En sus propias palabras
La corrupción es tal que hasta Castro lo reconoce: Su régimen puede 'autodestruirse'.
El comandante ha hablado… una vez más. El motivo: la conmemoración del aniversario 60 de su entrada a la Universidad, es lo de menos. Como siempre han sido muchas horas, a ratos agresivo y amenazante, por momentos didáctico y sarcástico en exceso, reiterativo e imprevisible. En fin, casi lo mismo de siempre.
Sin embargo, dijo una cosa nueva: en sus propias palabras ha reconocido que "podemos autodestruirnos". Tal reconocimiento quizás sea el reflejo subconsciente de lo grave y peligroso que son la subversión de valores y los desquiciamientos ético-morales que hoy constituyen el fundamento de las relaciones sociales cubanas, y que cada vez más se convierten en conducta predominante en la Isla.
El poder revolucionario confiscó propiedades, haciendas e intereses privados, para instaurar un sistema de justicia y equidad ejemplar que, lejos de funcionar, destruyó las bases económicas y éticas de las relaciones sociales, porque sustituyó el talento por la fidelidad política y el interés individual por las huecas monsergas colectivistas. Esto, en lugar de eliminar las desigualdades, sembró hondo el retraso y la corrupción.
Los cubanos reducidos, en esa nueva estructura, a la categoría de objetos sociales y condenados a 'cumplir, siempre cumplir', sin capacidad ni mecanismos para exigir al poder su parte del contrato, siempre esperando por las concesiones o dádivas de arriba, ni cortos ni perezosos cada vez más fueron utilizando en su beneficio personal todos los recursos y bienes del Estado. Al punto de operar, con el tiempo, un proceso de sui géneris reconfiscación desde la sociedad, en la cual participan de una manera u otra las tupidas redes burocrático-administrativas, político-ideológicas y represivo-policiales.
Tomar del Estado
Así nos hemos acostumbrado a vivir: el poder exige a sus ciudadanos plena fidelidad y toda la disciplina social, los ciudadanos simulan entregarlas; el poder no cubre las necesidades y expectativas de sus ciudadanos, no cumple las promesas ni asume responsabilidades; los ciudadanos se dedican a tomar del Estado todo lo alcanzable, al punto que la malversación, el desvío de recursos o cualquier forma de ilegalidad son los caminos más cortos —a veces los únicos— al bienestar material, en una larga cadena que se extiende desde los más simples ciudadanos hasta altas instancias del gobierno.
Basta señalar los casos de corrupción registrados en los últimos tiempos. Por ejemplo, en el Ministerio de la Pesca, las empresas vinculadas al turismo o entre los jóvenes regentes de la llamada "batalla de ideas", cooptados por el propio máximo líder para entregarles, junto a enormes cuotas de poder y recursos, la dirección de los ambiciosos planes que impulsan por estos días las autoridades de La Habana. La extendida normalización del fenómeno amenaza, como muchos han advertido, las bases mismas del cuerpo social.
En tanto carecemos de canales sociales de crítica y cuestionamiento, todo es perfecto e intocable hasta medio minuto antes que el máximo líder tome cartas en el asunto. Valga el ejemplo de la abogada que con valentía y responsabilidad denunció, a todos los niveles y por todos los canales establecidos, la extendida corrupción en una importante empresa estatal, para sólo lograr ser triturada de manera inmisericorde por esa maquinaria que entrelaza el poder y la corrupción.
Las máximas autoridades del país durante mucho tiempo han sacado pingües beneficios de las grandes limitaciones materiales y la creciente corrupción que han caracterizado la vida cubana en las últimas cinco décadas.
La precariedad y escasez permanentes obligan a depender del gobierno para obtener los tan necesarios bienes materiales. Aquí el talento, el trabajo y el esfuerzo tienen poco valor. El Estado proveía, pero siempre en una cantidad menor a la demanda o las necesidades, lo cual implicaba enfrentar vecino contra vecino, compañero contra compañero, colega contra colega, en la carrera por alcanzar las dádivas o prebendas del poder. Esto rinde siempre buenos dividendos a las intenciones de dominio absoluto y eterno.
Por otra parte, la corrupción garantiza que la sociedad no llegue nunca a la depauperación total, manteniendo una útil "estabilidad precaria". El poder sabe que los que están medrando "se comportan bien" para no caer o perder, a la vez que acumula un segundo expediente oscuro y oculto de los entes más visibles e influyentes del establishment, para utilizarlo en su contra cuando sea menester, con la tranquilidad adicional que reporta saber que los recursos y ventajas económicas provenientes de prácticas subterráneas e ilegales no pueden ser usados para combatir el sistema.
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