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Olivera Castillo: Estados Unidos: ¿Menos racismo que en Cuba?

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El número nueve de Islas, revista de temas afrocubanos que edita en Miami el antropólogo Juan Antonio Alvarado, ya circula en La Habana. Se trata de una publicación sui generis en el ámbito editorial cubano, centrada en lo que sin duda constituye uno de nuestros grandes temas pendientes en tanto nación y/o cultura. Un tema, el racial, que ganará en importancia a medida que se acerque el fin de la dictadura, y al que convendría prestar más atención aquí y ahora mismo.

Islas maneja con holgura el tema, cumpliendo una función imprescindible en este sentido. Días atrás, dentro de la jornada por el centenario de la fundación del Partido Independiente de Color, en la capital de la Isla, el Comité Ciudadanos por la Integración Racial (CIR) celebró el Tercer Taller sobre Temática Racial, presentando el número que nos ocupa.

En este contexto, los integrantes del CIR anunciaron la campaña Empoderamiento ciudadano, “para proveer legalmente a los ciudadanos contra la arbitrariedad y abuso policiales a partir de la legalidad vigente, empezando por las comunidades marginales”. Según el CIR, “la detención y solicitud de identidad en forma arbitraria a jóvenes cubanos, fundamentalmente de raza negra, es una fuente de abuso policial que expresa el racismo institucionalizado de la policía a través de la llamada caracterización, que supone la existencia de tipos humanos predelectivos. Empoderamiento ciudadano pretende revertir esta situación desde la legalidad”.

A propósito del tema racial, y en relación con la carrera hacia la Casa Blanca, el décimo número de Islas publica el siguiente trabajo del periodista independiente Jorge Olivera Castillo. Que lo disfruten:

Estados Unidos: ¿Menos racismo que en Cuba?

un artículo de Jorge Olivera Castillo

Los acontecimientos precipitan una lección inobjetable: la democracia razonablemente ajustada a los cánones de los derechos fundamentales del individuo es la vía idónea para alcanzar funcionalidad a largo plazo, sin sobresaltos que hagan naufragar el proyecto de gobierno. Si hay un asunto para sustentar este principio basta echar una ojeada a la contienda electoral de los Estados Unidos.

No es el propósito cuestionar procedimientos, premisas u otras características de las leyes constitucionales que trazan los parámetros para elegir al presidente norteamericano. Las motivaciones se basan en el hecho de que un ciudadano negro haya podido alcanzar un espacio que hasta ahora había sido un ámbito exclusivo de la población de origen anglosajón.

Barack Obama rompe todos los pronósticos. Quizás sin proponérselo, logra marcar un hito en la historia de ese país, al mantener altos índices de aceptabilidad entre los votantes y ganar, en igualdad de condiciones, la nominación por el Partido Demócrata a su correligionaria y ex primera dama Hillary Clinton.

El joven senador podría ser el próximo anfitrión de la Casa Blanca. Unos lo consideran fenómeno, otros prefieren ver en su posible victoria la esperanza de un cambio de políticas y estrategias que favorezcan mejoras sociales, mayor estabilidad económica y otra proyección internacional que suprima o atenúe el rechazo de gran parte de la opinión pública allende las fronteras.

En apenas cuatro décadas, el ciudadano de la raza negra asentado en esta nación ha ido desbrozando el camino y hoy ocupa lugares que antes sólo podían ser fruto de la fantasía. Al margen de inclinaciones ideológicas o políticas es menester pensar en dos figuras que han ocupado responsabilidades de importancia dentro de la élite de poder: Condolezza Rice y Colin Powell. Se cuestiona su identificación con la clase política más conservadora, pero es una realidad que no han estado allí como figuras decorativas.

Aunque el racismo es un tema pendiente dentro de esa sociedad, hay matices y sobre todo hechos incontrastables que marcan otras interpretaciones sin la generalización, la crudeza y el tono que el fenómeno tuvo hasta el final de la década del sesenta del siglo XX.

No es necesario acopiar elementos para la manipulación con tal de reflejar realidades que nadie, con un mínimo de sentido común, se atrevería a cuestionar. Los ciudadanos negros que antes eran perseguidos como bestias por las huestes de hombres blancos racistas para ser incinerados vivos, ahorcados y humillados de los modos más lacerantes que se pueda imaginar, en la actualidad no tienen que preocuparse por el linchamiento ni otro medio violento de exterminio.

Es cierto que la discriminación racial cuenta con un alto grado de sofisticación. Sin embargo hay tribuna pública, leyes y otros medios que tal vez no eximan completamente del peligro, pero dan cobertura favorable para crear anillos protectores contra las víctimas.

Obama desborda las fronteras de los Estados Unidos. En Cuba facilita un reajuste de conceptos asociados al racismo en los Estados Unidos y coloca al gobierno a la defensiva en un renglón en el que presenta enormes irregularidades. El bajo perfil de las informaciones relacionadas con Obama y la contienda electoral da fe de la estrategia de desinformación: ocultar un suceso que pone en aprietos a los publicistas del régimen de La Habana. Las repetidas alusiones en contra del sistema político norteamericano, sus fallas, entre las cuales aparecen periódicas muestras de carácter racial, ya no tienen el mismo nivel de credibilidad.

