¿Máscara o rostro? ¿Esa Cuba no será realmente Cuba?
Armando Añel | 28/01/2009 18:23
Tags: Periplos
La gran pregunta que nos hacemos los cubanos exiliados desde hace ya un tiempo, y en general los interesados en la problemática cubana, creo que ya no es aquella de “¿por qué no se cae el castrismo?”, y ni siquiera esta otra de “¿cuándo se caerá el castrismo?”, sino más bien una estremecedora: ¿Será que la mayoría de la población cubana se merece, y hasta acepta como mal menor, el sistema imperante?
Concuerdo con aquellos que piensan que, a diferencia de los países del este europeo, en los que la antigua Unión Soviética avivaba, involuntariamente, un nacionalismo liberador, el caso cubano es inversamente proporcional: a los castristas y neo-castristas –que en definitiva son los que tienen voz en Cuba- Estados Unidos les aviva un nacionalismo proteccionista. Si a ello añadimos el hecho de que la dictadura, tras cincuenta años de totalitarismo, ha engendrado un hombre nuevo relativista, políticamente analfabeto, vegetativo, cumbanchero, incapaz de discrepar o romper abiertamente con el régimen, se entiende mejor por qué la bomba de tiempo no acaba de explotar.
A continuación dos textos recientes de Enrique del Risco y Denis Fortún en sus respectivos blogs, en los que la tercera pregunta formulada arriba, directa o indirectamente, vuelve a salir a flote. Adicionalmente, incluyo al final un fragmento de un viejo artículo en el que abordo el tema desde la hipótesis pos-fidelista.
Enrique del Risco en su blog: Y si…
Cuando veo en Cuba tanta gente comprometida sentimentalmente con eso que llaman Revolución, acostumbrada a confundir ésta con la Patria, cuando veo a tantos acomodarse a lo que otros denunciamos como la Opresión y nos piden que la aceptemos en nombre de la tolerancia, la convivencia pacífica y el patriotismo, me pregunto si desde el Exilio no habremos perdido contacto con la Realidad Cubana. ¿Y si los cubanos como pueblo temen más al futuro de lo que abominan este presente interminable? ¿Y si después de 50 años no hallaran sosiego sin ese padrastro abusivo que es el castrismo? ¿Y si no fueran capaces de reconocer al país más que en su cuerpo amoratado, en esas ruinas tan seductoras de un tiempo a esta parte? ¿Y si tanta moral doble se ha convertido en convicción, tanta máscara en rostro real? ¿Y si Cuba ha encontrado su equilibrio definitivo entre la miseria y el miedo? ¿Y si nos estamos entrometiendo en una armonía sobre la que los que se quedaron, después de todo, tienen la última palabra? No son preguntas retóricas. Al menos no para mí. No ahora mismo.
Denis Fortún en su blog: Hay nostalgias que merecen palos
Conozco a una escritora –no digo su nombre por respeto a su timidez- que publicó hace ya buen tiempo un excelente cuento sobre la nostalgia de los que se fueron de Cuba. Lo inusual es que la historia no se refiere al recuerdo de lo dejado atrás por nuestros padres, quienes celebran en Miami cada año, como homenaje a la fundación de la República el día 20 de mayo de 1902, una exposición con ventas de productos cubanos –manufacturados aquí una gran mayoría- que alimentan la eterna melancolía por lo criollo.
Lo novedoso de esta narración es que nos presenta una posible y extravagante añoranza que pudiese asistirle a los nacidos luego de 1959. Yo reconozco que el cuento, cuando lo leí en El Ateje, me provocó un raro estupor, al descubrir que “esos recuerdos” para muchos se resumen en las escuelas al campo y los desayunos con una leche saborizada a humo y leña; los inseparables “tres mosqueteros” integrados por el aguado chícharo con granos como balines en medio de un "caldejo" insaboro e irreconocible, arroz blanco y un huevo hervido –en una época de aparente abundancia-; los muñequitos rusos con Tusha Cutusha y Tio Stiopa a la vanguardia; Elpidio Valdés y Carburo; el “De Pie” de los becados en Habana Campo con el horrible programa Habana 19; las incontables y estériles tareas que debíamos cumplir; o cualquier otra de las tantas cosas, innumerables por espacio y extensión, con las que crecimos en medio de una realidad socialista enrevesada y demagógica.
Sin embargo, a pesar de quienes disfrutan aquí de un buen potaje de chícharos “con todos los hierros” o le piden a la esposa les haga un arrocito blanco con huevos fritos y una tajada de aguacate sólo por puro antojo, no creí posible hasta hoy que esa “nostalgia” llegase al sur de la Florida de manera tangible. He visto por televisión que en Miami existe un club de motociclistas cuya premisa fundamental, para pertenecer, es ser propietario de una moto marca MZ fabricada en la otrora Alemania socialista; o un pequeño y ensordecedor engendro soviético conocido en Cuba como Karpati, todos en perfecto estado de conservación y explotación y reparados la mayoría con piezas traídas desde la Isla. Sin dudas esto genera una buena cantidad de preguntas que, por lo menos para mí, ahora carecen de respuestas simples. Es más, creo es tarea para sociólogos y psicólogos que se tomen en serio el acto de desenmarañar ese impredecible y morboso comportamiento que tenemos.
Armando Añel: Arroz con mango
Probablemente, el castrismo se encamina hacia un modelo hibrido, una suerte de empanada pos-fidelista en la que el pan del modelo chino prensaría el embutido bolivariano. Un modelo ineficiente si se le compara con el sistema asiático, aunque no al extremo de reproducir la vorágine chavista. Un modelo apuntalado por el ejército, la apatía social y la corrupción generalizada, en la que un empresariado emergente y mediatizado por la elite política –procedente, en buena medida, del estamento militar- funcionaría como un espacio de autogestión para la economía cubana.
A la sombra del modelo hibrido todo es posible. Tiananmen y el récord de mayor cantidad de cibernautas por país. Hong Kong y las políticas de manipulación demográfica. La cotorra del payaso y el espadón de Bolívar. La marea negra de las camisas rojas y el whisky sobre las rocas. O, ya en la cuerda nacional, el duelo entre los silencios del general y las reflexiones del comandante. Porque lo que se intenta es recrear un espacio brumoso, proclive a la especulación y al chantaje institucional, en el que el trapichero será más trapichero, el bailarín más bailarín, el oportunista más oportunista, el delator más delator. Un espacio diseñado para camuflar las veleidades totalitarias de la vieja guardia con la esperanza inducida de un inminente cambio de régimen, o de su mutación en algo ligeramente semejante.
De ahora en adelante todo será menos nítido, más embrollado y contradictorio, porque en la olla pos-fidelista se cuecen toda clase de ingredientes: herederas protectoras de transexuales, homosexuales dirigentes, dirigentes periodistas, generales empresarios, empresarios herederos… El arroz con mango de una elite desvergonzada, inmersa en el conteo regresivo de su ineptitud. O el relativismo propiciatorio de un pueblo disuelto en agua, entregado a los compases de su musicalísima indiferencia.
Publicado en: Cuba Inglesa | Actualizado 28/01/2009 18:36