Actualizado: 27/03/2024 22:30
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cuba

Elecciones, Sociedad civil, Represión, Disidencia

#Otro18: el cambio de paradigma para el cambio (II)

Este ensayo consta de tres partes, que se publicarán de forma consecutiva

Comentarios Enviar Imprimir

El Programa de Democracia Deliberativa que hemos venido implementando desde 2013, en coordinación entonces con la Cátedra de Filosofía de la Universidad de Pittsburgh, Pennsylvania, Estados Unidos, que ya cuenta con un representante en Cuba, y cuya fase primera concluyó con conversaciones deliberativas en torno a la Guía de Discusión Constitucional pilotada recientemente en tres provincias del país ―Camagüey, Pinar del Río y La Habana― forman parte del proceso. En consonancia con el modelo de nación a reconstruir, que debería articularse en torno al nacionalismo ciudadano, un nacionalismo suave y plural, que desemboque en un patriotismo democrático.

Vital esto. Ir de un proyecto de nación a un proyecto de país entiendo es la mejor manera de consolidar al último. Antes de 1959 había un proyecto de país que se perdió a falta de un proyecto de nación cuajado. Para responder adecuadamente a ambos retos creo que la institucionalidad democrática desde la ciudadanía es el mejor enfoque.

Para este proceso, la doble legitimación obtenida en las elecciones municipales es un ancla esencial: posibilita el comienzo más que simbólico de la restitución de la soberanía sobre bases ciudadanas, y el mutuo reconocimiento horizontal entre los ciudadanos y las alternativas cívicas y políticas. Ello sobre el eje de la ley y la Constitución. Lo que pone a #Otro18 dentro de la ley y al gobierno cubano fuera; la paradoja inevitable de las revoluciones que quieren ser vistas como permanentes, y que empieza a ser solucionada en dirección de la ciudadanía.

Es importante aproximarse al siguiente dato: cómo participar o cambiar las instituciones sin legitimidad y legitimación no tiene antecedentes en la historia de los cambios políticos autóctonos. Incluso los revolucionarios que llegan y se colocan fuera del sistema tienen que estar legitimados por él para alcanzar sus metas de cambio radical de las instituciones. Parece que sin legitimidad nos enfrentamos a la nada política.

La legitimación de los revolucionarios puede estar o no en la institucionalidad. El derecho a la rebelión, por ejemplo, consagrado en muchas constituciones originadas en procesos revolucionarios, es un primer espacio de legitimidad. Lo cierto es que los revolucionarios se han legitimado siempre en segunda instancia desde el sector social del cual provienen. Casi todos ellos eran y son gente de clase media alta, constituida en su soporte social y económico, como expresión de legitimación cotidiana en un ámbito abierto para la sociedad civil. Sin la cual, dicho sea de paso, ni las revoluciones ni las rebeliones o desobediencias cívicas masivas son posibles.

Esos primeros pasos de legitimación solo se han logrado ahora desde la institucionalidad como fenómeno global. Un elemento cardinal para la construcción de otro paradigma.

Luego, la crítica nunca explica las razones, en el nivel más importante en Cuba, el estratégico, de por qué afirma que #Otro18 no llegó a la meta. La crítica desde el mal humor, personalizada como suele ser, es normal en sociedades democráticas. De modo que en el caso de #Otro18 refleja el vigor, bienvenido, del ejercicio de la opinión en la sociedad civil cubana. Algo exuberante a veces.

Sin embargo, solo la crítica en el plano estratégico permite lo más importante en la conversación política: la demostración. En una lógica mediática, natural para la corriente principal de los medios de comunicación, el acontecimiento es lo que cuenta. No el proceso. Pero en este último lo que interesa es el análisis de los actores políticos dentro de un contexto. Colocarlos ahí permite entender y explicar la relación entre ambos y arribar a una conclusión analítica. Lo propio de la sociología política, sin necesidad de ser o convertirse en sociólogo. Y fundamental para la construcción racional de alternativas o proyectos, totalmente distinto a la construcción moral o mágica de las apuestas políticas.