Un negro está en campaña presidencial y eso, dejando a un lado los resultados finales, significa un detalle revelador de los cambios hacia el interior de los Estados Unidos. Con alrededor del 13.4% de la población, los afroamericanos tienen un candidato que enarbola un discurso a partir de la integración y de los valores de todo el país, sin distingos de ninguna clase. No quiere una república negra, tampoco el liderazgo inútil de la vanidad ni otro sentimiento divisionista. Actúa como ciudadano normal, que aspira a poner en práctica una agenda, si es que alcanza la victoria, basada en proyectos más allá del color de su piel.

Las fugaces imágenes de Obama en la televisión cubana han sido de máxima utilidad para muchos cubanos de la raza negra. Eso podría servir como aliciente a un destino que excluye la verdadera integración. El negro en Cuba, sobre todo si su pigmentación es más oscura, conoce perfectamente su estado, circunscrito a la marginalidad y al curso segregacionista sustentado por una casta de burócratas y políticos sin ánimos de cambiar sus concepciones racistas.

El grado de representatividad del negro norteamericano en las estructuras del sistema, en comparación con el número de sus ciudadanos, es un referente de notable trascendencia, que ejemplifica su evolución a través de una lucha aun sin concluir, pero donde hay espacios para celebrar éxitos, algunos de gran envergadura, irreversibles y útiles para acrecentar la dignidad de una raza que tuvo y tiene la desdicha de ser, a menudo, subvalorada y objeto de vilezas tanto verbales como de hechos. En cambio Cuba, con un índice proporcional más elevado (cerca del 60% de negros y mestizos) refleja un cuadro totalmente distorsionado del equilibrio en la participación real de los ciudadanos negros o mulatos.

De poco ha valido su amplia participación en las guerras de independencia contra el colonialismo español, sus esfuerzos en la arquitectura de una república que, tras más de un siglo de existencia, todavía no logra articular una estrategia de desarrollo coherente y de real soberanía. El negro cubano necesita de prototipos para sacar su autoestima del congelador. En los medios se resolvería parte de la batalla. Una exposición positiva en la pantalla, donde se proyecte un personaje que no tenga el clásico compromiso de representar lo peor del ser humano, es una forma de empezar a desmontar la idea de que el afrocubano, fundamentalmente el de más intensa coloración, es un ser inferior, despreciable, carente de intelecto.

Morgan Freeman, Denzel Washington, Wesley Snipes, Eddie Murphy, Danny Glover y Whoopi Goldberg, por sólo citar algunos ejemplos, son catalizadores de un pensamiento que busca dignificar las estructuras de su raza. Sencillamente son artistas negros norteamericanos que han contribuido a romper tabúes y a enviar un mensaje por medio de sus actuaciones en el cine y en la televisión, donde queda establecido que el negro no es un paradigma de la inferioridad ni una especie de simio con cierta inclinación a la racionalidad.

Ha sido una larga carrera contra esquemas mentales que parecían inamovibles. No obstante hay motivos para aplaudir y mirar al futuro por encima de trabas y obstáculos que siempre aparecen en el camino. Todo esto es una decantación de la dialéctica. Un ejemplo de virtud y perseverancia, en aras de integrarse y crear conciencia en la sociedad de que valorar a un ser humano por el color de su piel es una aberración demasiado onerosa para cualquier nación que se respete.

No importa que Barack Obama no consiga ser el próximo presidente norteamericano. La historia lo recoge ya como el primer negro con posibilidades de llegar a la presidencia del país más poderoso del planeta. Lamentablemente en Cuba no se puede esperar algo parecido. No se acaban de desterrar patrones que lanzan al negro a lo último de la escala social, salvo raras excepciones.

Lo más trágico del asunto es que continúan los aplazamientos de una discusión a fondo de tal problemática. Hay sólo algunos debates que en realidad no superan el formalismo. Hablar de los hechos sin emprender soluciones es como dibujar sobre el viento. Cuando se haga el inventario de los desaciertos del socialismo y el gobierno de partido único, el problema racial figurará entre los primeros.

Quizás en democracia tengamos mejor suerte. Al menos se podrán ventilar las experiencias, dudas y proposiciones en público, sin temor a ir a la cárcel. Por ahora no hay garantías para polemizar sobre un tema tan espinoso sin una intervención de las autoridades por medio de su policía política.

Esto que he escrito podría ser considerado una falta grave a la legalidad socialista. Señal de que muchos callan por miedo y no porque deseen esquivar un tópico con muchas aristas y consecuencias. Lo hago a riesgo y con plena conciencia de estar contribuyendo a poner en perspectiva algo que nos toca muy de cerca. Me convenzo una vez más que en Cuba el nivel de discriminación racial es mayor que en los Estados Unidos.



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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