Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Crónicas

Historia de un hombre

Como 'El enemigo escucha', optó por coserse la boca y aprender a hablar solo.

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TEMA: Un 'debate' por decreto

En un bar donde se hablaba de la discusión del llamamiento de Raúl que en Cuba está teniendo lugar barrio por barrio, oí una historia que aunque no es nueva me impresionó por su valor de fábula y aun de metáfora de algo que conozco. La contaba de pie junto a la barra un hombre setentón hablando en la mayor intimidad con una persona invisible, y versaba sobre sus muy antiguas relaciones con el legendario "Coco".

Porque desde que tenía uso de razón, decía, de no comerse la comidita o no dejar de gritar al meterlo en la tina para bañarlo, eso era "Ahí viene el Coco". El Coco para que se durmiera y hasta para que no se fuera a orinar en la cama. Después el Coco fue cambiando de cara. Y de circunstancia. Y adicionando asignaturas. Reparando en su color, temprano le enseñó a no ganarle a los blancos ni al billar.

Verdad es que esta última grave materia la retiró de su programa escolar al triunfar la Revolución. Mas señor de animales y humanos como es en el planeta, enseguida la suplió, y con grandes recompensas de espacio, en otras esferas del temor.

Para empezar, puesto que "El enemigo escucha" (aquellos carteles que aparecían hasta en los baños públicos de entonces, evidentemente escritos por el Coco de las nuevas circunstancias), optó por coserse la boca y aprender a hablar solo, consigo mismo, mentalmente, para no morirse de soledad, pues por mal que le fuera en el trabajo o en sus reuniones del Partido, esa espina al entrar en su casa la dejaba afuera temiendo que su mujer y sus hijos fueran a temer por él y también porque el Coco escuchaba desde los bolígrafos, las fosforeras; miraba desde la ventana de enfrente. Cualquier objeto en la casa, por inocente que pareciera, digamos una flor en un vaso de agua debajo de un retrato en la pared, podría ser una cámara, un micrófono, una grabadora.

Tan domesticado lo tenía ya el Coco que al romper la guerra de Angola, cuando una mañana en la empresa los mandaron de corre corre a formar en el patio y dar en la fila un paso al frente a cuantos voluntariamente quisieran ir a pelear por la libertad de sus distantes pero entrañables hermanos negros (y quién sabe si hasta tener la gloria de morir por ellos), él, caramba, un hombre que por no gustarle matar ni siquiera sabe a estas alturas lo que es salir a pescar o a cazar, dio con todos los demás (menos uno, que después no volvió a ser persona) el paso esperado.

Mas como también para la guerra tiene el Coco sus mañas, de Angola volvió condecorado. Muchas fueron las astucias que allí le aplicó. Entre ellas, cuando no el temor de quedarse sin ser alguien, el temor de terminar siendo él el muerto.

El muerto

Todavía después del '89, cuando ya jubilado y decepcionado le hubiera gustado entregar su carné del Partido, el Coco le paralizó la mano. Temía que eso le impidiera a sus hijos y nietos pasar las prolongadas y minuciosas investigaciones del ADN político propio y familiar de las que dependía el porvenir de sus muchachos. Pues, como todos los cubanos, también sus hijos vivían soñando con trabajar en una firma mixta o en una corporación, y los nietos preparándose para ser dirigentes y de este modo llegar a ser alguien, tener casa, automóvil, poder viajar, escapar, en fin.

Por esto mismo siguió yendo a cuanta concentración o marcha lo citaran en el CDR o en el Partido, y siguió votando en las elecciones. De los dos rumores existentes, el de cámaras de televisión secretas en los lugares habilitados para colegios electorales, y el de que las boletas dejadas en blanco o echadas a perder son investigadas en un laboratorio donde por las huellas digitales identificarían al elector, él no creía el uno ni el otro, pero, por si acaso, iba a votar.

En otros años (todavía no hace tanto), mientras algunos vecinos celebraban sus Nochebuenas con las ventanas cerradas, él las dejaba pasar. Tampoco le puso regalos a sus hijos el día de Reyes, a pesar de que por no haber tenido él grandes Reyes que recordar, ahora debido a su condición de pobre más que de negro, le hubiera gustado ese día ponerles alguito a los muchachos debajo de la cama; y aunque siguió creyendo en los santos, no los escondió como hicieron otros. No, él, definitivo, los rompió. Los sacó a la calle y los astilló contra un poste de la luz.

En esto y en todo lo demás, durante casi setenta años el Coco pudo más que él. Cambiando de nombres y de máscaras, dictó sus actos todos. Ni siquiera ahora, cuando en la reunión del barrio que discutirá el discurso de Raúl llegue hasta el fondo de la cuestión diciendo cuál es la solución que otros no se atreverían ni a insinuar sin ser impulsados por un suicida que los contagie, podría él decir que por fin se había medido con el Coco y le había ganado, como había sido su sueño de toda una vida. ¿Por qué? Porque por suerte, pero también por desgracia, ya él aquí no tenía quien lo quisiera ni a quien querer. El último familiar (un nieto filatélico igual que él) acababa de partir en una lancha pirata con mujer e hijos dejándole más solo que un alma en penas vagando en una tierra que ya no existe.

Por eso tenía pensado no hablar en esa reunión, no ir, pero un muchacho del barrio que lo admiraba lo sacó de su error. Le dijo que allí no conocían su secreto, que allí sólo sabían que el era un "duro", un militante ejemplar y un cederista de primera. Aprovechando ese prestigio, ya que antes nunca pudo hacer nada para sí mismo, ahora podría al menos obtener un poco de paz, de consuelo para su pena sirviéndoles de locomotora a los demás.

De ahí la mecha, la tremenda mecha que en esa reunión él, el hombre a quien ni el Coco ni ninguno de sus poderes en este mundo podrían ya ni matarle siquiera, el muerto, en fin, se disponía a prender.


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