Resulta curiosa la trayectoria de la crítica: comienza señalando la inutilidad de presentarse como candidatos independientes a las elecciones para Delegados por su ausencia de poder real. Una vez que un número creciente y diverso de ciudadanos se acerca a la iniciativa ―lo que habría permitido la socialización de la competitividad política por el poder simbólico a nivel local―, la crítica se desplaza al tema de la legitimidad ―ya el asunto del poder real pasa a un segundo plano. Cuando la reacción del Estado demuestra que él y solo él tiene un problema de legitimidad si permite el avance de los candidatos independientes, entonces la crítica termina entonando el fracaso: ningún candidato independiente pudo ser nominado. Lo que es falso. Uno lo logró, demostrando que a la crítica no le importó mucho un punto esencial en todo análisis político: el detalle diferenciador.

Y al desaprobar la iniciativa por su falta de resultado electoral, la crítica revela lo que mantiene todo el tiempo oculto, consciente o inconscientemente: el reconocimiento de que lo que estaba en juego era la legitimidad de la diferencia por vía institucional. Asunto fundamental para trasladar la acción política de la voluntad del Estado a la voluntad ciudadana de emplear las instituciones. Una transformación básica en un país del cual casi todo el mundo espera, fuera y dentro, por lo que harán el gobierno y el Estado: la pasividad propia del despotismo de Estado.

Si la iniciativa era inútil, y de pasó legitimaba al poder, ¿por qué fracasó entonces? Por una de estas dos razones: o por la incapacidad nuestra de presentar candidatos y estrategia ganadores o por la acción del Gobierno. O ambas mezcladas. En cualquiera de los tres casos hay que preguntar por qué. Hay que argumentar.

Un subproducto interesante de todo esto fue que, excepto algunos medios de comunicación, ―la prensa extranjera esta vez estuvo abierta a reflejar las incidencias represivas en el proceso― pocos actores de la sociedad civil mostraron solidaridad por la violación de los derechos civiles y políticos de la mayoría de los activistas y candidatos independientes. Y esto no es a su vez una crítica. Soy de los que piensa que la solidaridad es expresión de sensibilidad, no un deber. De modo que no hay reclamos. Solo lo señalo como parte de un análisis político que considero más fundamental: con las rarezas contadas, la sociedad civil cubana defiende más la abstracción de los derechos humanos que los derechos legalmente reconocidos, restringidos como están, de los ciudadanos. El resultado irónico fue que activistas reprimidos ayer como defensores de derechos humanos dejaron de ser defendidos hoy cuando empezaron a actuar como ciudadanos. Lo que refleja una desconexión mutua: de los ciudadanos con los derechos humanos y de la sociedad civil con los ciudadanos.

Uno de los éxitos de #Otro18 es precisamente el de ir conectando ciudadanía, estructura constitucional y visión alternativa.

#Otro18 habría que entenderlo por tanto en la racionalidad institucional de todo cambio político. La combinación entre reglas del juego y contexto es sobre la que se articula una propuesta de cambio institucional. En una apuesta así, los actores no apelan a la suerte sino a la previsibilidad, al juego transparente ―nada de sorpresas que despierten las teorías conspirativas, que alejan a aquellos de la claridad necesaria en el uso de los recursos institucionales e infunden miedo a las instituciones― y al control de este juego. El resultado agregado pero medular de esta racionalidad es que coloca frente a la sociedad y al Estado a actores políticos articulados y legítimos, cuyas posibilidades dependen más de su propia voluntad y acción políticas para despertar el juego institucional que de la voluntad del gobierno o del Estado, como apuntaba anteriormente. Es esta una realidad a la que el poder no le quedará más remedio que adaptarse.

