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Mariel: 25 años después

La generación perdida

¿Fue este acontecimiento el anti-Granma, como la Embajada del Perú el anti-Moncada?

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Malcriadeces de los poetas malditos

Los filántropos que acogieron a esos marginales también podrían considerarse marielitos heterodoxos. Frecuentes invitaciones a comer, extendidas por piadosos patrocinadores, culminaban en memorables recitales, y no pocas veces, en incontrolable anarquía: un vegetariano como Ariza podía armar un escándalo por la aparición de un bistec en la mesa donde había sido invitado. Con infinita paciencia la profesora Ofelia Hudson, del Miami Dade Community College, sufrió las malcriadeces de los poetas malditos: Àquién podrá escamotearle un lugar en la generación que apañó? Lo mismo que Olga Connor, la profesora Hudson abrió las puertas de su hogar y de su corazón a la manada de bardos itinerantes que asolaba la ciudad.

Durante una soirée artística en su residencia de Coral Gables, el profesor Orlando Rodríguez Sardiña (Rosardi), autor de una clásica antología de poesía cubana contemporánea, quedó decepcionado por la descortesía con que Benjamín Ferrara, Carlos Victoria, Estaban Cárdenas, Pedro Campos y yo despachamos botella tras botella de su whisky añejo. Después de beber, Benjamín perdió interés: sus ronquidos puntearon los eructos poéticos de una típica jornada literaria marielita.

En la casa de Tennesee Williams, junto a la bahía de Biscayne —que el famoso dramaturgo arrendaba a Olga Connor—, se mezcló la "escoria" letrada del Mariel con lo más distinguido de la aristocracia intelectual panamericana: hasta Gonzalo Rojas y Mario Vargas Llosa pasaron por sus vetustos salones. Pedro Jesús Campos —de quien podría argumentarse que fue el más grande de los poetas marielitos— dio su única lectura en el drawing room de Olga.

Pedro era oriundo de Contramaestre; vivió y escribió sus libros en el barrio del Cristo, en La Habana; estudió pintura en la Academia de San Alejandro, de donde fue expulsado en 1972; y cumplió 26 años de edad en el patio de la Embajada del Perú. A su muerte (de sida, en 1992), dejaba una obra excepcional, aunque mayormente inédita, si exceptuamos los poemas sueltos publicados, en distintas épocas, por Ángel Aparicio en Redland University Press, por Linden Lane Magazine y por la colección Strumento.

Escatología marielita

Deplorable secuela del ciclo novelístico que Reinaldo Arenas llamó su "Pentágona" es la reciente epidemia de "pentalogías" y otras atrocidades por entregas, que sólo guardan una remotísima relación (estrictamente numérica, por cierto) con el ilustre modelo. La elección del pentagrama estuvo justificada únicamente para el ciclo de Reinaldo: su estructura geométrica calca la estrella solitaria que, elevada hacia el cielo, forma una raspadura, y que invertida, representa el talismán del satanismo.

Patria y Satán, ¿no son los grandes temas de la Pentagonía? ¿Cómo acercarse —lo han intentado muchos, sin éxito— a la maldad de Reinaldo, a su naturaleza caída; a su "daño", a su sacrilegio, a su misoginia, a su "veneno", a lo malogrado de su arte y de su vida, sino con reverencia y con devoción casi religiosas? ¿Con qué comparar su condena de la Patria y de la Madre (en El color del verano y en El asalto) sino con To Tirzah de Blake y con los versos de Juan 2:4? Y, ¿quién es el Fifo de su evangelio sino el mismísimo Lucifer; el Orc de los Zoas? Su estrella —nuestra mala estrella— es el lucero de la mañana.

Siempre pensé que habíamos subestimado la entrada de Reinaldo Arenas en nuestra Historia: para mí, la aparición simultánea de la Plaga y de la Tétrica Mofeta anunciaban el amanecer de una era luciferina. El Mariel era una de esas hecatombes que auguran Apocalipsis —otro arcano mayor para el fin de los tiempos— y quienes recordamos hoy los 25 años de aquel crimen, olvidamos también, simultáneamente, que somos los sobrevivientes de una revolución, de una epidemia, y de una especie de fin del mundo.

Comentándole a Severo Sarduy, en 1982, la salida del segundo número de Linden Lane, Reinaldo Arenas escribía: Podrás apreciar los modestísimos esfuerzos por estampar en cualquier sitio nuestros gritos… habrá escándalo para rato y para ratas… Comparada con la aséptica propiedad de tantos autores cubanos (incluso de aquellos cuyos recursos estilísticos son muy superiores a los suyos), todavía asombra la profundidad radical, y la admirable correspondencia de circunstancia y expresión, en una obra que podría considerarse justamente "un escándalo para ratas".

A pesar de su incuria, y de su aparente retraso, los que arribaban a Cayo Hueso llegaban de una utopía situada en el porvenir; percatarse tan temprano de semejante palíndromo tomaba una vista de águila. El que anunció que "veníamos del futuro" quizás nunca creyera que había realmente un futuro: ¿cómo podía haberlo si los visitantes de esa edad oscura éramos nosotros?


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