglas establecidas por el régimen y a lo largo del filme se mantiene cuidadosamente imparcial. Se centra en la preparación de las dos adolescentes para lo que el narrador califica como una real socialism extravaganza. La imagen de los norcoreanos que se da trasluce simpatía y respeto. El testimonio sobre la vida de las dos familias está humanizado. El padre de Kim Song Yo es muy estricto con sus tres hijas. La madre, en cambio, consiente a la chica y esta, a su vez, le confía sus secretos. Entre ambas existe una relación de complicidad. Más allá de la ideología, en la pantalla se muestra a personas reales que parecen ser felices en su reglamentada existencia. Son capaces, disciplinados y tratan de vivir lo mejor que pueden bajo ese régimen totalitario.

¡Malditos americanos! Es culpa de ellos

Ahora bien, A State of Mind dista de ser una obra de propaganda (pueden comprobarlo quienes vean el filme en sitios de la red como YouTube). Y aunque no es un documental político, el director no puede evitar que ciertos aspectos de esa sociedad se pongan en evidencia. Ante todo, resulta obvio el lavado de cerebro y el adoctrinamiento a los que la población ha sido sometida durante décadas. Eso se pone de manifiesto a lo largo del filme, que muy bien pudo titularse A State of Mind Control. La madre de una de las adolescentes habla sobre las dificultades que pasaron durante la Marcha Ardua (es la primera ciudadana de Corea del Norte que habló a un extranjero sobre ese tema, expresa el narrador).

Ese fue el nombre que el gobierno dio a la gran hambruna que vivió el país entre 1995 y 1997. En 2001 el gobierno admitió la muerte de 250 mil personas. De acuerdo a estimaciones internacionales, los muertos alcanzaron los 2 millones, cifra que representa el 2 por ciento de la población total. La explicación que da esta señora es que eso se debió a las condiciones climáticas anormales y a las agresiones imperialistas. La misma justificación da cuando por la noche se produce un apagón en su apartamento, situado en pleno centro de la capital: “¡Malditos americanos! Es culpa de ellos”. Como aclara el narrador, esos apagones son frecuentes.

En otra parte del documental, antes de dirigirse a las aulas, los escolares, guiados por el que presumiblemente es el director del colegio, declaran su compromiso de mantener la fidelidad al socialismo y al generalísimo Kim Jong Il, no importa cuán adversas sean las circunstancias. En una clase de Historia Revolucionaria, la maestra utiliza un gráfico para explicar a los niños las tres grandezas del Gran Líder: grandeza de ideología, grandeza de liderazgo, grandeza de aura. Ni siquiera las clases de inglés escapan al adoctrinamiento. Un estudiante tiene abierto el libro de texto en una página en la cual se lee: “My Dream: Everyone of us has something to do in the future. Most of us will join the Korean People´s Army. Some of us will work on co-op farms. Some of us will work in factories. Some will work in research institutes. Some will go to the space to study it”.

Asimismo otros datos que proporciona el narrador a manera de simple información, contribuyen a tener una idea de las restricciones con las que los norcoreanos. La familia de una de las chicas aprovecha los dos días feriados con los que se celebra el cumpleaños de Kim Il Sung, para visitar a un amigo del padre que vive fuera de Pyongyang. Ambos estuvieron juntos en el ejército, pero no se ven desde hace diez años. No se especifica la razón, pero se dice que para viajar a otra ciudad los norcoreanos necesitan tener un permiso.

En otra de las escenas, la familia de Kim Song Yon mira el televisor. Fue un regalo del Estado por la participación de Kim Song Yon en los Juegos Masivos de 2002. En Corea del Norte funciona un solo canal, que diariamente tiene cinco horas de programación. En todos los apartamentos de ese bloque hay también una radio, colocada en la pared de la cocina. Está permitido bajar el volumen, pero no se puede apagar. En otras imágenes, se ve a la madre de una de las adolescentes mientras prepara la comida. En Corea del Norte, precisa el narrador, cada persona recibe al mes un pollo y seis huevos. Sin embargo y como también se aclara, el nivel de vida de la capital es superior al del resto del país. Los dos millones de personas que residen allí lo consideran un privilegio.

Pak Hyon Sun y Kim Song Yon, lo apunté antes, son simpáticas, bonitas, y no se diferencian de muchas de las chicas de su edad que uno conoce. Son unas adolescentes normales que crecen en unas circunstancias anormales. Al igual que ellas, muchas chicas practican gimnasia, pero no lo hacen durante cinco horas sobre el concreto. Al igual que ellas, muchas otras cantan karaoke, pero no canciones cuyos estribillos expresan “nuestro Partido es el mejor, el comunismo es lo mejor”. Al igual que ellas, muchas cenan con su familia, pero no lo hacen a oscuras, alumbrándose con una vela. Al igual que ellas, muchas otras asisten a la escuela, pero allí no las enseñan a odiar a los norteamericanos y a combatirlos hasta el final.

El último segmento del documental recoge la inauguración de los Juegos Masivos. A través de esas imágenes, se puede apreciar el resultado de los varios meses dedicados a su preparación. Un total de 120 mil personas, entre bailarines, gimnastas y karatecas, realizan unas coreografías perfectamente concebidas y ejecutadas con una sincronizada precisión. Visualmente, los números y danzas son muy hermosos y algunos, son físicamente muy difíciles. Es un espectáculo de un esplendor y una perfección sorprendentes, que A State of Mind capta en secuencias impresionantes. Pero como ocurre con otros aspectos, la cámara captura algunos detalles inconvenientes. Se ve así a un grupo de burócratas militares que parecen estar aburridos. Incluso uno de ellos mira con impaciencia el reloj.

Lo cierto es que los Juegos Masivos constituyen un evento que enmascara la pobreza de un país que, además, posee uno de los peores records mundiales de respeto a los derechos humanos y las libertades. Son como un oasis engañoso en medio del desierto. El gobierno los utiliza como una herramienta de propaganda y se realizan a costa del entrenamiento rígido y la disciplina de los participantes. Asimismo su tema es siempre la glorificación de sus líderes (hay que hablar en plural, puesto que se trata de un régimen totalitario en el que el poder que pasa de padre a hijos). En ese sentido, los Juegos Masivos poseen una iconografía fija: la salida del sol, así como las flores púrpuras, aluden al Gran Líder; el color rojo simboliza la clase trabajadora; una montaña nevada representa el Monte Paekdu. Y así.

A State of Mind finaliza con un texto, en el cual se dice que Pak Hyon Sun y Kim Song Yon actuaron dos veces diariamente durante veinte días. Kim Jong Il no pudo asistir a ninguna de las representaciones. Los comentarios están de más.