En #Otro18 no se pensó jamás en conectar a un grupo controlado de sujetos en un cuarto de asalto (aun dentro de este hay que pensar bien la estrategia) sino en movilizar a ciudadanos más allá de los que plantean el juego. Estos últimos ya no son sus actores exclusivos ni principales. Se trata de abrirse en teoría y en la realidad a toda una sociedad a la que se le presentan, más o menos imaginativamente, las opciones previstas en el espacio político.

Ya esto es distinto a las opciones extra institucionales del cambio político; para mí igualmente legitimables. En ellas la combinación es otra: actores, estrategias de cambio, movilización controlada y homogénea y recursos de acción llevan a un plan rígido: o te rebelas o te rebelas. Para lo que se necesita también mucha suerte.

En una estrategia institucional de cambio la lógica de medición es interior a la estrategia: cuánto ella se acopla a las instituciones mismas para obtener su propósito. Si a través del sistema electoral actual se quiere llegar, por ejemplo, a la Asamblea Nacional, se podrán usar y forzar todas las reglas posibles: no se obtendrá el objetivo. Sería este el caso típico de un fiasco electoral, político y estratégico. Con este propósito institucional no se abriría ninguna avenida a la construcción sostenida y sostenible de una propuesta: no habría en ella viabilidad ligada a legitimación, esto es validación sociológica. O lo que es lo mismo, construcción de pisos políticos con y desde la ciudadanía. En este caso, los adversarios oficiales de esta estrategia no tendrían que emplear recursos ni intelectuales ni económicos ni políticos para afrontar los desafíos planteados. No tendrían que escribir en Granma ni que filtrar videos de Estado ni que reprimir. Solo les bastaría con apostar tranquilos al estrellamiento de semejante despropósito político y estratégico. Y ganarían. Pero #Otro18 no se asomó por semejante inconsistencia.

Mi impresión es que los adversarios de #Otro18 se agitaron en profundidad, albergo la esperanza de que sigan unidos, desde todos los ángulos. Lo característico por cierto de todo nuevo paradigma: distraer de sus propias estrategias políticas atrayendo a adversarios situados en los extremos, tácitamente de acuerdo entre sí.

Ahora bien. Contexto, actores e institucionalidad suponen otra cosa clave y contraria a la lógica moral o mágica del cambio político: entender la política como proceso. Mejor. Entender que lo verdaderamente político solo se produce a través de un proceso.

De aquí los cinco puntos estratégicos de #Otro18, visto como proceso: primero, construir una plataforma compleja, tendría que decir también que complicada, en todo el país como referencia del cambio en el nivel de participación política de la ciudadanía ―toda opción de cambio hoy o es nacional o no pasa al siguiente nivel de juego que impone una sociedad en transición―; segundo, legitimación ciudadana; tercero, legitimación institucional; cuarto, promoción de candidatos independientes ―estos serán asumidos a partir de ahora dentro de la Red de Líderes y Lideresas Comunitarios de la Mesa de Unidad de Acción Democrática― y abrir el juego social desde abajo con una visión de ciudadanía identitaria, o lo que es lo mismo ciudadanía plural.

Significa entonces fortalecimiento de un paradigma, apertura de un nuevo imaginario y provisión de herramientas para la canalización ciudadana, no heroica, de las ansias de cambio. Todo en una estrategia encadenada, diferente a una de posicionamiento simbólico o testimonial. En estas últimas la política parece reducirse a la mentalidad sacrificial, desdeñando la importancia de algo básico: la imagen, frente a la diversidad de actores y de observadores, de que se puede tener éxito estratégico.

Todo ello supone una mentalidad procesal, como la del científico sin que sea necesario serlo. Algo diferente a una mentalidad mágica o de acontecimiento como la del revolucionario. O la de la prensa. Asombra, por tanto, si descontamos la visión lógicamente sesgada de quienes optan por otras vías, que muchas de las líricas sobre el no lugar de #Otro18 provengan de un sector con hábitos mentales cultivados en los métodos de la ciencia.

