Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Mariel: 25 años después

La generación perdida

¿Fue este acontecimiento el anti-Granma, como la Embajada del Perú el anti-Moncada?

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Veinticinco años más tarde, la obsesión "marielita" derivada de aquellos hechos fundadores lleva todavía la impronta del "arenismo", y ninguno de sus discípulos ha logrado librarse de un cierto estigma de arenolatría. Si como ha sugerido Enrique Patterson ( El Nuevo Herald, abril 9, 2005), el castrismo atraviesa crisis periódicas provocadas por sus poetas, entonces Reinaldo —al llegar al cine y tomar Hollywood por asalto— demostró ser, además de astuto, el más ambicioso de todos los que se enfrentaron a la teocracia del 'califa'. Aun después de muerto continúa siendo una figura incómoda (y difícil de explicar) para la intelligentsia izquierdista.

Pero en el primer lustro de los ochenta, Arenas recién asumía el papel de reformador para el que lo habían preparado los largos ayunos del Parque Lenin. Durante su breve existencia, la Tétrica Mofeta completaría una verdadera transvaloración de todos los valores, de la que "la generación del Mariel" fue el vehículo. Si la revista no llegó a mucho, por lo menos dejaba establecido un territorio libre (de la influencia de Padilla, nada menos), ganado a fuerza de batallas, consustanciado con la crisis política y forjado durante un cisma cultural. De esa tierra fértil brotaría eventualmente la idea de una 'generación perdida', hecha de excepciones, a la manera en que vendrían a ser todas las que la sucedieron.

En la primera librería SIBI, de la 95 y Coral Way, se reunían los seres más disímiles: el anciano Carlos Montenegro y su joven fiancé; Lydia Cabrera y María Teresa de Rojas; Enrique Labrador Ruiz, Pura del Prado, Marcia Morgado. A la llegada de los marielitos, y ya mudada para el recinto de Palm Avenue en Hialeah, coincidieron allí una noche Fernando Arrabal y René Ariza, durante una memorable representación de El sospechoso, de este último. ¡Fernando Arrabal en Hialeah! Quizás esa imagen —en la que el teatro del absurdo alcanza su apogeo— pueda dar una idea de cuánto ha decaído Miami. El pequeño Fernando abrazó emocionado a René y le aseguró que era lo más grande que había visto sobre las tablas.

René Ariza es la estampa de la 'generación del Mariel', y el icono del panorama miamense de la época. La Habana no guarda ni una sombra de ese genial performer (o mejor, transformer, por citar a Lou Reed, con quien tenía más de una afinidad física); su obra sólo llegó a tomar cuerpo en las calles del exilio.

René había ganado en Cuba un premio de teatro por La vuelta a la manzana, pero en Miami creó su personaje definitivo, cruce de Fausto con Caballero de París, que entró en escena en el restaurante El Champion, de la 27 y la US1. En el lugar que ahora ocupa la estación del Metro había entonces un batey de caserones donde se había establecido una comuna de artistas (allí tenía su estudio el pintor abstracto Tony Scornavacca), y el famoso Champion lo mismo compraba un cuadro a los pintores para colgarlo en las paredes de su cafetería, que les mataba el hambre con una completa. En ese restaurante hizo su aparición René, dibujando figuras crísticas con los ojos vendados. En Coconut Grove representaba un guiñol delante de niños, aunque tal vez dirigido a los dioses que lo habían abandonado, y fue en el Parque Peacock donde pronunció su frase lapidaria.

Recordar los primitivos escenarios de un Miami difunto resulta provechoso ahora que un novísimo estrato de condominios se cierne sobre lo poco que va quedando de la antigua ciudad. Otro de esos lugares es el edificio de bajos recursos del Parque Lemus, donde residía Esteban Luis Cárdenas, auténtico poeta de Miami. Esteban había saltado desde los techos aledaños hacia el patio de la embajada argentina en La Habana, anticipando, a escala individual, la fuga colectiva de la Embajada del Perú. Cuando una tarde empujé la puerta y entré en su apartamento del Plan Ocho, acompañando a mi amigo Benigno Dou (que vivía exilado en Venezuela y visitaba Miami) me encontré con un cuarto completamente oscuro. Luego se encendió una vela, y de las sombras surgieron las siluetas de Cárdenas y del insigne poeta y maestro ajedrecista Benjamín Ferrara —dos puntos fijos en las tertulias de los ochenta.