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Opinión

El dilema de Raúl

Mientras la economía sea rehén de la política, no será factible la solución de la crisis.

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En estos momentos cruciales para Cuba, Raúl Castro atraviesa una situación dilemática. La débil y casi anodina impronta que le ha concedido a su ejecutoria temporal de poder durante la prolongada enfermedad de su hermano, ha creado en la opinión pública internacional la sensación de que el centro de poder sigue residiendo en su hermano, a pesar de su progresiva pérdida de facultades.

El intento frustrado de Raúl de erigirse en líder del país parece ahora despejado tras el mensaje de renuncia difundido por su hermano y la "elección" el pasado domingo del eterno segundón como responsable de la jefatura del Estado. Fidel Castro, desde su lecho de hospital, continuará ejerciendo el papel de garante u oráculo supremo de la Revolución, abrogándose una vez más el derecho de ser el único y genuino intérprete de la voluntad popular.

Desde esta posición podría sabotear cualquier intento de apertura que considere que mine los principios de la Revolución, sobre todo después que la Asamblea Nacional aprobara unánimemente la propuesta de Raúl de que las principales decisiones de Estado sean consultadas con Fidel.

Esto último indica que Raúl sólo será jefe de Estado de manera nominal, pues las determinaciones sobre los temas cruciales seguirán dependiendo en última instancia de quien ha controlado férreamente los destinos del país desde 1959. En definitiva, hasta que no ocurra la desaparición física del número uno , no podrán desplegarse a plenitud ninguna de las medidas liberalizadoras que presumiblemente Raúl guarda en su agenda.

A pesar de estos hechos, Raúl sabe que no puede gobernar basándose en la ideología. El estilo de Fidel, sustentado en la permanente movilización del pueblo como resorte principal de su poder de convocatoria, no lo posee el nuevo gobernante.

Considerando además que a lo largo de casi medio siglo ninguno de los esquemas de dirección de la economía ha sido capaz de imprimir un patrón de eficiencia al sistema empresarial estatal, Raúl se ha pronunciado a favor de una reestructuración del sistema que podría implicar su gradual renovación y el posterior despliegue de algunas medidas liberalizadoras en la dirección del mercado.

Asimismo, ha anunciado que pondrá la tierra y los recursos a disposición de los productores más eficientes, o sea, los campesinos privados, lo cual coloca en primer plano el controvertido tema de la propiedad, abrumadoramente estatal, asumiendo así un cariz político.

En el plano internacional, Raúl tampoco se siente cómodo manteniendo la política de confrontación permanente con Estados Unidos, que ha sido la baza más importante con la que ha jugado Fidel para mantener su monopolio del poder. Cabría pensar que, a pesar de que Raúl prefiere seguir delegando la toma de decisiones importantes en su siniestro hermano, no le quedará otra opción que gobernar el país con otro estilo: basándose en resultados y en una serie de delicados equilibrios, conjugando apertura económica y control político.

Raúl ha estado muy pendiente de las reformas china y vietnamita, y las empresas militares que controla el MINFAR (la empresa turística Gaviota es quizás la más emblemática de todas) rigen su funcionamiento por métodos de gestión capitalista.

¿Reformar o no?

Sin embargo, Raúl, después de detentar el poder absoluto a la sombra de su hermano, es lógico que también contemple seriamente la posibilidad de la continuidad del régimen. Resulta evidente que si —tras 50 años de "socialismo de ordeno y mando"— el propio Raúl liderara una reforma hacia el capitalismo, esto implicaría un reconocimiento tácito de que no funcionó el sistema por el cual estuvo medio siglo luchando "la generación del Moncada y de la Sierra".

Esto también daría la razón a los que han expresado que el socialismo representa un sistema económico-social de transición entre el capitalismo y el capitalismo. Se certificaría así, una vez más, el fracaso ideológico del comunismo cubano.

El poder, a pesar de haber dado algunos pasos —a mediados de los noventa— en la dirección del mercado para reflotar el socialismo, jamás se planteó una reforma estructural del sistema. Entiende que la libertad económica conduciría inexorablemente a la libertad política —la libertad es indivisible—, lo cual podría significar el fin del castrismo.

Resulta muy claro que mientras la economía siga siendo rehén de la política no será factible la solución de la crisis, pero el agravamiento del estado de ruina económica y descomposición social elevará los costes de una transición, haciéndola más delicada, incierta y peligrosa.

Los tiranosaurios cubanos se ciegan ante la evidencia de que hoy la dicotomía capitalismo-socialismo no es la que rige el mundo, sino la capacidad de los gobiernos para resolver los problemas básicos de la población. Así, se niegan a admitir la propiedad privada a los ciudadanos, pues esto lógicamente conllevaría un elevado margen de libertad personal. Un régimen que basa su dominio en un férreo control de las libertades individuales no puede darse el lujo de auspiciar tales cotas de autonomía, pues estaría firmando su acta de defunción.

Empero, Raúl sabe por las clases de marxismo que recibió hace muchos años que el continuado ejercicio de cualquier monopolio, en este caso el del poder político y de la economía nacional, al controlar la mayoría aplastante de las empresas, deviene causa de estancamiento y descomposición. Estos últimos son dos rasgos fundamentales que definen la sociedad actual y la convierten en una muy proclive al cambio y la transformación, incluso de forma violenta.

De modo que Cuba se halla ahora mismo en una encrucijada. La posibilidad de resolver ese dilema de manera satisfactoria, anticipándose a los cambios que inevitablemente sobrevendrán, e incluso liderándolos y regulándolos a partir de un programa de reformas, la tiene Raúl en su poder.

Por el contrario, si deja intactas las relaciones de propiedad, continuarán acumulándose graves problemas y aumentará la presión social, hasta que en cualquier momento se prenda la chispa de un estallido social que se lleve por delante al régimen y suma al país en el más completo caos.

¿Será Raúl capaz de actuar con madurez y sentido de la responsabilidad, ahora que tiene en sus manos el destino de 11 millones de cubanos que claman por un bienestar sostenible? ¿Será Raúl capaz de crear, durante el ocaso del castrismo, ciertas condiciones económicas que den un respiro a las precarias condiciones de vida de la población?


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