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Racionamiento, Libreta, Abastecimiento

¿Con libreta o sin libreta?

Dar una respuesta a esta pregunta será una de las labores de quien ocupe la presidencia cubana a partir del próximo año, si se produce el esperado cambio

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Desde hace años, la libreta de abastecimiento cubana atraviesa por una agonía que, es de esperar, concluya con una muerte por adelgazamiento. Al final no habrá gran mérito en eliminar un documento que ya cuenta con más de cincuenta años, un verdadero récord. La cuestión fundamental es que ésta tiene dos aspectos, aunque se tiende a enfatizar uno y olvidar el otro.

Siempre se menciona a la libreta como el instrumento que regula la cantidad que se puede adquirir de un producto alimenticio, desde frijoles hasta algún tipo de lo que se llama eufemísticamente “producto cárnico”. Esta función reguladora y restrictiva es objeto de crítica, en Cuba y el exilio, desde hace décadas.

Pero hay otra función que cumple la libreta, la de canasta básica de alimentos: un medio que permite la adquisición de alimentos subsidiados. En este sentido “libretas” similares han existido en otros lugares, y siempre se le han visto en un sentido positivo. De hecho, si la libreta termina por desaparecer, es posible que el Gobierno cubano se vea obligado a poner en práctica alguna forma de subsidio, para un grupo básico de alimentos, destinado a las familias menos favorecidas.

En el pasado el gobernante Raúl Castro se ha referido a este sentido y no a la función igualitaria que con poco éxito la libreta ha desempeñado durante tantos años. No deja de resultar conveniente que se impusiera un enfoque más realista sobre la situación en que se encuentra la Isla, pero al mismo es de lamentar lo poco que se ha logrado en superarla: la libreta sólo resuelve, a duras penas, la alimentación por algunos días, y siempre ha provocado más rechazo que cualquier otro sentimiento y opinión.

Es cierto que los precios de los productos cubanos que brinda la libreta están subsidiados por el Estado cubano. Pero al mismo tiempo, los precios de los mismos artículos, cuando se adquieren “por la libre” son excesivos, incluso en comparación con el mercado norteamericano. Esto, por supuesto, sin tomar en consideración la diferencia abismal entre los salarios entre las dos naciones.

Como los productos por la libreta no cubren ni remotamente las necesidades mínimas y el problema de la falta de alimentos en los establecimientos estatales es ya una situación endémica en Cuba, el gobierno de Raúl Castro intentó organizar un poco mejor la economía, combatir la corrupción e incentivar ciertos sectores productivos como el campesinado. Sin embargo, los resultados han sido muy limitados. Lo que ocurrió fue el establecimiento de una situación que los cubanos no conocieron por décadas, pero que en los últimos años ha vuelto a acostumbrarse a ella: artículos en los establecimientos, pero sin dinero para comprarlos: mirar y no poder adquirir. ¿Culpa del “bloqueo” también?

En buena medida, lo que impide el avance en la economía cubana es el tratar de mejorar un modelo obsoleto. Es como empeñarse en echarle aceite a los ejes de una carreta tirada por bueyes, con la ilusión de que va a poder competir favorablemente contra un tractor.

Cuando Fidel Castro se vio obligado a realizar un traspaso temporal del poder debido a su enfermedad, muchos pensaron que Raúl Castro, una vez en el poder de forma permanente, desarrollaría un modelo similar al chino. Pero nada de ello ha ocurrido. El que Fidel Castro se recuperara en cierta medida de su padecimiento fue posteriormente uno de los factores más repetidos para justificar la falta de avance en las prometidas reformas estructurales. Pero tras un año de su fallecimiento la única realidad imperante en Cuba es que poco o nada ha cambiado. Y en algún sentido, uno que otro cambio ha sido para peor.

Por ello una mirada hacia atrás no permite muchas esperanzas en un supuesto Raúl Castro partidario del modelo chino. En los años 90, que fue el momento de mayor liberalización económica, las Fuerzas Armadas Revolucionarias iniciaron una gran expansión de sus actividades económicas, pero sin inclinarse a llevar a cabo un proceso de reformas de mercado sino a buscar la financiación de sus propias fuerzas, y de paso el enriquecimiento o al menos la mejora del nivel de vida de los oficiales. Aquí también puede argumentarse que Fidel Castro fue el elemento de freno a la ampliación de este proceso, pero hay elementos para pensar que los motivos que frenan el desarrollo económico trascienden el simple marco de la gestión y tiene un aspecto político fundamental.

