Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Sociedad

Las actas del descontento

En el 'debate' convocado, las críticas no son obra de francotiradores. La gente dispara contra todo, y hace diana.

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TEMA: Un 'debate' por decreto

Raúl Castro ha metido los termómetros en la opinión pública. Salen calientes.

Una avalancha de críticas espesa las actas de las reuniones que han sido convocadas por todos los canales para analizar el discurso del actual gobernante "interino" el pasado 26 de julio.

"Ya se puede hablar", animó una activista sindical en medio de una audiencia fabril que se mantenía en silencio. El adverbio de tiempo fue empleado para marcar una época, supuestamente de mayor flexibilidad, y no para indicar el inicio del debate.

¿Se tomarán los nombres de los que opinan? Preguntó una operaria. "Esto es totalmente anónimo", respondió la funcionaria.

Una hora y media después tuvo que pedir más papel para registrar las críticas de un país "que funciona con el piloto automático", según afirmó un custodio para ilustrar el sentido de inercia social que impera en la Isla.

Para configurar un cuadro bastante representativo de los estados de opinión, las reuniones se instauran en todo el arco de organizaciones paraestatales y en las bases del Partido y la Juventud comunistas. Igualmente las estructuras administrativas discuten el documento.

Nada está bien

Las autoridades quieren poner un espejo ante la realidad, pese a que la imagen devuelta es cada vez más desagradable e inquietante. Nada parece estar bien.

"Nos caemos a mentiras todos los días", espetó un médico de una policlínica y denunció como en algunos hospitales se venden los turnos quirúrgicos hasta por 100 CUC —8,3 veces el salario promedio—, o se retienen en los almacenes medicamentos extranjeros en espera de un buen postor.

En un núcleo partidista de profesionales de las ciencias sociales, alguien indicó que la política estaba muy "a la zaga de los cambios que impone la realidad" y que, por tanto, "la credibilidad de la dirigencia cae en picada".

"¿Tendrá que estallar otro Maleconazo para que ocurran cambios?", preguntó otro de los presentes al aludir a la protesta masiva ocurrida el 5 de agosto de 1994 en el Malecón habanero.

La acción, que duró algunas horas, fue controlada incruentamente con varias brigadas policiales antimotines, pero fue el preludio de la Crisis de los Balseros, una oleada migratoria que en semanas lanzó al mar a más de 30.000 personas, en su mayoría jóvenes, que se hacían al Golfo de México en lo primero que flotara.

En un claustro de profesores de enseñanza media, uno de ellos aplicó el esquema marxista para evaluar la situación. "Las actuales relaciones de producción están trabando las fuerzas productivas", dijo con aire de solemnidad académica.

Las críticas no son obra de francotiradores. La gente dispara contra todo, y lo peor es que hace diana.

Los servicios educacionales, porque "los maestros no saben ni dónde están parados"; el sistema de salud: "no quieras caer en un hospital, hay que llevar hasta las sábanas y buscar un médico que te atienda"; la inflación: "aquí no hay quien viva"; los salarios: "son simbólicos"; la vivienda: "se roban los materiales"; pasando por el transporte, la corrupción y la pérdida de valores familiares y sociales, hasta llegar a la emigración: "todo el que puede va echando".

"Estamos en el deber de cuestionarnos cuanta cosa hacemos, en busca de realizarla cada vez mejor, de transformar concepciones y métodos que fueron los apropiados en su momento, pero han sido ya superados por la propia vida", dijo Raúl Castro en el discurso que ahora se discute, y la masa le ha tomado la palabra.

Rumores arrolladores

En medio de las encendidas discusiones y evidentes desahogos, las especulaciones han tomado las calles.

"Van a dejar solo al chavito (CUC)". "Se permitirán pequeños negocios y dejarán hacer cooperativas". "Van a vender tierras a todo el que quiera". "Los japoneses vienen a poner tranvías en La Habana". "Raúl ha visto lo que ha hecho China y Vietnam, y el Partido sigue ahí". "Alarcón va a ser el próximo presidente y Lage el primer ministro".

Los rumores son arrolladores y el Partido toma nota, y hace mutis. Está siendo sobrepasado por una fantasía popular que ya no ve en la salida de Fidel Castro un salto al vacío, sino un horizonte de cambios y una posible mejora o solución a sus problemas agobiantes.

No es la primera vez que el poder organiza estas rondas de expresión crítica. Lo hizo luego del fracaso de la cosecha azucarera de 1970, repitió la experiencia en 1986, durante el proceso conocido como de "rectificación de errores y tendencias negativas", y volvió a la fórmula en 1992, ya en plena crisis recesiva, con los llamados parlamentos obreros.

El gobierno presenta tales encuestas públicas como ejercicios de "democracia participativa". Otros lo ven como un ardid para obtener información, drenar el descontento y establecer una perspectiva de cambios que luego se cumple en parte o en todo se desestima.

A diferencia de los procesos anteriores, este se ensaya en medio de un escenario inédito: la ausencia del máximo líder de la política activa.

Mientras van y vienen las reuniones, la prensa guarda silencio. Muchas de las opiniones son impublicables y el interinato prefiere la discreción para hacerse notar lo menos posible. Por momentos, el gobierno se torna invisible para no robar protagonismo a las reflexiones de Fidel Castro.

"Lo único que jamás cuestionará un revolucionario cubano es nuestra decisión irrenunciable de construir el socialismo", manifestó el general Raúl Castro en el discurso del 26 de julio que ahora se discute, trazando la raya roja ante la cual se detendrán los cuestionamientos y las críticas.

Pero la gente sabe que "socialismo" hay más de uno. Es un sistema que lleva nombre y apellidos, y hasta etiquetas. ¿A cuál se refería Raúl?

"Si leo el periódico, este es el mejor. Pero si voy al agro o me enfermo, creo que es el peor", comentó un cartero.

Con su salario y las propinas de los clientes, este hombre cercano a la jubilación se las ve negras. Cuando se le pregunta cómo le va, responde con un gerundio inesperado: "Sobremuriendo", dice y suena el silbato a manera de un tren que se pone en marcha.


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