Para #Otro18 se trata de ir convirtiendo la pluralidad sociológica en realidad política. En compatibilizar la naturaleza del Estado con la naturaleza cambiante de la sociedad. No es que todos los ciudadanos voten ahora de pronto por candidatos independientes. Es que la opción de elegir se exprese votando también a candidatos comunistas. La realidad política debe ser una fotografía movida de la variada realidad sociológica. En unos territorios tiene más opciones de ganar presencia y predicamento un tipo de candidato que otro. Porque ningún cambio político institucional es total. De hecho, si es total no es institucional. En este sentido hemos creado enclaves estratégicos en varias regiones y comunidades del país.

Y esto es preciso. No es políticamente apropiado confundir la meta con el proceso. Eso sí: los medios deben contener los fines. La paradoja sociológica cubana, que expresa bien la disonancia más arriba mencionada, es que una sociedad con metas máximas solo sigue procedimientos mínimos: como los del reformista. A nivel intuitivo esto capta su filosofía: los cambios duraderos se consiguen con gradualidad. Se cuecen. Las únicas premisas que exige esta filosofía es que los cambios sean reales y convertidos en estructuras, y la del principio de la bicicleta: pedalear constantemente. Esto es así porque el camino mide los costos mientras que la meta es el lugar de los beneficios. ¿Metas máximas y ahora? En Cuba esta aspiración solo ha producido exilio. Últimamente de terciopelo.

Aquí entra a jugar la mentalidad en un sentido sustancial. Siendo muy modernos, los cubanos, después de haber habitado la última de nuestras abstracciones políticas, la Revolución, solo nos movemos tras metas concretas y seguras. O que lo parecen. Hace tiempo que no tenemos una religión civil unificadora e impulsora que nos lleve hacia una meta política. Para bien y para mal. Bueno, para bien, según entiendo. Las opciones políticas pierden eficacia, y provocan rechazo y distanciamiento cuando intentan forzar la acción de los ciudadanos.

Entonces, ¿derrota electoral? No. ¿Derrota política? Tampoco. ¿Quién perdió? Por ahora la cultura y la legitimidad institucional del régimen, en el preciso momento en que la cultura institucional, tal y como aparece en la narrativa, comienza a ser apropiada por la ciudadanía. Si la suma entre narrativa y régimen no hubiera dejado opciones, pues quedaba claro que derrotados desde el relato estábamos políticamente neutralizados. Las urnas ni contaban en la ecuación. Pero lo que sucedió fue una victoria de la política y de lo político en el terreno donde solo vivía la utopía democrática: al estilo de los moralistas, por un lado, y girando alrededor del radicalismo posicional por otro. En ambos extremos del pasillo. Una confirmación del nuevo paradigma al que le cerraron las urnas a la fuerza.


Los comentarios son responsabilidad de quienes los envían. Con el fin de garantizar la calidad de los debates, Cubaencuentro se reserva el derecho a rechazar o eliminar la publicación de comentarios:

  • Que contengan llamados a la violencia.
  • Difamatorios, irrespetuosos, insultantes u obscenos.
  • Referentes a la vida privada de las personas.
  • Discriminatorios hacia cualquier creencia religiosa, raza u orientación sexual.
  • Excesivamente largos.
  • Ajenos al tema de discusión.
  • Que impliquen un intento de suplantación de identidad.
  • Que contengan material escrito por terceros sin el consentimiento de éstos.
  • Que contengan publicidad.

Cubaencuentro no puede mantener correspondencia sobre comentarios rechazados o eliminados debido a lo limitado de su personal.

Los comentarios de usuarios que validen su cuenta de Disqus o que usen una cuenta de Facebook, Twitter o Google para autenticarse, no serán pre-moderados.

Aquí (https://help.disqus.com/customer/portal/articles/960202-verifying-your-disqus-account) puede ver instrucciones para validar su cuenta de Disqus y aquí (https://disqus.com/forgot/) puede recuperar su cuenta de un registro anterior.