En sus propias palabras
La corrupción es tal que hasta Castro lo reconoce: Su régimen puede 'autodestruirse'.
La única respuesta
Al parecer, los cubanos, después de sufrir tantos experimentos fallidos, promesas incumplidas, exclusión en su propio país y la pérdida de tantos esfuerzos y esperanzas, asumieron que la única respuesta y salida era arrebatar al poder, a cómo diera lugar, lo que este se negaba a conceder.
Todo parece indicar que las máximas autoridades del país, ante la pérdida de entusiasmo ideológico (de hecho, sólo en las máximas instancias gubernamentales debe haber conocimiento pleno de hasta dónde llegan hoy las deserciones de las personas privilegiadas y confiables que viajan al extranjero, las bien ocultas pero crecientes desafiliaciones partidistas y la disminuida participación ciudadana en el accionar de las organizaciones de masas) y la corrupción generalizada, vieron, como se dice en buen cubano, que la candela alta y cercana amenazaba las bases mismas de tan profundo y largo dominio. Pero, como de costumbre, decidieron atender a las consecuencias y no a las causas del problema.
Si los bien preparados trabajadores docentes y paramédicos abandonan sus puestos, por no soportar las duras condiciones de trabajo y la baja remuneración, improvisamos bisoños maestros y enfermeros sin experiencia, con insuficiente preparación y dudosa vocación para crear un nuevo problema.
Ahora el alto liderazgo de la Isla, al parecer, alarmado por el real y preocupante avance de la corrupción o por los desfavorables efectos de la ofensiva populista que lo ha llevado, en los últimos meses, a ofrecer mucho, cumplir poco y perder gran parte de su credibilidad, o por ambas cosas inclusive, ha comenzado por la red de distribución de combustible automotor y amenaza con ocupar e intervenir cada establecimiento productivo y comercial del país.
Lo hace con una especie de ejército personal de jóvenes multiusos (trabajadores sociales), que después de ser rescatados de la desvinculación o el desestímulo estudiantil, ser revestidos con los atributos y prebendas que corresponden a los "programas priorizados", lo mismo sirven para investigar los niveles de desnutrición que padece la gente, dar atención a desprotegidos e inadaptados sociales, o servir gasolina con "garantías" de total honradez y transparencia.
El experimento, medio siglo después
Cómo terminará la nueva campaña purificadora no importa mucho, pero las dudas principales sobre los resultados de la misma radican en que los "jóvenes cruzados" son cubanos con el mismo origen, vivencias y necesidades de sus predecesores, ahora en desgracia.
El otro análisis es que los empleados de las estaciones de combustible, ahora sometidos a la sospecha y a la investigación, en su más aplastante mayoría fueron "educados y formados por la revolución", además de haber llegado al lucrativo empleo después de un cuidadoso proceso de selección e idoneidad.
Con esta nueva campaña de intervenciones se entierra esa tupida, costosa e improductiva red de vigilancia-control-prevención-represión política, ideológica y policial que debía garantizar la pureza del sistema y, de paso, se amplía la des-institucionalización que se corresponde con la provisionalidad y anarquía estructural que es históricamente consustancial al proceso revolucionario.
La revolución llegó al poder, según sus propias palabras, para curar a Cuba de las desigualdades, la explotación de los desposeídos, los privilegios de las élites nacionales y foráneas, y de la permanente corruptela de los políticos venales.
Casi medio siglo después, el experimento ha costado la vida a muchos, separado a las familias, sembrado el odio, profundizado las desigualdades, para después de robar la voz, los sueños y las esperanzas a toda una nación, reconocer —en sus propias palabras— que estamos al borde de la autodestrucción, porque la corrupción se ha extendido hasta los cimientos mismos de la sociedad.
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