Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Política

Se acabó el debate

Si La Habana y Caracas serán una potencia con combustible para dos siglos, ¿harán caso a las demandas y quejas expresadas por los ciudadanos?

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TEMA: Un 'debate' por decreto

El debate —elemento básico de la libertad de expresión— reapareció en la Isla en este 2007, con la polémica entre intelectuales y con la convocatoria del Partido Comunista para debatir el discurso de Raúl Castro en Camagüey. Aunque la discusión ha estado sometida al silencio de la prensa oficial, el regreso indica su reivindicación como instrumento para el intercambio de ideas y el desarrollo social.

En ese contexto, cuando la polémica entre intelectuales desbordó los marcos permitidos y el descontento popular aprovechó la convocatoria del PCC para conformar un abultado pliego de demandas, el debate recibió inesperadamente un golpe dirigido contra el resurgimiento del naciente protagonismo ciudadano.

Entre otros planteamientos, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en su visita a Cuba el pasado octubre expresó, en primer lugar, que Cuba tiene dos presidentes: él es uno de ellos; en segundo, la pronta unión entre Caracas y La Habana, pues Bolívar, Martí, Miranda o Sucre nunca hablaron de integración, sino de unión; y por último, que si Cuba no consiguiera grandes reservas de petróleo y de gas, "para los cubanos y las cubanas de este siglo y el próximo" está allí, cruzando el gran lago.

Por un lado, los cubanos nos acabamos de enterar que basta que un mandatario extranjero lo decida para que automáticamente pase a ser presidente del país que visita, sin tener que preguntarle a ningún ciudadano del país visitado si lo acepta o lo desea como tal.

Por otro, si bien no existe duda en cuanto a la necesidad de la integración en un mundo globalizado, sí hay muchas cuando se trata, de forma inconsulta, de proyectar una gran nación. Debido a las lógicas diferencias de épocas y formación ciudadana, los conceptos definidos por nuestros próceres, valiosos en aquellas condiciones, requieren ahora de la correspondiente actualización.

La nación es fusión de todos los factores sociales que componen un país. En la Isla, ese proceso comenzó en el siglo XVI, con la interrelación entre europeos y africanos, que, devenidos criollos, definieron la nacionalidad cubana. Sin embargo, las enormes diferencias entre ambos grupos obstaculizaron la cristalización de la nacionalidad en nación.

Desde el mismo siglo XVI, los originarios de África destramaron ríos de sangre luchando contra sus amos, procedentes de Europa. Durante las luchas independentistas combatieron y ocuparon los más altos cargos militares; al concluir las guerras e instaurada la República, a pesar de la igualdad social recogida en la Constitución de 1901, continuaron siendo lo que eran, sencillamente negros, lo que imposibilitó la identidad de origen y destino que requiere una nación, como lo demostró la horrible matanza de negros ocurrida en 1912.

Posteriormente, se lograron algunos avances, proceso en el que irrumpió la revolución de 1959, la cual eliminó todas las trabas legales que fundamentaban las diferencias raciales. Sin embargo, la ausencia del derecho ciudadano a la tenencia de propiedad, la instrumentación de un proyecto preferencial para elevar las condiciones de los negros, la institucionalización de los derechos humanos y la suspensión del debate público, entre otros factores, impidió, parafraseando a Jorge Mañach, compartir definitivamente un propósito común por encima de los elementos diferenciadores.

Por ello, cuando los que se marcharon de la Isla, casi todos blancos, comenzaron a enviar remesas a sus familiares, los negros quedaron nuevamente en desventaja, obstaculizando hasta hoy la cristalización de una verdadera y definitiva identidad de destino y pertenencia.

Una meganación

Si Cuba es esa nación en formación, que incluye pueblo y gobierno, es inaceptable que, desconociendo la voluntad popular, se proyecte la conformación de una meganación. La experiencia de Europa demuestra la gradualidad de esos procesos. Allí la integración comenzó en 1958, con el Tratado de Roma, y sólo ahora, medio siglo después, es que están discutiendo un proyecto de Constitución única con la Carta de los Derechos Fundamentales, incorporada con carácter vinculante.

Como cubano agradezco la donación de petróleo, pero el problema de este país no es sólo de recursos. Durante años recibimos una gigantesca ayuda de la Unión Soviética, que fue mal utilizada. Además, sería bueno saber si el pueblo venezolano, supuesto dueño del petróleo, ha sido consultado para dar al gobierno de Castro este recurso para este y el próximo siglo; una decisión que incumbe incluso a generaciones de venezolanos que están por nacer.

De lo anterior emana una preocupante conclusión: si Cuba, unida a Venezuela, será una potencia y cuenta ya con la seguridad del combustible para dos siglos, ¿qué sentido pueden tener las demandas y quejas expresadas por el pueblo mediante el debate del discurso de Raúl Castro? Es decir, se acabó el debate y el intento de protagonismo cívico.

En respuesta, seguiremos insistiendo y estimulando el debate como antesala del diálogo, la negociación y la reconciliación. La ilusión de esa inmediata unión será temporal, mientras el debate se impondrá y los cubanos, hoy o mañana, serán los protagonistas de los cambios que nuestra inconclusa nación demanda.


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