Ese modelo empresarial en manos de las fuerzas armadas fue extendido luego, pero lo que ocurrió fue un crecimiento en el número de entidades y recursos a su cargo. En su totalidad, la economía cubana no ha avanzado siquiera hacia un sistema empresarial con mayor eficiencia, con independencia de que la propiedad de los medios de producción continúe en manos del Estado

Cuando Raúl habló de “reformas estructurales”, en algunos casos “profundas”, se albergó la esperanza de una transformación del sistema al menos en sus aspectos económicos, pero en la práctica, y en el mejor de los casos, ello solo se ha referido a diversos factores organizativos, que a una ampliación sustancial del limitadísimo sector de la producción y los servicios por medios privados.

La afirmación tantas veces repetida por el Gobierno cubano, que la empresa estatal socialista continuaría siendo determinante, “...con un poco más de eficiencia”, solo se ha cumplido en su primera parte. Si hay cierta eficiencia en algunas empresas en Cuba, son aquellas de capital mixto.

La búsqueda de eficiencia ha cedido ante la necesidad de un reparto amplio de los poderes, que se traduce en alianzas y compromisos que se justifican desde un fin político, pero no económico.

Por ejemplo, el Gobierno de Raúl ha disminuido el número de ministros, pero al mismo tiempo aumentado el de los vicepresidentes. Aun suponiendo que esta estrategia tuviera como objetivo ampliar la dirección colectiva, hay algo distorsionado en ella, de acuerdo a la capacidad productiva, el comercio y el tamaño del país. Los problemas económicos de Cuba no dependen de la reducción ministerial o el cambio de carteras.

La conclusión es que, al tiempo que el aparente esfuerzo por disminuir o eliminar la hipertrofia de la superestructura gubernamental de la Isla se ha convertido en una especie de “mover fichas”, sin resultados notable, tampoco se han realizado otras trasformaciones que se requieren para iniciar al menos la adecuación de la estructura económica a la realidad del país, desde la disminución del número excesivo de centros universitarios hasta el traspaso de labores del comercio minorista y los servicios a manos privadas, algo que no hay intenciones de llevar a cabo.

El gobierno de Raúl Castro ha tratado de estimular la agricultura a través de formas diversas, desde lograr que el Estado pague sus deudas a los campesinos hasta un aumento de los precios que paga por los productos agrícolas y la entrega de tierras improductivas en usufructo a quienes quieren cultivarlas. Hasta el momento, los resultados de tales planes han sido pobres.

Tras las primeras esperanzas de cambios, además del uso de la represión, el gobierno de Raúl Castro ha dependido, para su legitimidad, de la herencia revolucionaria legada por su hermano y no de una eficiencia pretendida y no alcanzada. Sin embargo, al parecer la cúpula gobernante cubana parece atrapada en el hilo tenue de continuar tensado esa legitimidad heredada —ahora mediante ceremonias repetidas de recordación bajo techo más que actos en la Plaza— y el subsistir al frente del Gobierno pese a su torpeza. Una mayor capacidad administrativa permitiría a esa misma elite —o sus herederos— continuar disfrutando de “las mieles del poder” sin tener que depender tanto del ejercicio de la represión y la escasez como instrumentos de distracción. Al final, la solución más fácil ha sido dejarlo todo en manos de la biología. Solo que la situación biológica ha demostrado no solo ser efectiva sino implacable, y tal resultado no puede proseguir sin dejar al menos un plan de salida y permanencia para la nueva y futura clase gobernante. Aquí radica lo que hasta ahora no son más que especulaciones para el próximo año en la Isla.

Por supuesto que dentro de estos planes no deben estar contemplado no solo el modelo de reparto del poder, sino las posibles medidas que afectarán a la población. Y aquí es donde cabe la pregunta sobre el futuro de “la libreta”.

La libreta “se ha venido convirtiendo, con el decurso de los años, en una carga insoportable para la economía y en un desestimulo al trabajo, además de generar ilegalidades diversas en la sociedad”, dijo Raúl Castro al comienzo de su mandato, cuando hablaba de la eliminación de “subsidios y gratuidades indebidas”. Por entonces se pensaba que la nueva política sería subsidiar a personas con bajos ingresos, ya no productos. Pero nada se ha avanzado en este sentido.

“Con la libreta nadie puede vivir, pero sin la libreta hay mucha gente que no puede vivir”, dicen muchos cubanos en la actualidad.

¿Con libreta o sin libreta? Dar una respuesta a esta pregunta será una de las labores de quien ocupe la presidencia cubana a partir del próximo año, si se produce el esperado cambio.


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