Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Las voces que apuntalan al poder en la Cuba de hoy: ¿Por qué no piensan? ¿Qué les ha conducido a ignorar las más sencillas evidencias del mundo actual?

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Mientras el minutero cubano avanza hacia el fin de una época y la enrevesada transición democrática, aún sobreviven dentro de mi país raros escritores que ejercen su derecho a la palabra defendiendo el original "comunismo" (sic) y el tan latinoamericano caudillismo construido en el archipiélago caribeño. Las palizas obvias del abrumador fracaso no son asumidas por estos fanáticos. Ya nunca —fatalmente— serán suficientes.

¿Son la voz de los otros? ¿Quiénes son sus otros? En este caso serían los hermanos Castro y la cúpula militar-burocrática, como en el de aquellos escritores polacos que Czeslaw Milosz estudiara hace poco más de medio siglo en El pensamiento cautivo, aunque allí se trataba de un moralista, un nihilista, un historiador y un poeta no identificados; mientras que en la Cuba actual se mezclan los papeles, y sí se identifican las personas.

Por lo pronto tienen un curioso atributo: Son los únicos que dentro de Cuba pueden ejercer su derecho de opinión sin miedo al ostracismo y la cárcel. Es decir: son el coro de un Poder que reprime a las voces disidentes. En este noviembre de 2006 suman más de 300 los presos de conciencia que se fríen en las hirvientes cárceles de un "edén" (sic) que en enero festejará 47 años de gobierno unipersonal.

Porque cuando en un evento que promueve la libertad de expresión se enuncia el tema de "El escritor, ¿voz de los otros?", se piensa con razón en que el escritor debe prestar su voz a marginados religiosos y discriminados económicos, analfabetos funcionales y minorías sexuales o étnicas... Se piensa en los pobres de la tierra, en esa tercera parte de la humanidad que sobrevive apenas, no precisamente en escritores que deliran por una tiranía.

El tópico de la culpa ajena

Si en la primera década de la revolución cubana sí podía hablarse del escritor como voz de la mayoría —y así lo hicieron casi todos—, siete quinquenios después, extinguida la "utopía" (sic) y enterrado el país en la miseria, las voces que le restan al castrismo sólo pueden remover escombros, ilusionarse con hallar entre las ruinas la socialización de la educación y los servicios de salud, aunque tengan que engordarse la vista con la deplorable calidad que ofrecen, y desde luego que poner una vista muy gorda ante los privilegios de emiratos árabes que mal oculta la casta dirigente.

Pero tales escasos escritores —endrogados con un farolazo de póquer— sí aclaran la voz con argumentos de fuera. El embargo y las leyes infligidas por Estados Unidos contra los cubanos ocupan el sitio de honor. La fragilidad de las democracias en América Latina, las abismales desigualdades y la corrupción, le siguen en importancia táctica. De ahí que nunca los medios de comunicación —monopolizados por el Partido— informen de avances contra esos virus y bacterias, como está ocurriendo en México. Les es imposible sobrevivir sin el tópico de la culpa ajena.

Muchas de esas voces apenas tienen acceso a mensajes objetivos, a otros puntos de análisis. Y para colmo su misma dinámica desiderativa —el siempre pospuesto "futuro" (sic)— les impide un mínimo de realismo, que comenzaría por aceptar una geopolítica irreversible donde Miami ya es la segunda ciudad cubana, y donde la globalización se impone como fusión no confrontativa, como simbiosis que inevitablemente debe pasar por una fase sincrética, de tensas mezclas.


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Abel Prieto, ministro de Cultura, y Fidel Castro, en una imagen de archivo. (AP)Foto

Abel Prieto, ministro de Cultura, y Fidel Castro, en una imagen de archivo. (AP)

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