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De Armas: ¡Ay, la ayuda!

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Cada vez que un ciclón asola la Isla ocurren en puridad dos ciclones, el de la Isla y el del exilio, que se va a las greñas en el dilema de índole shakesperiana de ayudar o no ayudar. La ayuda nunca llega, excepto a las diplotiendas y lugares para turistas, donde termina vendida en dólares a los extranjeros, funcionarios o cubanos comunes con acceso a las divisas, nunca a los verdaderos necesitados. Lo que sí llega es el aullido de un exilio más dividido aún de lo que siempre ha estado. Así es la cosa.

Para que se tenga una idea de lo que haría el funcionariado castrista con cualquier donación que llegue a sus predios, nada más hay que considerar los informes que desde la Isla dan cuenta en el día de hoy, apenas una semana después del paso de los huracanes, de que el régimen ha aumentado considerablemente el precio de la gasolina y el de algunos alimentos.

El desastre luego del paso de los huracanes Gustav e Ike, uno detrás del otro y a manera de cruz -por lo que no han faltado interpretaciones esotéricas y teológicas-, es de envergadura tal que añade un nuevo ingrediente a lo dicho anteriormente. Nada de lo que se envíe desde el exilio, por familiares u organizaciones, ni las moratorias a las sanciones, ni el levantamiento temporal del embargo, resolvería absolutamente nada. Serían simples curitas. Por otro lado, conseguirían dar a la dictadura comunista la oportunidad de mellar, agrietar, sino demoler, las ya maltrechas medidas de Washington como única carta de negociación en un eventual proceso de transición en la Isla. Así, las organizaciones, grupos o personas que en el exilio aboguen por ello merecerían, al menos, dos probables definiciones: redomados ingenuos o redomados manipuladores de la brasa a su sardina.

Lo ocurrido en la Isla es un desastre de una magnitud que no tiene solución, al menos no de la manera propuesta por ingenuos y manipuladores. Téngase en cuenta que en Cuba existe ya lo que pudiéramos denominar como endémicas poblaciones de refugiados, es decir, gente que producto de los sucesivos ciclones y vientos plataneros que han asolado el país durante los últimos veinte años al menos, ha nacido, crecido y tenido hijos en albergues para damnificados, caracterizados por la insalubridad, la promiscuidad y la violencia. Son los llamados “hijos de los ciclones”.

Si esto era así antes de la llegada de Gustav e Ike, ¿cómo será a partir de ahora, y qué nos hace pensar que las pequeñas ayudas que enviarían organizaciones, grupos o personas del exilio, que por demás nunca llegan a los perjudicados, van a resolver algo? Por otro lado, como informan desde la Isla, no sólo es que no hay dinero allá, es que tampoco hay nada que comprar. Un hipotético cubano de Miami que llegase en este mismo instante, digamos, a Herradura, en Pinar del Río, con los bolsillos llenos de dólares y los brazos abiertos, no encontraría mucho, si algo encuentra, que comprarle a sus hambreados familiares.

La única manera de empezar a resolver la tragedia humanitaria que actualmente vive el pueblo cubano es la ayuda a gran escala que reiteradamente ha ofrecido el gobierno de Estados Unidos. Cien mil dólares para empezar -cifra aproximada con que cuenta cada consulado norteamericano en cualquier parte del mundo para empezar a ayudar en caso de crisis o catástrofes (eso para los que digan, sin haberla visto jamás en sus dichosas vidas, que es una cifra ridícula)-, más miles de toneladas de ropa y alimentos, además de implementos y equipos para reconstruir las miles de viviendas dañadas o destruidas. Todo lo que la gente en la Isla necesite, en palabras del jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba, Jonathan Farrar, dichas este 12 de septiembre en La Habana.

En las últimas 24 horas se han expresado en términos similares el coordinador estadounidense para la Transición en Cuba, Caleb McCarry, y el secretario de Comercio de Estados Unidos, Carlos Gutiérrez. Un mensaje que, por otra parte, la Casa Blanca ha repetido una y otra vez desde que se inició la crisis.

Creo que lo más prudente que podemos hacer los cubanos libres y la opinión pública internacional es exigir al régimen que acepte la oferta estadounidense, algo similar a lo que se hizo cuando el reciente desastre en Birmania y la dictadura de ese país se negaba a recibir ayuda norteamericana. No se debe permitir, como siempre ocurre, que la decrepita dictadura cubana pase la bola al lado contrario. La bola está en sus manos, y a ella le toca decidir. Si la oligarquía de los comunistas criollos sigue rechazando, como es previsible, la ayuda a las víctimas, deberían entonces los cubanos libres y la opinión pública internacional pedir una acción unilateral por parte del gobierno de Estados Unidos: Bombardear la Isla, de San Antonio a Maisí, con medicinas, agua y alimentos.

Si eso, como sospecho, no ocurre, los cubanos libres debemos despojarnos del paternalismo y los cargos de conciencia que tanto daño han hecho y hacen a la libertad de la Isla. Informes del gobierno cubano, desfachatadamente, aseguran que las áreas turísticas no han sido afectadas por los huracanes. Bueno, pues considero que llegó el momento de pedir algo de responsabilidad ciudadana a los isleños de intramuros: Métanse en los hoteles, asalten los almacenes, despojen a los turistas. Justa compensación, según el Derecho Romano.

Nadie se confunda. No es un asunto político. Es un asunto humanitario. Un padre, una madre en la Isla, no deben permitir que su hijo se acueste sin tomar un vaso de leche, en un descampado, si saben perfectamente que en los hoteles para turistas hay de todo lo que su hijo necesita para sobrevivir a corto plazo. La consigna a nuestros hermanos debería ser: a por los hoteles, a por los reservorios, nichos de riqueza que la dictadura mantiene en régimen de apartheid.

Presumo que enseguida saldrán los del chantaje presidiario de siempre (presidio común de café con leche me refiero). Que si es muy fácil desde Miami, que si no hay moral para pedir tal cosa… Pues, ¿saben algo? La verdad, no es fácil pedirlo, y sí hay moral, y mucha, para pedirlo. Ninguna culpabilidad. Los que estamos del lado de acá en su momento hicimos lo que teníamos que hacer, lo que nos tocó en suerte o mala suerte hacer, mientras que los otros, los que nada hicieron en la Isla, tampoco, por cierto, tienen que dejarse chantajear. No son ellos los que tienen el problema, el problema lo tienen esos padres y madres con sus hijos hambreados dentro de Cuba. Así que, tranquilos, ningún complejo. O se suman al pedido, al consejo, o se callan como hicieron en la Isla. Pero, por favor, no oigan a los chantajistas de siempre.



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El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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