Por una transformación radical del sistema de defensa cubano (II)
Segunda de un texto en tres partes consecutivas
Abolición del militarismo
Para comenzar a analizar la abolición del militarismo en nuestro país es imprescindible determinar primero qué peligros reales se pueden cernir sobre la nación en el futuro y cómo prevenirlos. Qué amenaza real presentan esos peligros para requerir la constitución de una fuerza disuasiva que los prevenga y que tipo de medios, tecnología u organización son necesarios para lograr ese propósito.
Entrando a analizar los peligros verdaderos de los cuales tiene que defenderse la nación obviaremos la desgastada retórica castrista de que Cuba se arma hasta los dientes porque Estados Unidos quiere apoderarse de ella, cosa que solo consideró seriamente cuando la URSS emplazó misiles nucleares en su territorio.
Comencemos por estas dos interrogantes. Si Cuba es hoy una isla destruida por un sistema político que se encargó de convertirla en ruinas, donde sus propios habitantes no desean vivir y arriesgan sus vidas para librarse de ese manicomio; ¿quién desearía entonces ocuparlo para hacerse cargo de 11 millones de bocas y un país endeudado? Entonces ¿qué sentido tendría poseer unas fuerzas armadas con centenares de tanques, transportadores blindados, misiles, sistemas antiaéreos, aviones, obuses y cañones de todo tipo?
La única respuesta a esta irrefutable realidad es que en una sociedad democrática y respetuosa del derecho internacional —no punta de lanza del intervencionismo ruso— ese elefante blanco que se alza a un costado de la Plaza de la Revolución, conocido como MINFAR, no sería otra cosa que un organismo innecesario, ineficiente y desproporcionado que representaría una carga insostenible para la nación.
Transformar el concepto de defensa nacional y abolir el actual formato organizativo del ejército como actualmente se encuentra instituido en Cuba no es una quimera inalcanzable, ya lo han demostrado de diversas maneras no pocos países como vimos inicialmente. Solo se necesita un análisis serio y profundo de cuáles son los peligros reales que puede confrontar en el futuro la nación y como defenderse de ellos.
La Misión Estratégica de los militares cubanos en el futuro seguirá siendo la defensa de la soberanía nacional y de la integridad territorial de la Nación cubana en el marco de nuevos principios democráticos y constitucionales. Esa Misión puede resumirse en tres tareas:
a) Defender la soberanía nacional, entendida como defensa del sistema democrático por medio del cual se expresará en el futuro la voluntad soberana del pueblo cubano a través de elecciones libres y pluralistas.
Proteger a Cuba de los enemigos de la democracia y la soberanía nacional en este siglo XXI supone estar capacitados y debidamente equipados para enfrentar a sus enemigos que son las fuerzas autocráticas, el crimen internacional organizado y sus actividades (narcotráfico, lavado de dinero, tráfico humano y de armas, guerras de agresión directas o híbridas, y actividades de inteligencia para la desestabilización del orden democrático, entre otras).
b) Apoyar al gobierno en labores de protección de la población y del patrimonio nacional en caso de desastres naturales.
c) Someterse en todo momento al mando del gobierno civil. Para cumplir esta tercera tarea de su Misión las FAR deben constituirse en un Ministerio de Defensa. La dirección de dicho ministerio debe estar a cargo de un civil y su primera tarea será discutir con los mandos militares el mejor modo de reorientar sus misiones institucionales, actualizar su equipamiento según las nuevas misiones a cumplir y educar a sus miembros en que su misión central es la protección de la soberanía nacional entendida como respeto y protección del sistema democrático en Cuba.
El Ministerio del Interior debe también ser transformado en Ministerio de Gobernación que pueda cumplir a cabalidad su función de aportar seguridad en el marco del más irrestricto respeto a los derechos humanos.
La restructuración de ambos cuerpos armados deberá incluir desde un inicio la depuración de sus filas y puesta a disposición de las autoridades democráticas para ser juzgados de manera imparcial por los mecanismos de justicia y verdad que eventualmente se establezcan de aquellos oficiales, clases o soldados que sean acusados de haber sido parte directa de crímenes de lesa humanidad como son la tortura y el asesinato de civiles desarmados y otros contemplados por el Derecho Internacional.
Por último, pero no menos importante, para proteger la soberanía nacional es también necesario tratar de impedir hoy y desconocer mañana aquellos acuerdos que la ilegítima oligarquía mafiosa cubana pueda contraer con entidades privadas o gubernamentales de otros países en los que se cedan prerrogativas soberanas relativas al control de cualquier porción del territorio nacional o cualquier otra que ponga en peligro la solvencia nacional de las futuras generaciones debido a la suscripción de acuerdos abusivos de endeudamiento que obstaculizarán la recuperación económica y no podrán pagarse por muchas décadas.
Proceso de abolición del militarismo cubano
Es indudable que para poder abolir el militarismo cubano se requieren varias condiciones previas que faciliten el proceso. El problema no se resuelve de un plumazo con la eliminación por decreto de la Constitución y el actual entramado legal, como el Código Penal, que legaliza los abusos y la arbitrariedad y resulta un obstáculo tóxico para cualquier empeño. También hay que crear un marco legal mínimo de transición mientras se redacta y adopta una Carta Magna que logre ajustarse a los retos y exigencias que requiere una verdadera constitución democrática. Ello requerirá la previa elección de una Asamblea Constituyente formada por representantes populares que asumen el único objetivo de acordar las reglas que regirán, en el futuro, la relación entre gobernantes y gobernados, así como el funcionamiento, distribución del poder y fundamento de su sistema político y social.
Obviamente, esto solo será posible después que el pueblo cubano termine de una vez por todas con la pesadilla que ya ha traspasado los 60 años de destrucción sistemática. ¿Cómo terminará? ¿De forma pactada como en España y Polonia o violenta como en Italia y Rumania? Eso lo deciden los opresores, no los oprimidos. El deber de los oprimidos es alcanzar su liberación. Irremediablemente la oligarquía cubana tiene los días contados.
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